¿Qué pasa con Austria?

El mes pasado, Austria evitó por muy poco la elección de un presidente del xenófobo Partido de la Libertad. Por cierto, el Partido de la Libertad hoy cuestiona el resultado. Dada la naturaleza preocupante del desafío populista, y sus implicaciones para la política europea y el manejo de la crisis de refugiados, es importante diagnosticar lo que afecta a Austria, para que la cura no termine siendo peor que la enfermedad.

Austria alguna vez fue elogiada como el vecino más exitoso de Alemania, uno de los países de más rápido crecimiento de Europa. Pero su economía ha venido a los tumbos desde 2012. Su PIB creció el año pasado apenas el 0,7%; sólo Grecia y Finlandia tuvieron un desempeño peor. Y la tasa de desempleo de Austria se ha disparado del 5% en 2010 al 10% en la actualidad.

Esta evolución tiene sus orígenes en la relación que Austria entabló con Europa central y del este después de la caída del comunismo. Al principio, Austria se benefició con la ampliación hacia el este de la Unión Europea. El comercio internacional se disparó, las empresas austríacas invirtieron mucho en la región y los bancos austríacos abrieron filiales allí, financiando la modernización de estos países. Todo esto fue positivo para los negocios y la economía austríaca creció rápidamente.

Pero una dinámica oculta finalmente hizo que este éxito le jugara en contra. Los países de Europa central y del este tenían un ingreso per capita bajo, pero eran ricos en talento. No era el caso de Austria, un país con muchos más recursos económicos. En 1998, el 16% de los ciudadanos de Europa central y del este (incluidas Rusia y Ucrania) tenían títulos académicos, comparado con apenas el 7% de los austríacos. De modo que, cuando las empresas austríacas invirtieron en Europa del este, no sólo trasladaron empleos industriales de baja calificación; también exportaron las partes de la cadena de valor que requerían capacidades especializadas y producían una investigación valiosa.

Según mi investigación, de 1990 a 2001, las filiales austríacas en Europa del este empleaban cinco veces más personas con títulos académicos, como porcentaje del personal, que sus casas matrices. También contaban con un 25% más de personal dedicado a la investigación en sus laboratorios.

Este traspaso de la actividad de investigación redujo el crecimiento en Austria e impulsó el crecimiento en Europa del este. La investigación tiene un efecto derrame en el resto de la economía ya que el conocimiento nuevo va penetrando en las actividades comerciales. Aprovechar el conocimiento producido por las filiares austríacas fue una de las razones por las que las economías de Europa del este pudieron crecer tan rápidamente.

Hoy, Bratislava, Praga y Varsovia -donde están emplazadas la mayoría de las subsidiarias austríacas- tienen ingresos per capita superiores a los de Viena. Por cierto, según el economista húngaro Zsolt Darvas, en términos de paridad de poder adquisitivo, estas tres ciudades superaron a Viena en 2008. Este es un desenlace remarcable, dado que Viena ha sido un punto de referencia para estas capitales durante siglos.

El crecimiento de Alemania no se vio afectado de la misma manera, por tres motivos. Por empezar, después de la caída del comunismo, Austria reorientó su inversión extranjera directa casi exclusivamente a Europa del este, que representaba casi el 90% de sus salidas de IED. En Alemania, apenas el 4% de la IED se destinó a Europa del este en los años 1990 y alcanzó el 30% a comienzos de siglo. En consecuencia, Austria se volvió mucho más integrada con Europa del este.

Segundo, Alemania era un país mucho más rico en talento que Austria. En 1998, el porcentaje de la población alemana con títulos académicos era del 15%, más del doble que el nivel austríaco. Las empresas alemanas trasladaron trabajo altamente calificado al este, pero no en la medida que lo hizo Austria. Como porcentaje de la fuerza laboral, las filiales alemanas en Europa del este empleaban tres veces más personas con títulos académicos y un 11% más de investigadores que sus casas matrices.

Para terminar, muchas de las casas matrices austríacas eran en sí mismas subsidiarias de empresas extranjeras, mientras que las firmas alemanas eran multinacionales alemanas, que trasplantaron su cultura corporativa a sus filiales en Europa central y del este. Empleaban más gerentes alemanes que gerentes locales, lo que les permitió tener un mayor control en materia de innovación. Es más, la mayoría de las inversiones alemanas se basaban en la transferencia de una tecnología establecida; sólo el 8% de la IED del país en la región implicaba una investigación innovadora.

Las empresas austríacas, por el contrario, adaptaron sus negocios al contexto de la región y emplearon más gerentes locales que austríacos. Como resultado de ello, sus filiales eran mucho más autónomas en sus decisiones en materia de innovación. No existía ningún mecanismo que garantizara que el conocimiento creado en una filial también beneficiara a la compañía madre.

Si Austria pretende regresar a su sendero de crecimiento anterior, tendrá que volverse más atractiva como lugar para la innovación. Y, para lograrlo, las empresas austríacas deben emplear personas altamente calificadas en sus laboratorios de investigación.

Formar una fuerza de trabajo altamente calificada lleva tiempo, por supuesto. Pero, afortunadamente, Austria tiene otra opción: los inmigrantes. Los responsables de las políticas en Austria podrían optar por seguir el ejemplo de Canadá e implementar una política de inmigración selectiva que acoja a los inmigrantes y refugiados altamente calificados.

Los austríacos prácticamente le cerraron la puerta a esa opción. Ahora deben reconocer que lo que los populistas consideran una debilidad podría ser la mejor esperanza de Austria de recuperar el crecimiento.

Dalia Marin is Chair of International Economics at the University of Munich and a senior research fellow at Breugel, the Brussels-based economic think tank.

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