¿Qué pasó aquel día de la raza?

Sin mérito alguno dirigí la única carta pública a Francisco Franco durante su vida. Con la deslumbrante ineficacia de los luceros y las octavillas. Desde entonces obviamente todos mis escritos y filmes (siete largo-metrajes o cortos) fueron prohibidos en España hasta su fallecimiento. Por cierto su óbito sucedió en el año 100 de la era patafísica sin que nadie lo anotara... ni yo mismo a pesar de que, por pura condescendencia y bienandanza, soy sátrapa del Colegio de Patafísica como Ionesco y Marcel Duchamp. «La sangre de mi espíritu es mi lengua. Y mi patria es allí donde resuena», dijo Miguel de Unamuno en «La tía Tula».

Mi carta inmediata e inesperadamente fue publicada por las más intrépidas y bragadas editoras del mundo. Y lo sigue siendo para sorpresa de casi todos. Sin pizca de razón, ¡qué buena suerte tengo! En su día mis contemporáneos y coterráneos tenían que ir a buscar mi epístola cruzando la raya franquista en Perpignan o Hendaya o Trifouillis, donde los libreros alcanzaron aflujos y marcas. Ahora únicamente en España ha habido cinco ediciones desemejantes de la carta a Franco pero iguales en su apego. Mientras que yo no puedo parecerme ni al escrupuloso ciempiés, el cual en su merodeo no da pie con cola andando con cien ojos...

...pues sin ninguna noticia, sin que nadie se haya puesto en contacto conmigo, los francos «decididores» (¿o alfaquíes franceses?) han dado a la versión francesa de la película «Mientras dure la guerra» el título de este libro que tan espléndidamente funcionó y funciona. La «campaña publicitaria» de la película comenzó el miércoles 5 de febrero en Francia. Desgraciadamente no fue ni suficientemente destacada ni popularmente significada: de hecho, tan solo el sábado me llegó la primera noticia a pesar de estar rodeado de personas «de la profesión». Me enteré por fin: el autor de la película es Alejandro Amenábar, tenía solo tres años a la ocultación del dictador. Un director famoso de siete largometrajes del que vi hace años un notable filme. No parece (yo no lo creo ni remotamente) que haya querido involucrarse o enredarse en esta adopción de mi título. El dilema es que no se puede domesticar al mareo en alta mar bañándose en la piscina del trasatlántico.

Aunque desgraciadamente no he visto aún la película «Mientras dure la guerra», desde ahora mismo declaro a su autor, finalmente colega (como a todos los directores de cine pánicos e hispánicos), mi total y absoluta connivencia. «Don Sandalio jugador de ajedrez» de Unamuno creyó que «Existe gente que está tan llena de sentido común que no le queda el más pequeño rincón para el sentido propio». Y eso sin conocer aún el cine de hoy en pleno renacimiento catastrófico, confuso y genial como las conjeturas de Schopenhauer que tanto interés despertaron en Unamuno.

Pero este canje de encabezamientos podría permitir abordar el agujero negro del año 1936 de nuestra historia sin que a nadie se le pongan los pelos de punta. Por ello siempre que puedo hago una pregunta importante para mí, que refleja una parte de mi obra escrita, de mis siete largometrajes y que es el tema de «Mientras dure la guerra»: ¿qué pasó realmente con Unamuno el día de la raza del año 1936 y el día de año viejo en la Universidad de Salamanca?

Los «decididores» que tan importante papel han tenido en esta permutación inexplicablemente tienen muy mala fama. Se citan casi exclusivamente sus adaptaciones o versiones que parecen desafortunadas como «Ocho apellidos vascos»: traducida por «Spanish Affair, Amour à l’espagnole» o, en serbio por: «Zbog tebe promenicu prezime»; «Los amantes pasajeros»: por «I’m so excited!»; «Rosemary’s baby»: por «La semilla del diablo»; «Grease»: por «Vaselina» o «Braindead»: por «Tu madre se ha comido a mi perro». Y se ocultan las buenas que son la mayoría. Los «decididores» suelen por lo menos haber realizado una especialidad de las más difíciles en general de la universidad de hoy: filología o lingüística. Quizás alguno de ellos haya asistido al curso de Alejandra Chuliá en la Universidad de la Sorbona titulado: «Carta a Franco modelos artísticos y porvenir escénico». O incluso algunos han leído el recentísimo «200 fichas du niveau Bac» con la ficha n° 22 para la Carta. Precisamente fue un «decididor» en sus años mozos el admirable dramaturgo ¡y centenario! académico francés René de Obaldia (biznieto de don José Domingo de Obaldía, segundo presidente de la República de Panamá), que poco después de la guerra mundial creó el eslogan del Fly Tox contra las moscas. ¿Es posible que las moscas piensen que no serían nada sin el enlace de dolor y gozo que constituye su historia según «La Raquel encarnada» de Unamuno?

En el instante de hallar un título francés a «Mientras dure la guerra» es posible que los «decididores» se interesaran por mi primera película «Viva la muerte», por mi «carta a Franco», y naturalmente por el duelo Unamuno vs Millán Astray. Precisamente uno de los enigmas de la historia hispánica que mi mujer y yo hemos estudiado más concienzudamente. Unamuno, autor de «El espejo de la muerte», pensaba que «Si una persona nunca se contradice a sí misma, debe ser que no dice nada». Nosotros no hemos podido darnos una respuesta definitiva. Aun ayudados por los especialistas de la Sorbona, y mayormente por algunas de las últimas entrevistas de don Miguel poco antes de morir que nos han mostrado francos doctorantes. Veo casi todas las semanas «Viva la muerte» aquí o allá. A menudo se me pide que la explique. Primera película mía, al parecer también podría llamarse así la versión francesa de «Mientras dure la guerra». Unamuno decía en «La princesa doña Lambra» «El diablo es un ángel también»: el título «Viva...» en 1971 gustó para sorpresa mía. Comprendo que a sus 91 años Picasso no quería oír ni en pintura la palabra «muerte». Buñuel con 20 años menos podía ser más jacarandoso. Cuando le pedí durante el Festival de Cannes que subiera a ver a Picasso (demasiado solo ¿en la caja fuerte que le había creado su partido?) me respondió:

-«No, no no vaya a ser que me muestre sus cuadros».

Y acto seguido a un periodista madrileño que trataba de insinuar que yo le imitaba con mi primer filme:

-Arrabal no me copia con «Viva...»: evoca un tema que nos importa a todos; no olvide que él y yo somos españoles, ¡gracias a Dios!

Cuando el exizquierdista Miguel de Unamuno supo que los diputados pedían la supresión de los crucifijos en las escuelas se presentó en las Cortes con una gran imagen cristiana colgada del cuello, pensando quizás en su dicho en «Abel Sánchez»: «A un pueblo no se le convence sino de aquello de que quiere convencerse».

Es posible que hasta el último minuto de su vida Unamuno haya sido hostil «a la barbarie comunista» (¿una de sus últimas frases?). Pues no estaba vendiendo pan. «Estoy vendiendo levadura».

Es posible que Carmen Polo la esposa de Franco de la que no acertamos a tener otro recuerdo parecido diera el brazo y acompañara a don Miguel.

Es posible que sobre todo le protegiera cuando el arrebato y la furia de Millán Astray hubiera podido desencadenar un «a mí la legión» de tremebundas consecuencias.

Es posible que cuando Millán Astray hubiera pedido la liquidación de todos los vascos y catalanes, Unamuno replicara con la estupenda frase:

-Vd es un mutilado y quiere una España mutilada.

Miguel de Unamuno, poco antes de su ocultación (autor del «Sentimiento trágico de la vida»), anotó: «Algunas veces me digo que ninguna civilización ni ninguna época fueron capaces de desarrollar tanto odio y tanta amargura».

Fernando Arrabal es dramaturgo.

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