¿Qué puede hacer España contra el cambio climático?

La Cumbre de París constituye la culminación de un año de acuerdos unánimes en el que también se han aprobado los Objetivos de Desarrollo Sostenible en la Asamblea General de Naciones Unidas del pasado mes de septiembre. En un mundo definitivamente globalizado e interdependiente, 2015 puede ser el hito en el que la Humanidad aceptó que necesita marcarse metas compartidas y ambiciosas, y confiar en la voluntad de los países para trasladar dichas metas a sus propias políticas.

¿Y qué ha hecho España hasta ahora para luchar contra el cambio climático? Si analizamos las emisiones de gases de efecto invernadero desde 1990, primer año para el que hay datos, la conclusión es clara: hemos aumentado nuestras emisiones en un 10,9% hasta 2013. Es verdad que partíamos de unos niveles inferiores a los países de nuestro entorno. Tampoco es menos cierto que hasta 2007 habíamos emitido un 52,1% más que en 1990. Ahora, por la crisis, por un cierto cambio de modelo obligado o por las dos cosas, hemos revertido la tendencia creciente de los años anteriores.

Sin embargo, no todos los sectores han evolucionado igual. Si nos fijamos en los que más emiten, la conclusión también es clara: hay sectores que están en el camino de reducción y otros que no demuestran mejorar. Las industrias energéticas han reducido un 7% sus emisiones entre 1990 y 2013, mientras que el transporte las ha aumentado un 34%. Esto hace que el sector transporte se convierta en el mayor emisor de 2013, con un 28% del total de las emisiones de España.

Si analizamos actividades con menores emisiones, encontramos situaciones similares: el resto de industrias han bajado las emisiones un 8%, mientras que las emisiones de las calefacciones han subido un 66% y las asociadas a la gestión de residuos un 78%. Por otra parte, la agricultura y ganadería han permanecido prácticamente constantes.

Todas estas actividades suponen más del 90% de las emisiones de España. No estamos hablando de sectores poco relevantes. Así, podríamos decir que, para luchar contra el cambio climático y avanzar hacia una economía baja en carbono, tenemos que ir en dos direcciones: continuar con medidas de reducción de emisiones en la industria y tomar soluciones drásticas, que cambien la tendencia en sectores donde los ciudadanos jugamos un papel crucial.

Para la primera, considero que hay que seguir tomando medidas que favorezcan la implementación de energías renovables, la cogeneración industrial y la eficiencia energética. El gran reto aparece en el segundo aspecto: ¿cómo cambiar la tendencia de consumo de combustibles fósiles en el transporte y en la climatización? ¿Cómo emitir menos en la gestión de los residuos?

En la edificación habría que tomar medidas de ahorro energético mediante cambios de aislamiento y envolvente, de uso de la energía solar térmica como apoyo a la calefacción, de electrificación y de consumo energético responsable (por ejemplo, implantando urgentemente los contadores energéticos individualizados o ajustando las temperaturas de climatización).

En la gestión de residuos habría que desarrollar una ley ambiciosa para reducir la generación de residuos domésticos, fomentando la reducción de envases y apostando por la reutilización y el reciclaje, desarrollando cadenas de suministro de ciclo cerrado. Economía circular en estado puro.

Pero el gran desafío se encuentra en el transporte. El de mercancías se podría abordar con sistemas logísticos inteligentes bastados en la intermodalidad. El de pasajeros y, en particular el de turismos, pasaría por un uso masivo del vehículo eléctrico, cosa que no parece inmediata, pese a sus evidentes ventajas económicas y ambientales. Por tanto, una reducción significativa de las emisiones sólo se podría alcanzar con unos estrictos límites de emisión a los fabricantes junto a un sistema que desincentive el uso del vehículo privado.

Además, los impactos de la quema de carburantes sobre nuestra salud, el medio ambiente y el panorama geopolítico mundial son tan altos que se podrían aumentar los impuestos asociados, incorporando todas las externalidades en el precio de los carburantes. También habría que habilitar algún sistema para que aumentase el porcentaje de energía renovable en el transporte. Y, si no, el sector tendría que contribuir económicamente para que ese aumento de renovables lo consigan otros. No es lógico que la electricidad asuma el grueso de los objetivos de renovables en España y tenga que pagarlo con un aumento de sus costes, mientras los combustibles fósiles bajan de precio.

Como se aprecia, el desafío es mayúsculo. Supone un esfuerzo titánico, pero posible. Los gobiernos tienen la responsabilidad de tomar medidas para reducir las emisiones, según los acuerdos de París, a la vez que sirven de ejemplo y orientación. Pero la llave del cambio está en nuestras manos, en las de los ciudadanos, ya que nosotros somos los que podemos variar de estilo de vida sin renunciar a un bienestar deseable. Un cambio que vislumbra grandes oportunidades como la generación de empleo, la mejora de nuestra salud y de los modelos de relaciones.

Ahora es el momento. Es posible y depende de nosotros.

Julio Lumbreras es profesor titular de la Escuela de Ingenieros Industriales de la Universidad Politécnica de Madrid y representante de España en el grupo de trabajo de modelización ambiental integrada, dentro del Convenio de Ginebra de Naciones Unidas.

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