¿Qué puede salir mal con Pedro Sánchez?

Hay veces que, creyendo poner la bala donde se pone el ojo, surte un extraño rebote que hiere al pistolero. Así, al modo del cazador cazado, fue acusar Pedro Sánchez el domingo último a la presidenta madrileña, en su cerval desquicie contra Isabel Díaz Ayuso, de provocar «un desmadre» con el covid y pasar él a encarnar ese «desmadre» en horas 72. Tras ponerla a escurrir, cual digan dueñas, con vestimenta de mitin como candidato virtual socialista, con Ángel Gabilondo como aspirante «formal», amén de «soso» y «serio», Sánchez se embutió el martes en traje caro y luminotecnia de estrella para montar una nueva farsa cuyo tinglado se vino abajo sin dejar siquiera secar la tinta de los titulares. Al primer tapón, zurrapa.

Luego de pregonar por enésima vez el «principio del fin de la epidemia» y de expresar su cínica contrariedad porque se politice la pandemia cuando él lo hace sin rubor ni pudor, el jefe del Ejecutivo proclamó la aceleración de la vacunación. Con aparente precisión de relojero, marcó los hitos de un plan que, en puridad, dilataba un trimestre su compromiso previo de inmunizar al 70% de los españoles antes del verano y lo demoraba a fines del estío echando por tierra la campaña turística. Aun así, su nuevo plan antiguo quedó también en agua de borrajas en un abrir y cerrar los ojos por evanescente e insostenible.

De hecho, como esos carteles del «hoy no se fía, mañana sí» de vieja tienda de ultramarinos, su anuncio fue una raya escrita en el agua. En un plis plas, se precipitó el caos al avivarse la desconfianza en torno a la vacuna de AstraZeneca por algunos casos de trombosis y suspenderse para menores de 60 años. Bastó que bajara la marea de la propaganda para que se viera a Sánchez nadando desnudo. Ello le impulsó a redoblar sus descalificaciones contra Ayuso sin importarle hallarse en gira de Estado por África, lo que ratifica como se sirve de La Moncloa como cuartel electoral.

¿Qué puede salir mal con Pedro Sánchez?Contraviniendo los usos democráticos y la separación de funciones entre Gobierno y partido, pese a estar apercibido, esa impudicia ya había rebasado los límites cuando, la noche de la «amarga victoria» del PSC en Cataluña, el ex ministro y candidato Illa invitó al jefe de gabinete de Sánchez, Iván Redondo, a que saliera a saludar a los medios por contribuir al éxito desde su despacho monclovita. Como el torero que invita a su meritorio subalterno a desmonterarse y recibir el aplauso del respetable tras plantar un buen par de rehiletes.

En medio del desbarajuste, con una ministra de Sanidad dando inverosímiles explicaciones a sus veleidosos cambios de criterio, Carolina Darias fungía el día siguiente de la aparición rutilante de Sánchez del médico falso que Mateo Alemán recrea en su Guzmán de Alfarache. Llevando consigo gran cantidad de recetas cuando visitaba a un enfermo metía la mano en la alforja y sacaba lo primero que encontraba musitando: «¡Dios te la depare buena!».

Con claro desapego a la realidad y apego a la mentira, el doctor Sánchez, ¿supongo? culpa a Ayuso nada menos que de «cruzarse de brazos ante la pandemia» tras medicalizar hoteles, habilitar un hospital en la institución ferial capitalina y erigir otro de nuevo cuño en cuatro meses, además de acarrear aviones con material sanitario y de anticiparse a las medidas que luego han adoptado arrastrando los pies el negacionista ministro Illa y su vocero Simón, el Embustero.

Sin parar en barras, le endosa –como si fuera un mirón de obra, en vez de estar al mando como autoridad única con dotes plenipotenciarias– generar «un récord en descontrol y desmadre» retorciendo los datos para trasladar la falsa idea de que Madrid ha encabezado los contagios «en todas las olas en la pandemia». Al tiempo, en un suma y sigue inabarcable, le echa en cara promocionar un turismo extranjero de borrachera cuando las competencias aeroportuarias y de orden público le competen a él.

Esa demonización ha tenido otros bochornos como el estúpido intento de desprestigiar el Hospital Isabel Zendal, especializado en covid, con un coste de 100 millones, esto es, dos Plus Ultras, esa medida de cuenta del derroche de fondos públicos que el Gobierno ha destinado a una empresa zombi de vaga propiedad española, inviable y sin valor estratégico al ser dueña de un solo avión, pero bien conectada con la satrapía venezolana. En su berrinche, la ministra Darias torpedeó que el comisario europeo Margaritis Schinás visitara este centro llevándoselo a otro de Toledo a medio abrir y que no atiende enfermos covid. En su viaje de inspección, Schinás se prestó a la adaptación manchega de las aldeas Potemkin de cartón que alzaba el valido de Catalina la Grande a orillas del río Dniéper para escamotear la realidad de Ucrania a la emperatriz.

Al hablar de «desmadre», al apocalíptico Sánchez le ha acaecido lo que a Zapatero hace 11 años en Singapur cuando no tuvo mejor ocurrencia que declarar –el día que se cumplían 99 años del naufragio del Titanic– que España «va a seguir navegando con fortaleza porque es un poderoso transatlántico». Nada más pronunciar «transatlántico» (o sea, Titanic) la publicitada inversión china en las cajas españolas fue desmentida por los gestores de fondos y el directorio francoalemán, con EEUU y China, imponía un ajuste que, cual misil en la línea de flotación, liquidaba su errática singladura de siete años.

Dicha la palabra «desmadre», en efecto, el sustantivo se ha hecho carne en un Sánchez desentendido de la pandemia. Únicamente ha visto en esa situación de emergencia una oportunidad para reforzar sus atribuciones de manera que, siendo el presidente con menos escaños propios desde la restauración democrática, le permita mandar como si dispusiera de una abultada mayoría. Así, se desentendió de la irrupción del covid propagando su letalidad al supeditar la adopción de cualquier medida a las marchas del 8-M por priorizar la agenda del Gobierno de cohabitación socialcomunista para luego determinar el confinamiento más extenso de Europa con un estado de alarma –en puridad, de excepción– en el que se arrogó potestades cesáreas.

Al cabo de cien días, decretó el acabose de la pandemia e invitó a consumir en una desescalada que, valiéndose de las vacaciones estivales, aprovechó para escurrir el bulto y allá se las aviaran las autonomías. Para ello, dictó lo que, en neolenguaje orwelliano, denominó «nueva fase de la cogobernanza» y que se ha sustanciado en la desgobernanza de un Gobierno que no está (ni se le espera) pasando de repetir la letanía de la primera ola de que el virus no entendía de territorios a obrar en contrario, según su santa voluntad y capricho. Sánchez se borró del covid para no vincularse con una mortandad que ya sobrepasa los 140.000 fallecidos más allá de aquel gélido homenaje al muerto desconocido que promovió en la Plaza de la Armería del Palacio Real.

Entretanto, la suerte de la auditoría brindada hace un año a un grupo de destacados científicos que le habían interpelado al respecto desde la revista médica británica The Lancet engrosa, junto a otras muchas cuestiones, una versión actualizada de la popular sección de la revista satírica Hermano Lobo en la que, en pleno tardofranquismo, se hacían semanalmente las Siete preguntas al lobo para responderse éste con un aullido y un recurrente: «El año que viene, si Dios quiere».

Con ese expediente x a cuestas, a Sánchez le saca de quicio que, tras denostar por sistema la estrategia de Madrid de conciliar salud y economía, haya tenido que asumirla negándola. Echando la vista atrás, se certifica como Ayuso le ha ido marcando el camino de rectificación desde antes de que La Moncloa se diera por enterado de la pandemia decretando el estado de alarma el 14-M de 2020. El último estrambote ha sido que, después de montar otra trifulca por tantear la vacuna rusa Sputnik, Sánchez se abría a ello el viernes al emprender Merkel esa vía después de que Baviera cerrara un contrato de precompra supeditado al nihil obstat de la Agencia Europea del Medicamento.

Es verdad que, como sintetizó Goebbels al servicio del nazismo y corrobora el aparato de propaganda de La Moncloa, «a fuerza de repetición y con un buen conocimiento del psiquismo de las personas, debería ser completamente posible probar que un cuadrado es, de hecho, un círculo. (…) Meras palabras y las palabras pueden modelarse hasta volver irreconocibles las ideas que transmiten». Pero ello no puede ser consentido por quienes no debieran dejarse arrebatar su condición primigenia de ciudadanos.

Como político de poder al que le trae al pairo la gobernación, despejando su mesa de todo lo que haga al covid, Sánchez ha desperdiciado seis meses seis de estado de alarma sin articular instrumentos alternativos. Como le ha reprochado un Consejo de Estado que, ante su abierto ninguneo, se ha servido de un dictamen sobre la constitucionalidad de la Ley de Salud de Galicia. A un mes vista de que prescriba el imperante estado de alarma (9 de mayo), el supremo órgano asesor ha afeado al Ejecutivo que no haya modificado la ley orgánica 3/1986 de Medidas Especiales de Salud Pública para que las comunidades autónomas restrinjan, en caso de emergencia, derechos y libertades sin acudir al estado alarma. Desoyendo la petición de la oposición para no prorrogar una situación dudosamente constitucional, Sánchez no ha movido un dedo.

En la desatención de su deber, Sánchez cuenta con el silencio cómplice de un Tribunal Constitucional que ronca el sueño de los justos sin pronunciarse sobre los recursos de inconstitucionalidad al primer estado de alarma y al vigente, lo que habla del deterioro que esa excepcionalidad legal ha infundido en el menoscabo de instituciones claves. Si el Consejo de Estado ha aprovechado este resquicio de la ley gallega recurrida por el Ejecutivo, el TC se hace el dormido, a diferencia de sus colegas alemanes que ya andan resolviendo sobre el fondo europeo anticovid.

Entretenidos en sus cabildeos para no perjudicar futuros destinos cuando periclite su mandato, sus integrantes se resisten a emitir sentencia. Hace ya un año que el magistrado emérito de tan Alto Tribunal, Manuel Aragón Reyes, alertaba sobre una «exorbitante utilización del estado de alarma» que no «autoriza la derogación completa de las garantías constitucionales». A la par, ponía los puntos sobre las íes reparando en cómo el presidencialismo que se arrogaba Sánchez «es incompatible con nuestra monarquía parlamentaria».

Sin ignorar que «la cobardía es la madre de la crueldad», como decía Montaigne y encarna quien no quiere perder la batalla en Madrid, el candidato Sánchez aguarda a que transcurra el 4 de mayo para retomar sus apaños con sus socios de la coalición Frankenstein y extender a los golpistas del independentismo catalán del 1-O de 2017 las medidas de gracia que Marlaska ya dispensa cada viernes de dolores a los criminales de ETA. Ante tales desvaríos, habrá quien se pregunte irónicamente, como antes con Zapatero: ¿qué puede salir mal con el doctor Sánchez, ¿supongo? en La Moncloa? Es suficiente con apartarse del televisor y mirar alrededor para evidenciar como hay políticos que se agigantan ante los contratiempos del destino y otros que, por el contrario, sacan lo peor de ellos.

Francisco Rosell, director de El Mundo.

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