Qué pueden hacer los padres para no criar solo ‘niñas buenas’

Cuando yo tenía más o menos 10 años, mi hermana menor y yo escuchamos durante un asado que mi papá charlaba con otro padre. “Ya sabes, creo que si fueran niños probablemente dejaría que jugaran un poco más lejos de la casa”, dijo mi padre de mentalidad feminista, en un momento de franqueza de padre a padre. Mi hermana y yo estábamos furiosas; cuando llegamos a casa, lo increpamos: ¿cómo se atrevía a sugerir que nos trataría distinto si fuéramos niños?

Como muchas milenials de clase media, mi hermana y yo encarnábamos un nuevo modelo de “niña buena”: bien portadas, con buenas notas para ir a la universidad, deportistas, con un repertorio completo de actividades extracurriculares y con la esperanza (por parte de nuestros padres y de nosotras mismas) de que nos dirigíamos hacia una carrera exitosa.

De lo que las niñas como nosotras no nos habíamos dado cuenta –y lo que nuestros padres tampoco vieron claramente—es que el limitado y muchas veces invisible prejuicio de género de los adultos a nuestro alrededor delimitaría inevitablemente nuestros caminos y muchas veces nos pondría en una dirección distinta (más difícil, menos fructífera) que a los niños de nuestro entorno.

Las niñas en estos días reciben dos mensajes contradictorios: sé fuerte y sé buena.

El mensaje actualmente prevalente sobre el “poder femenino” declara que las niñas pueden ser lo que quieran. Sin embargo, en la práctica, las recompensas más sutiles por su comportamiento complaciente les demuestran que les conviene más ser dulces y pasivas. Las revelaciones sobre acoso sexual que han surgido durante los últimos meses nos muestran qué tan peligroso puede ser este modelo.

De manera rutinaria, las víctimas de acoso y violación no confrontan a sus abusadores ni levantan demandas inmediatamente, no solo porque no quieren poner en peligro sus propias carreras (aunque también puede ser una razón), sino porque las mujeres han estado condicionadas durante toda su vida a doblegarse ante la autoridad y el poder masculino.

Los hombres, por otro lado, han sido criados para afrontar la toma de riesgos y las agresiones. Las mujeres aprenden a protegerse de los depredadores e internalizan el mensaje de que son inherentemente vulnerables; los niños se mueven a través del mundo no tan abrumados y ciertamente sin percibir sus propios cuerpos como fuentes de debilidad u objetos de deseo ajeno.

Mientras que a las mujeres les dicen que deben protegerse a sí mismas, hay demasiados niños que se están convirtiendo en los hombres de los que ellas necesitan protegerse.

Este no es el mundo que la mayoría de los padres quiere para sus hijos. Sin embargo, las ideas de cómo deben ser los niños y las niñas (y hombres y mujeres) están profundamente arraigadas. Los padres actuales dicen todo el tiempo que quieren que sus hijas sean inteligentes, independientes y fuertes, pero muchos hombres también parecen preferir a los hijos. Aunque no tengan la intención, padres, madres y otros adultos sí tratan diferente a niñas y niños, muchas veces en detrimento a largo plazo para las hijas.

Las niñas son más propensas a recibir elogios por portarse bien, mientras que los niños son alabados por esforzarse. Ser una “niña buena” en estos días significa sentarse tranquila en la escuela, seguir instrucciones, terminar las tareas y obtener buenas calificaciones. En eso, las niñas han tenido mucho éxito, lo que explica la brecha de logros por género en educación; si se mantiene el patrón de la última década, más mujeres jóvenes que hombres saldrán de las puertas de su universidad en la primavera con un diploma en la mano.

Las niñas también son criadas en general para ser más inteligentes emocionalmente y verbales que los niños. Los padres les cantan más a las hijas que a los hijos, y el lenguaje que usan con las niñas es más analítico y emocional, algo que los investigadores sospechan que contribuye con el mejor desempeño académico de las niñas. Con los niños, los padres son más físicos y más propensos a jugar rudo. En la juguetería, las niñas aún son llevadas directo hacia el “pasillo rosa” de bebés de plástico y princesas que propician más un juego tranquilo y de cuidados.

Este buen comportamiento les da ventajas a las niñas dentro del salón de clase, pero les puede costar caro afuera en el futuro, especialmente en campos bien pagados como el tecnológico, donde se aprecia la asertividad y la creatividad, así como en funciones de emprendedores a quienes se recompensa por tomar riesgos. Es cierto que la biología desempeña un papel en el desarrollo y quizá también pueda influir en las preferencias por género; sin embargo, somos criaturas fundamentalmente sociales que construimos nuestra identidad en relación con nuestras familias y comunidades. Cualquier diferencia natural que exista se magnifica y muchas veces se inventan totalmente debido al modo en que nos crían.

Mientras que las niñas aprenden a ser competentes emocionalmente, también aprenden a responder a las necesidades de otros, lo que en teoría no es algo malo, excepto que puede convertirse en servilismo. Los niños no aprenden lo mismo, así que son las mujeres adultas quienes terminan sirviendo como cuidadoras para hombres adultos, tanto en casa como en su trabajo.

En el ámbito laboral, ser consideradas como asistentes en lugar de jefas socava a las mujeres y la percepción sobre sus capacidades. Estas expectativas por género son aplicables también para el caso contrario: las mujeres que se rehúsan a tomar el papel de asistentes son consideradas difíciles, lo que también impide su desarrollo profesional.

Además, por supuesto, está el acoso que muchas mujeres soportan en el trabajo, una dinámica en su mayoría dictada por el poder y el privilegio masculinos y permitida por la expectativa de la obediencia femenina.

Entonces, ¿qué pueden hacer los padres si quieren criar tanto a sus hijas como a sus hijos para evitar o desmantelar estas trampas? Criar hijos sin roles de género y expectativas parece funcionar bien para esos niños, pero es difícil de hacerlo fuera de Suecia. En una época de “fiestas para develar el género del bebé” y el aprincesamiento de las niñas estadounidenses, al pedirle a una vendedora ayuda para comprar un regalo para una fiesta de bienvenida del bebé surge la respuesta automática: “¿Para niño o niña?”.

Un lugar para comenzar es mirar hacia nuestro interior. Muchos padres dicen que quieren que sus hijos e hijas sean tratados igual dentro y fuera de casa, pero sus acciones no parecen coincidir con sus palabras. En más de una cuarta parte de las familias estadounidenses, la madre es la cuidadora de tiempo completo de los niños; los maridos en esas familias son menos propensos a ascender a colegas mujeres, y cuando los hijos de las madres amas de casa crecen es menos probable que ayuden en sus propias casas. Los hombres jóvenes parecen haber recibido el mensaje: casi la mitad de ellos piensan que es mejor si el hombre es el proveedor y la mujer se queda en casa.

Cuando los niños ven a los hombres que los rodean en puestos de poder en la oficina y descansando en casa mientras las mujeres están preparando los almuerzos, planeando las fiestas de cumpleaños y agendando las citas, internalizan el mensaje de que los hombres dirigen y las mujeres ayudan. De acuerdo con un estudio, casi un cuarto de adolescentes de sexo femenino y el 40 por ciento de adolescentes de sexo masculino dicen que los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres; solo el ocho por ciento de niñas y el cuatro por ciento de niños opinan que las mujeres son mejores líderes. Sin embargo, niños y niñas prefieren a las mujeres en roles femeninos tradicionales, como en el cuidado de los hijos.

Lo que podría provocar una gran diferencia es criar a nuestros hijos más como a nuestras hijas: fomentar la bondad y el cuidado de otros, no solo decirles que respeten a las mujeres, sino demostrar con actos la igualdad, el afecto y las habilidades emocionales masculinas en casa. Si los padres y madres y otros adultos enseñan a las niñas a protegerse de los hombres como Harvey Weinstein del mundo, eso no ayuda a cortar la oleada de Weinsteins. Criar a nuestros hijos de manera distinta sería más efectivo.

Los padres también deben cambiar las maneras en que les enseñan a las niñas a cuidarse. De jóvenes, a muchas de nosotras nos dijeron que debíamos decirles a mamá y a papá si alguien nos tocaba de algún modo que se sintiera asqueroso; conforme crecíamos, nos armaron con rociador pimienta y silbatos contra violación, nos dieron instrucciones de traer siempre dinero para el taxi, de no dejar nuestras bebidas sin supervisión en el bar y de que “no es no”.

Este es un impulso comprensible y algunos consejos son buenos. No obstante, las niñas no aprenden cómo ser las únicas dirigentes de sus propios, perfectos y poderosos cuerpos —de habitar su propia piel felizmente en lugar de verse a sí mismas como objetos que pueden ser evaluados y, con suerte, aceptados por otros—, de sentirse merecedoras del sexo que activamente desean por sí mismas, en lugar de estar solo en la posición de aceptar o rechazar las proposiciones masculinas. No se nos permite expresarnos con furia o alguna otra emoción poco femenina cuando nos maltratan. Con razón nos tratamos de disculpar educadamente de los hombres acosadores en lugar de responder con la ira que merece el acoso.

Una de las maneras más importantes de avanzar en este momento es simplemente estar conscientes de que las suposiciones y los prejuicios existen, y lidiar con ellos de frente en lugar de pretender que no están ahí. Aquí, las hijas de los hombres conservadores están en clara desventaja: tres cuartos de los hombres republicanos dicen que el sexismo es por mucho algo del pasado.

Por esto, veinte años después, valoro la honestidad de mi padre, incluso si no iba dirigida hacia mí. En primer lugar, expresó en voz alta sus propios prejuicios, reconociendo que, a pesar de sus mejores intenciones, quizá estaba predispuesto a tratar a sus hijas de modo distinto de lo que trataría a sus hijos. Después, no solo hizo lo posible para protegernos, o para decirnos que nos protegiéramos, sino para empujarnos a caminar un poco más lejos en el mundo.

Jill Filipovic es la autora de The H Spot: The Feminist Pursuit of Happiness y una colaboradora de opinión.

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