¿Qué pueden ofrecerse mutuamente Juan Guaidó y Nicolás Maduro?

Juan Guaidó a su llegada a Venezuela.
Juan Guaidó a su llegada a Venezuela.

El diálogo es, sin duda, el instrumento válido para todo acuerdo, pero en él hay una regla de oro que no se puede conculcar: no se debe pedir ni se puede ofrecer lo que no se puede entregar porque, en esa entrega, se juega la propia existencia de los interlocutores. (Adolfo Suárez)

La política es diálogo constante. Con todos. Con los votantes, con la militancia, con el adversario, con las instituciones, con los Gobiernos y hasta con los marcianos. Entramos en barrena cuando esa conversación se limita a unos cuantos caracteres en Twitter, a una foto o a un emoji.

Tampoco la televisión se salva, con ese formato de pocos minutos por entrevistado para que en el show (nunca mejor dicho) se hable de todo sin hablar de nada. Inclusive los discursos, ya sea en mítines o en el Parlamento, son pensados para que permitan cápsulas virales. Mucho contenido, poca sustancia.

Buscando esos retuits convertibles en voto se promete lo que sea. El oro y el moro son poco. Es el populismo que ya no se queda en los extremos, sino que se atreve a merodear por el centro. Entonces, exaltada la audiencia ante la gran promesa, hecho viral el momentazo, vienen las consecuencias cuando hay que jugar en las distancias cortas. Es decir, a la hora de la verdad.

Nicolás Maduro y Juan Guaidó han jurado, de todas las maneras posibles, la aniquilación política del otro. Ahora, regañados, deberán sentarse a hablar, a negociar, a dialogar. A hacer política.

Retomando libremente lo dicho por Suárez, ambos llegan magullados a la mesa por pedir y ofrecer lo que no se puede entregar. Ambos interlocutores existen todavía por la gracia de sus padrinos internacionales. Entonces, ¿qué pueden pedir y ofrecer cada uno? ¿Qué no pueden entregar?

Guaidó, entendiendo a Guaidó sólo como el representante de la oposición institucional, puede pedir la normalización de la vida política mediante un cronograma de elecciones libres y justas, además del necesario retorno a la institucionalidad democrática, ofreciendo a cambio el levantamiento progresivo de las sanciones en contra de los jefes maduristas y de algunas instituciones controladas por ellos.

Como el levantamiento de las sanciones no depende de la oposición venezolana, sino de Estados Unidos y la Unión Europea, procede la gira internacional para obtener el beneplácito tanto de Washington como de Bruselas. Queda claro entonces que la disidencia venezolana no puede entregar las sanciones, su gran carta de negociación, sin que Maduro cumpla.

Si Washington y Bruselas aseguran que cumplirán con su parte de la negociación, como todo indica que ocurrirá, habrá que ver qué opinan en Beijing y Moscú, los patrocinadores de Maduro. El gobierno de Joe Biden ya ha asomado la posibilidad de que en la mesa también se siente un representante de Colombia, uno de los mayores afectados por la desestabilización venezolana. Es de esperar que algo similar exija la otra parte. Quizá un representante de Cuba.

Pero los de Maduro no sólo pedirán el levantamiento de las sanciones. Lo que pide Guaidó, la normalización de la vida política, afecta a la supervivencia del madurismo (y de su padre el chavismo) como movimiento político.

El acuerdo pasará por asegurarle a los rojos que no habrá cacería de brujas. Justicia sí, pero con algún mecanismo transicional.

El tema peliagudo es el de la Corte Penal Internacional, esa que persigue lento, pero de forma inexorable. Si dicho tribunal acepta el caso venezolano, por ahora sólo en fase exploratoria, este se convertirá en el gran nudo de la negociación. ¿Gordiano? Está por verse. Lo importante es que este se resuelva para que se resuelva la crisis venezolana, que es también una crisis regional.

Si es desanudándolo o cortándolo, tanto monta.

Francisco Poleo es analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.

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