¡Que se joda el votante medio!

Que se joda el votante medio

A cada paso que da, más se aleja el Gobierno Sáncheztein de los parámetros democráticos europeos y se aproxima a las satrapías latinoamericanas hasta uniformarse en modos y hábitos. Así, a la par que las autoridades suecas rogaban disculpas a sus ciudadanos por los 3.500 muertos del Covid-19 y resolvían investigar por qué se había superado la mortalidad de sus vecinos escandinavos, el presidente español obraba en contrario. Lejos de solicitar perdón con sus más 43.000 fallecidos a cuestas, se vanagloriaba de una nefanda gestión que hace que España encabece el porcentaje de perecidos por número de habitantes, mientras sus cifras oficiales son el hazmerreír internacional, tras tomarle el pelo a algunas cabeceras periodísticas de prestigio.

A este respecto, lo del figurante Simón El Embustero, al que el Gobierno emplea como monigote de barraca con sus cuentas de trilero, tras contribuir a agravar la catástrofe cuando su cometido era alertar sobre ella, reafirma «la cantidad de mentira que es necesaria para la vida…» que decía uno de los personajes de El árbol de la ciencia. Pío Baroja tuvo siempre claro que es más fácil engañar a una colectividad que a un hombre.

En vez de comportarse como un gobernante sueco en lo que hace a exigencia democrática y cumplimiento de su alta responsabilidad, Sánchez se desentendía y se hacía el sueco en los términos que refiere el refranero español. Camino de la Venezuela de Europa, no se entiende cómo Ciudadanos engrosa la Corte del Faraón con separatistas y transige con la colonización de las instituciones, cuando saltó al ruedo político para lo contrario.

Con Inés Arrimadas, parece optar por constituirse en esa gestoría que palíe los daños que ayuda a originar con su aval a declaraciones del estado de alarma como las dos últimas en las que Sánchez les ha traicionado doblemente: en la quinta, ocultándole su pacto secreto con Bildu para enterrar la reforma laboral; en la sexta, siendo plato de segunda mesa con ERC con acuerdo incluido para retomar la mesa de la autodeterminación. Si cree Arrimadas que puede ser madre redentora de Sánchez, es que ni conoce el percal ni ha escarmentado en la cabeza de Albert Rivera, salvo que se autoengañe por conveniencia o interiorice el relato socialista tan falso como eficaz para sacar a su antecesor del redondel.

Intensificando la política de bloques de Zapatero, Sánchez atiende a la dinámica de una de las series que más han inspirado a su jefe de gabinete, Iván Redondo, hasta el punto de escribir que, más que verla, hay que «vivirla». Se trata de The Wire (Bajo escucha), cuyo hilo conductor son las intervenciones telefónicas judiciales encomendadas a un grupo policial. Fue ideada por el periodista David Simon, que se inspiró en su experiencia como reportero de sucesos en el Baltimore Sun y cuyo éxito resumió en una frase que subraya Redondo: «Que se joda el espectador medio». Llevado al campo de la estrategia política, se traduce en «Que se joda el votante medio», esto es, divide a la sociedad y quédate con el trozo más grande.

De esta guisa, a diferencia de la época del bipartidismo y de la estabilidad política de los últimos 40 años, el PSOE ya no busca el centro para inclinar la victoria de su lado. Parte de la premisa de que, aunque caigan chuzos de punta, siempre dispondrá de un 30% del electorado y se preservará el Gobierno garantizándose los apoyos de los grupos nacionalistas y de los localizados a su izquierda. Ello polarizará la vida política y fragmentará una alternativa a su derecha que devendrá en impotencia. Al tiempo, se justificará que se trace un cordón sanitario, como el del Tinell en Cataluña con Maragall y ERC, tras hacer causantes a esas formaciones a su diestra de todos los males. Al enseñorearse de los medios audiovisuales, puede propiciar los contextos que den credibilidad a sus cortinas de humo.

Esta estrategia tiene sus detractores en los herederos del PSOE de la Transición. De ahí que el presidente castellano-manchego García-Page hable de quienes «han visto tantas veces House of cards, Borgen y ahora Baron Noir que se comportan como guionistas» y avise de que el presidente, como si fuera ajeno a esos juegos que amigan a su jefe de gabinete y a su vicepresidente Iglesias, «tiene que estar padeciendo bastante los sinsabores de lo que significa la deslealtad desde dentro».

Algunos socialistas se preguntan para quién trabaja Iván Redondo, muñidor del acuerdo en horas 72 entre Sánchez e Iglesias, trayendo a colación el diálogo que éste fabuló en su blog de EL MUNDO –Moncloa Confidencial– entre Frank Underwood, presidente de EEUU en House of cards y Pablo Iglesias Turrión, secretario general de Podemos, en un momento en el que Underwood está de elecciones en 2016 e Iglesias se debate sobre la conveniencia o no de unos nuevos comicios ese 26 de junio. Al mes siguiente de aquella sugerente recreación, Iglesias lleva al consultor a su programa televisivo de La Tuerka, donde éste se despide regalándole un peón y aleccionándole sobre las inesperadas posibilidades de esa minúscula pieza en el ajedrez político, lo que le agradece su entrevistador prometiéndole que, «con este peón, tengo que hacer jaque al rey».

Lo cierto es que Sánchez aprovechaba la sexta prórroga del estado de alarma –otra anomalía occidental por su extensión y carácter– para arremeter contra la oposición a la que acusaba de «golpista» con logorrea de caudillo caribeño, manchar con tinta de calamar las guerreras verdes de mandos de la Guardia Civil que no se prestaron a incumplir la ley de policía judicial ante la requisitoria del ministro Marlaska, y para amedrentar a la juez que investiga las responsabilidades penales derivadas de esperar al 8-M para adoptar decisiones que sofocara una pandemia fuera de control. El cumplimiento de la ley es para algunos, parafraseando a Quevedo, como «conciencia en mercader o como virgo en cantonera, que se vende sin haberlo».

No estuvo mal para celebrar el segundo aniversario de la moción Frankenstein que defenestró a Rajoy inaugurar un nuevo tiempo que ha devenido en Corte de Privilegio donde campa a sus anchas el clientelismo y el familismo. Sobre el fuste torcido de una sentencia-fake auspiciada por el juez José Ricardo de Prada, luego anulada, no cabía esperar que se enderezara nada, sino que se torciera irremisible. En ese contexto, con parte de sus ministras y de su familia infectados tras acudir a la marcha que alentó contra toda lógica y razón, su grito de afirmación de «¡Viva el 8-M!» desde el ambón de las Cortes suena a «¡Viva la muerte y muera la inteligencia!». Como se le ha adjudicado impropiamente al fundador de la Legión, el general Millán Astrain, en su célebre trifulca con Unamuno, rector entonces en Salamanca, y que aún figura en la cinta de Amenábar –Mientras dure la guerra– sobre el gran humanista bilbaíno.

Sánchez está por sostenella y no enmendalla atrapado en el fuego desatado por Marlaska tras aparecer la prueba testifical –el escrito de cese del coronel Pérez de los Cobos– de su injerencia en la instrucción judicial del 8-M mintiendo al Parlamento como si fuera un acusado no obligado a declarar en su contra. Marlaska es un instrumento de Sánchez como Rubalcaba lo fue de Zapatero al reventar la investigación del caso Faisán cuando el hoy ministro era magistrado y saboteó el desmantelamiento de la red de extorsión de ETA, cuyo brazo político sostiene ahora a Sánchez.

Por eso, en 2006 con Zapatero, el ex ministro-fiscal Bermejo debió dimitir por cazar sin licencia tras ser jaleado al grito de «¡torero!, ¡torero!» y Marlaska, siendo más grave su fechoría, puede prolongar su agonía en el cargo como hombre sin honor. Al igual que Luis XV, Sánchez debe pensar en su egolatría: «Après moi, le déluge» («Después de mí, el diluvio»).

Sánchez no solo se mostró dispuesto a contravenir la legalidad, sino resuelto a instaurar un cambio de régimen tras asimilar el lenguaje y la estrategia de su vicepresidente Iglesias con relación a la oposición y a otros poderes del Estado. Al cumplirse los dos años de la moción de censura Frankenstein que le llevó a La Moncloa, aprovechó la aprobación de la mano de todos los que le ayudaron a defenestrar a Rajoy –más el añadido de Cs, a modo de Alien o el octavo pasajero– de la sexta prórroga del estado de alarma para refrendar aquel acuerdo y poner rumbo a su propósito.

Como se escribió en esta misma página en octubre de 2018, bajo el título «El procés español y las tesis de Iglesias», la moción de censura fue la punta del iceberg de un proyecto que consolida el golpe de Estado en Cataluña y la impunidad de sus artífices. Pero que extiende también el procés a toda España en pos de un periodo constituyente con el Rey Don Felipe como pieza a cobrar como símbolo de la España de la Transición, retomando el plan de ruptura que fracasó frente a la salda reformista de la Dictadura.

Descolgado el PSOE del bloque constitucional, siendo la Carta Magna hija de la que ahora reniega, Sánchez transita por la senda establecida en la cena que, con el potentado de los derechos televisivos del fútbol Jaume Roures como anfitrión, sostuvieron Iglesias y Junqueras en el verano de 2017. Su primer jalón era una hipotética moción de censura apadrinada por quien fuera beneficiado con un canal televisivo por Zapatero, lo que le hizo figurar entre «los brujos visitadores de La Moncloa» (Cebrián dixit). Ello entrañaba, a su vez, otro tripartito en Cataluña –como el de Maragall con ERC que rompió la hegemonía pujolista- con un programa soberanista no insurreccional a la espera de que, como señaló Iceta, se den las «condiciones objetivas» para una consulta de autodeterminación con un respaldo del 60% a la secesión.

Hasta esa hora, se asistirá a una timba de cartas marcadas con un Gobierno catalán al límite de la ley y un Ejecutivo español complaciente con apelaciones al diálogo y acusaciones a la oposición de querer vivir del contencioso catalán como con el vasco tras el adiós a las armas de ETA. Era palmario que llegar al poder en las condiciones de Sánchez iba a producir los daños irreparables que se aprecian.

Hasta la moción de censura, Sánchez practicó con Rajoy el doble juego de Zapatero con Aznar. Con la mano derecha firmaba el Pacto Antiterrorista y con la otra autorizaba negociaciones sotto voce con ETA por medio de Eguiguren. Éste facilitó la cita de Zapatero con Otegi, el ex pistolero interesado en conectar los conflictos vasco y catalán para su implosión conjunta, y que allanó el voto de EH-Bildu para que Sánchez fuera presidente.

Zapatero, con su pacto del diablo con los nacionalistas y su terquedad en resucitar la bipolarización cainita, mudó de raíz el PSOE de González y ahora guía a Sánchez. Empero, a diferencia que Zapatero, sin nadie a su izquierda con la fuerza de Podemos y con unos nacionalistas aún no declarados en rebeldía, pero pertrechándose, el procés español de Sánchez se revela letal.

Contrariamente a lo que algunos arguyen, Iglesias no es ningún correo del zar, sino que opera para erigirse en zar. Ni Iglesias va a tomar las de Villadiego ni Sánchez se va a poder desembarazar de él si es que quisiera. Ambos parecen reencarnar a Largo Caballero, el Lenin español, y Álvarez del Vayo, quien «se titulaba socialista», pero se hallaba «incondicionalmente al servicio del Partido Comunista», según admitía Largo, al igual que Negrín. Estos fueron expulsados, ya en el exilio, por su radicalismo. Como prueba de que el PSOE de Zapatero estaba dispuesto a romper con la Transición, éste rehabilitó a Vayo a título póstumo en 2009, pese a promover el FRAP en el que militaría el padre de Pablo Iglesias y que asesinó a policías y guardias civiles.

Esa circunstancia criminal explica que al PSOE de la Transición no se le ocurriera revisar su expulsión tanto por su proceder previo a 1946 como por sabotear con un grupo terrorista el tránsito a la democracia. Tras su abrazo promovido por Redondo, Sánchez e Iglesias se embarcan en su 18 Brumario, el golpe de Estado de 1797 de Bonaparte que marcó una nueva técnica de autogolpe en el que se mantiene una apariencia de legalidad.

Entre tanto, hay quienes aguardan para ver si, como refiere el poeta ruso Aleksandr Pushkin, «se calma la tormenta y se despeja el cielo, y entonces podremos encontrar el camino por las estrellas». No hace falta rememorar cómo finiquitó sus días.

Francisco Rosell, director de El Mundo.

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