¿Qué se siente?

Querido J:

Un antiguo asesino se pasea por editoriales, televisiones y periódicos, que lo acogen con gran interés. Va vendiendo su libro. En torno de los veinte años mató a varias personas en nombre del pueblo vasco, pasó otros veinte en la cárcel y salió de ella arrepentido de sus crímenes y enamorado de una mujer de Cádiz. Este último punto ha sido decisivo para la distribución exitosa de la historia. Hace un año se estrenó una divertida ficción de Emilio Martínez-Lázaro, Ocho apellidos vascos, en que la abertzale –guapa– acababa en los brazos de un sevillano salao. La ficción hecha realidad es una cosa que excita mucho a la gente y no digamos ya al posperiodismo, ese oficio paradójico que convierte en ficción la realidad.

Qué se sienteEl primer anclaje mediático del antiguo asesino fue un programa de gran audiencia que dirige Jordi Évole. A lo largo de su carrera este locutor ha demostrado bastante más interés por los asesinos y sus cómplices que por las víctimas, lo que añadía al diálogo el interés de que lo condujera un especialista. Lo cierto es que en todo momento mantuvo una neutralidad exquisita, absteniéndose de jalear la narración de su interlocutor (¡bien hecho!) o de llamarle majo. A tenor de sus declaraciones posteriores esto era un riesgo, porque Évole dice que es un hombre empático, que enseguida coge confianza con su entrevistado. De lo que no había riesgo, al parecer, es de que en un momento de relajación lo llamara asesino.

La conversación tuvo un par de minutos de interés, cuando el invitado evocó el motivo de su participación en el programa. Esto es, la explosión de una bomba, obra suya, en la ciudad de Santander, el 19 de febrero de 1992, a las ocho y diez de la noche. Vio llegar la furgoneta de la policía, levantó un brazo con el mando y la antena desplegada, así, y apretó; y mientras iba huyendo en sentido contrario a la muerte se cruzó con una mujer y se miraron. El resto, por más solemnidad que el montaje pusiera en las miradas, los gestos y los silencios, fue tedioso y careció de interés. No solo porque esos dos minutos fueran los únicos que aludían a un hecho, sino porque fuera de su oficio, la mayoría de los asesinos son unos ceporros y recuerdan mucho a los deportistas de élite. Justo el resultado, es decir.

Al día siguiente, el antiguo asesino acudió a este periódico donde te echo las cartas. Lo invitaron a participar en un chat con los lectores, como se suele hacer con algunos escritores de actualidad. Alrededor del chat se plantearon cuestiones de interés. La primera la planteó la periodista Ángeles Escrivá. Escribió en su tuiter: «En contra de la presencia del etarra Rekarte en el espacio Encuentro de EL MUNDO. No es lo mismo la entrevista de un periodista que esto».

No creo que la periodista esté en contra del chat como género del posperiodismo. Deduzco que sólo cuando el pueblo conversa con antiguos asesinos. Tampoco creo que esté en contra de dar papel a los etarras. Ella misma le hizo a un Zabarte una larga y reciente entrevista, que abrió la portada del periódico y en la que el personaje exhibía una absoluta falta de arrepentimiento ante sus 17 asesinatos. Puede que la razón de su rechazo fuera la supuesta ausencia, en el chat, del filtro periodístico. Pero filtros hay: el periódico decide qué preguntas y hasta qué respuestas se publican. No me parece que haya más filtro en una entrevista radiofónica o televisiva en directo. Pero, en fin: el tuit es un género limitado.

Lo del filtro periodístico lo deduje por el artículo que publicó Agustín Pery, el director de ELMUNDO.es, al poco rato de que se publicara el tuit. Decía uno de sus párrafos: «A unos metros de mi despacho hay un tipo que se llama Iñaki Rekarte, que ha escrito un libro, que se dice arrepentido y al que el amor por una gaditana le ha cambiado. A unos metros de mí, pero a kilómetros de distancia ética, he cometido el error que ahora me achaca una compañera de dejarle a solas con su conciencia en el teclado de un ordenador del diario. Lo he hecho además para que ustedes le pregunten lo que quieran y él, maldita sea, conteste lo que le venga en gana. Le he dado lo que él no dio a sus víctimas. El derecho a expresarse, el derecho a conversar, el derecho a vivir su vida como le venga en gana».

Este párrafo me resultó muy sorprendente. El director decía que estaba cometiendo un error. Pero seguía ahí sentado, escribiendo estas líneas y añadiéndoles el copypaste de un antiguo artículo escrito contra los asesinos. Al director, ¡un obligatorio hombre de acción al cabo!, le bastaba con levantarse y echar al antiguo asesino a la calle, aunque hubiera cumplido medio chat. Pero el chat acabó sin incidentes. Y el director acabó así su artículo: «Desde la redacción de EL MUNDO, con todo mi desprecio». Todo, no.

El malestar de Ángeles Escrivá, de Agustín Pery y hasta el ayuno de empatía que se prescribió Jordi Évole parten de una deficiencia medular contra la que siempre se revolverá el periodismo: la ausencia del hecho. Ni en la conversación televisiva ni en el chat del periódico ni en la entrevista a Zabarte hay ningún hecho de interés. El personaje sustituye al hecho y así no sólo naufragan los resultados periodísticos sino también la conciencia moral de los periodistas. ¿Alguien pondría objeciones a una entrevista con un antiguo asesino en la que éste desvelara indubitablemente cualquier hecho importante de la historia de ETA? Para el periodismo los hombres sólo interesan en la medida que son portadores de historias desconocidas. Su peripecia íntima es irrelevante. Lo demuestra, por encima de cualquier cosa, la pregunta tan común y fracasada que se dirige al delantero centro que marcó en la final o al antiguo asesino que apretó el botón de la bomba. Esa pregunta, «¿Qué se siente?», tan propia del espectáculo y tan insuperablemente lejos de la búsqueda de la verdad.

Sigue con salud

Arcadi Espada

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