¿Qué significa la reconciliación entre Arabia Saudí e Irán para Oriente Medio?

El acuerdo entre Irán y Arabia Saudí, alcanzado el 10 de marzo bajo los auspicios de China, pretende poner fin a siete años de ruptura diplomática entre ambos países. La formalización de este acercamiento prevé la reapertura de sus embajadas respectivas, la reactivación de acuerdos económicos y securitarios, y obliga a ambas partes a no interferir en sus asuntos internos. ¿Puede este acuerdo significar el fin de las tensiones entre las dos potencias rivales de Oriente Medio? Visto el carácter histórico de esta rivalidad, la desconfianza mutua entre los dos actores regionales y la cantidad de conflictos en los que Riad y Teherán mantienen posiciones opuestas, sería demasiado optimista afirmarlo. Sin embargo, se puede esperar que siente las bases de un marco diplomático para gestionar las tensiones que enfrentan a ambos países y sus esferas de influencia respectivas en focos de conflicto como Irak, Siria o Yemen.

Tanto Riad como Teherán tienen un interés recíproco en provocar una desescalada de la violencia en la región. Si bien ambas potencias son rivales desde 1979, año en el que irrumpió la Revolución islámica, la escalada de tensiones y violencia observada a lo largo de la última década llevó a muchos analistas a hablar de una nueva Guerra Fría en la región. En Siria, Líbano, Irak y sobre todo en Yemen, sus intereses son radicalmente opuestos y han alimentado una interminable espiral de violencia sectaria. En 2015 y 2016, estas tensiones culminaron con la decisión saudí de intervenir militarmente en Yemen para apoyar al gobierno, mientras que los iraníes respaldaban a los rebeldes hutíes; también llevaron a la ejecución de varias figuras del chiismo en Arabía Saudí como el clérigo Nimr Al Nimr. Esto provocó la ruptura diplomática entre el reino saudí y la república iraní. Después de este contexto de confrontación, ¿qué consideraciones de política doméstica y equilibrio regional justifican ahora un acercamiento entre los dos países?

Por parte de Arabia Saudí, existen al menos tres razones que explican esta evolución. En primer lugar, Riad duda cada vez más de que Washington pueda garantizar su seguridad y contener el llamado expansionismo iraní. Estas dudas se ilustraron en septiembre de 2019 cuando Arabia Saudí acusó a Irán de haber llevado a cabo un ataque con drones y misiles de crucero contra dos instalaciones estatales de procesamiento de petróleo. Washington también acusó a Teherán, pero no actuó en consecuencia, y esta ausencia de respuesta militar por parte de EEUU convenció a Mohamed Bin Salman de que no podría contar con el apoyo incondicional de su aliado histórico en caso de enfrentamiento directo con Teherán.

A esta vulnerabilidad se suma una segunda razón: el conflicto enquistado entre Arabia Saudí y Yemen. Después de 8 años de una costosa guerra que se cobró la vida de más de 377.000 civiles, la prioridad de Riad es llegar a un alto el fuego permanente con los rebeldes hutíes. Bajo esta perspectiva, Irán es un actor clave en tanto que dispone de la influencia necesaria para presionar a este grupo insurgente predominantemente chií, para conseguir que respeten el alto el fuego e intentar encauzar el fin del conflicto.

En tercer y último lugar, Arabia Saudí teme que el enriquecimiento nuclear por parte de Irán –que ha alcanzado niveles récord en los últimos meses– siga adelante sin que ningún actor sea capaz de frenarlo. En otras palabras, Riad observa que ni los esfuerzos de disuasión, ni la estrategia de contención implementados por Washington, Tel Aviv y sus aliados del Golfo han permitido rebajar las ambiciones nucleares iraníes.

Irán, por su parte, también tiene motivos para reconciliarse con su rival histórico. Primero porque las sanciones impuestas por EEUU, la Unión Europea y varios países de la región han contribuido a aislar al país y a deteriorar su situación económica. Los ciclos de protestas masivas a intervalos regulares –que resultaron en centenares de muertes y decenas de miles de detenciones desde 2017–, así como las tasas de inflación, superiores al 45%, amenazan con desestabilizar el régimen. En segundo lugar, la firma de los acuerdos de Abraham –que prevén la normalización de las relaciones de varios países árabes con Israel a cambio del apoyo de Estados Unidos y del gobierno israelí para garantizar la seguridad de los países del Golfo y frenar el programa nuclear iraní– puede aislar políticamente a la República islámica. En tercer lugar, Teherán está especialmente preocupado por el creciente nivel de amenaza que Riad supone: el incremento en el gasto militar del reino, su cooperación con Washington para fortalecer al ejército saudí, su colaboración con Beijing para crear una planta de producción de drones en el país, así como el programa nuclear saudí (civil) son algunos de los motivos de preocupación.

Ante esta situación, Irán emprendió un verdadero giro hacia el Este: se trata de profundizar sus relaciones diplomáticas y económicas con países como Rusia, China, India y otras repúblicas eurasiáticas para salir del aislamiento que le impone Occidente. Su inminente adhesión a la Organización de Cooperación de Shanghái y su intención de adherirse a los BRICS van en la misma dirección. En este contexto, la detente que supone la reconciliación con Arabia Saudí complementaría esta estrategia de superación del aislamiento mediante un acercamiento a Riad y a sus vecinos directos en el Golfo. Para ello, el dosier yemení será un indicador clave del éxito de este acuerdo: mostrará si Irán tiene realmente la intención de llegar a una desescalada de las tensiones en la región.

De lograrse un alto el fuego permanente entre los rebeldes hutíes y el gobierno de Saná, no se puede excluir que iraníes y sauditas participen también en iniciativas para resolver controversias relativas a la situación en Irak, Líbano o Siria. De ser así, las dos potencias rivales podrían convertirse en actores clave para rebajar las tensiones en la región, y con ello contribuir a la reanudación de las negociaciones sobre el programa nuclear iraní. Evidentemente, todos esos escenarios quedan condicionados a que ambas partes respeten su palabra.

Sin embargo, independientemente de si se cumple o no, el hecho de haber llegado a este acercamiento ya dice mucho del estado del orden regional en Oriente Medio. Por una parte, la firma del acuerdo en China, país que compra la mayor parte del petróleo saudí e iraní y que mantiene relaciones diplomáticas fluidas con ambos países, no es una mera casualidad. Desde la ruptura de las relaciones entre Irán y Arabia Saudí en 2016, Xi Jinping visitó ambos países y recibió al presidente iraní en Beijing para firmar varios acuerdos comerciales y estratégicos, e incorporarlos a su proyecto de Nueva Ruta de la Seda. También elevó a Riad y Teherán al rango de socios estratégicos. Todo ello convirtió a China en la potencia legítima para auspiciar este acuerdo. Teniendo en cuenta que los puertos en el Golfo, en el mar Rojo y en el cuerno de África son de vital importancia para su Ruta Marítima de la Seda del Siglo XXI, Xi Jinping es uno de los primeros actores interesados en rebajar las tensiones en esta región.

En cambio, Washington parece brillar por su ausencia, confirmando la sensación de declive estadounidense en Oriente Medio. Su giro hacia Asia, la prioridad dada a la guerra en Ucrania, así como su reticencia a responder a varios ataques atribuidos a Irán contra objetivos saudíes y emiratíes, han llevado a los países del Golfo a cuestionar la fiabilidad de Estados Unidos a la hora de garantizar su seguridad y contener las ambiciones regionales y nucleares iraníes. Así, para diversificar sus alianzas, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, Turquía y otros países de la región no dudan en consolidar sus vínculos con China y Rusia a la vez que reanudan las relaciones con otros actores regionales, como Siria o Egipto. A pesar de ello, todos comparten el mismo diagnóstico: si bien la retirada gradual de Estados Unidos ha facilitado que otras potencias regionales y extra regionales, como Rusia, hayan aprovechado la coyuntura para llenar el vacío de poder, ninguna ha sido capaz de imponerse como el actor dominante. En estas circunstancias, el acuerdo de reconciliación constituye un verdadero éxito diplomático para China y confirma que ya no es meramente un socio comercial de los países del Golfo. Beijing se está convirtiendo en aliado estratégico y en un actor político determinante para el futuro de Oriente Medio.

Moussa Bourekba, investigador principal, CIDOB.

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