¿Qué sigue después de Lee Kuan Yew?

Todos los líderes políticos se preocupan por su legado. Lee Kuan Yew, quien dirigió Singapur directa o indirectamente durante más de medio siglo – y seguía teniendo influencia hasta su muerte a los 91 años – pasó más tiempo en el poder que muchos otros, que le hace pensar en su legado. Varios volúmenes de memorias dan fe de la preocupación de Lee por su legado, aunque el extraordinario éxito de Singapur bajo su liderazgo habla por sí mismo. Él puede ser o no del agrado de las personas – y para muchas no lo era – pero no se puede negar la notable y duradera prosperidad y estabilidad de la ciudad-Estado.

Sin embargo, el esfuerzo que dedicó a esas memorias el hombre que se llamaba a sí mismo el "ministro mentor" en los últimos años de su vida da un indicio sobre la preocupación final de Lee. Su legado en términos del éxito de Singapur en el pasado puede ser claro pero, ¿qué hay del futuro?

Claro, es una de las pocas cosas que no podía controlar, más allá de ofrecer sus enseñanzas a las generaciones futuras. No obstante, un aspecto crucial – determinar quiénes formarán parte de la nueva generación de líderes de Singapur – el estricto control que Lee ejerció en el pasado podría hacer que ese futuro sea más difícil. Desde luego, la cuestión se puede solucionar, sobre todo en vista del excelente sistema educativo y las instituciones de gran calidad de todo tipo. Sin embargo, las acciones del propio Lee indican que tenía algunas dudas.

La sucesión de Lee fue clara: después de entregar el puesto de primer ministro en 1990 (que sorprendentemente fue a la edad joven de 66 años) a Goh Chok Tong, un hombre de su confianza, preparó a su hijo mayor, el general brigadier Lee Hsien Loong, para el cargo. Después de ocupar los puestos de ministro de Comercio, ministro de Finanzas y vice primer ministro de Singapur, Lee Hsien Loong llegó al primer puesto en 2014. Lo que queda sin resolver es quién asumirá el poder a continuación y de qué modo.

Tal vez la respuesta sea simplemente que el Partido Popular de Acción (People’s Action Party), que está en el poder, elegirá a un sucesor de forma convencional. Es indudable que Singapur cuenta con numerosos funcionarios y ministros con experiencia. No obstante, la pregunta sigue abierta debido a la sensibilidad algo paradójica de Lee Kuan Yew a la preponderancia de los miembros de su familia en algunos de los puestos más importantes del país.

Lee peleó muchas batallas con los medios internacionales por la cobertura que hacían de Singapur, especialmente desde mediados de los años ochenta, cuando el éxito del país ya era totalmente claro. Como abogado formado en Cambridge privilegiaba el uso de las leyes para intimidar a sus críticos en los medios (y en la política) pues sabía perfectamente que no había posibilidad de que perdiera en los tribunales de Singapur.

Durante el tiempo que pasé como editor en jefe de The Economist (1993-2006), yo fui objeto de esas intimidaciones en muchas ocasiones. Lo que con el tiempo se fue haciendo claro es que Lee Kuan Yew no toleraba en ninguna circunstancia una palabra o concepto específico: el nepotismo. Después de todo, él había establecido a Singapur como una sociedad intensamente meritocrática, en la que reinaba la competencia bajo reglas claras y aceptadas. Así pues, cuando su propio hijo llegó a ser primer ministro y su nuera, Ho Ching, se hizo cargo de Temasek, una de las enormes empresas de inversiones del Estado, cualquier insinuación de que no lo habían hecho por méritos propios era inaceptable.

Lee estableció un comité especialmente dedicado a constatar que el nepotismo no había sido el motivo y después se dedicó a demandar a cualquiera que osara decir lo contrario. Con todo, esta repulsión por el nepotismo era ilógica – y Lee solía ser extremadamente lógico, incluso llegando a veces a ser cruelmente lógico – porque en este caso de su propio análisis de Singapur se desprendía una justificación perfecta.

La pequeña sociedad multirracial expulsada de Malasia en 1965, se convirtió en Singapur en un clima de vulnerabilidad, falta de legitimidad y confianza y conflictos étnicos. Hasta los años ochenta y noventa, Lee justificaba a menudo la continuación de las políticas autoritarias haciendo referencia a esos disturbios y a la siempre presente posibilidad de que se perdiera la confianza social y volvieran los conflictos.

De este modo, al dejar el cargo en manos de su hijo mayor podría haberse dicho que se había  ocupado de ese riesgo de la forma más lógica posible. Si había confianza en el fundador de Singapur y se le concedía legitimidad, ¿en quién se podía confiar más que en su propio hijo? En efecto, el padre seguiría presente primero como “ministro superior” y después en su papel de mentor, e hizo que su hijo demostrara sus capacidades abiertamente en varios cargos importantes.

Funcionó, y los indicios muestran que Lee Hsien Loong ha hecho un buen trabajo como primer ministro, independientemente de cómo haya llegado al cargo. Actualmente, la estabilidad política de Singapur no está en riesgo y Lee apenas tiene 63 años, por lo que podría permanecer en el cargo durante muchos años.

No obstante, queda la pregunta: ¿Qué sucederá después? Lee Kuan Yew se ocupó de la cuestión de la sucesión postergándola. Será su hijo quien deba dar la respuesta.

Bill Emmott, a former editor-in-chief of The Economist, is the author of Good Italy, Bad Italy, and The Rivals: How the Power Struggle Between China, India, and Japan Will Shape Our Next Decade. Traducción de Kena Nequiz.

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