Que sirva para algo

José Antonio Vera (LA RAZON, 31/07/04).

Bien, han terminado ya las comparecencias de la comisión del oncéme, al menos por el momento, y la sensación que queda es que se ha avanzado poco en la investigación, más bien nada, que estamos como al principio, con un montón de sospechas, con muchos intereses, con demasiadas mentiras, con un rosario de comparecientes adoctrinados para decir lo que correspondía, con diputados que no han dado la talla y se han dedicado a transmitir y plantear consignas, a ejercer de títeres, a trabajar para la Prensa, con periodistas al servicio de los partidos, escribiendo o titulando en función de lo que más conviene a los partidos, etcétera. En fin, yo pensé que se trataba de hacer una comisión todos-a-una en la que íbamos a indagar en serio para descubrir en serio lo que hubo o hay detrás del oncéme en serio. Pero no, aquí la seriedad ha sido suministrada por goteo. En una encuesta que publicó este periódico hace un par de semanas, se ponía de manifiesto que la mayoría de los ciudadanos cree que los partidos no tienen gran interés por saber lo que en realidad pasó aquel fatídico día. Piensan que sólo hay interés de verdad en hacer un lavado de cara de sus imágenes públicas, en plantear las comparecencias según el criterio de sus superiores o la conveniencia de sus organizaciones. También existe una sensación general de que la comisión está politizada, de que los que han declarado son poco o nada sinceros y no han dicho todo lo que saben, y que lo que han declarado no aporta nada nuevo, pues se trata de cosas que en realidad ya todos conocíamos.

No, esta comisión no ha sido precisamente un ejemplo de lo que tiene que ser una comisión de investigación. Más bien es el ejemplo más claro de lo que no debería ser. ¿Por qué ha durado apenas un mes y no veintidós meses como en Estados Unidos la del oncése?. Hombre, porque tal y como ha transcurrido, para lo que hemos visto, lo mejor es que acabara cuanto antes, la verdad. Lo normal es que, como en Estados Unidos, se hubiera trabajado en la retaguardia durante meses acumulando informes, elaborando entrevistas, aportando grabaciones y vídeos, entrevistando a implicados, haciendo una tarea sorda de información que está reñida con la publicidad y el exhibicionismo político. Y que sólo al final entraran en escena los representantes de los partidos con sus maracas y sus gaitas. Porque si desde el principio todo está politizado, todo está filtrado y preparado, como aquí ha dado la impresión, será de escasa utilidad que estemos un mes o veinte mareando a la opinión pública. Más bien es conveniente que acabemos pronto para no enredar demasiado con cosas inútiles, y que dejemos trabajar a los jueces en lo más importante, a saber: descubrir de verdad el entramado que hay detrás de la autoría para evitar que en el futuro se puedan repetir atentados como el del pasado once de marzo.

Sí, perdemos y ocupamos muchas horas con el vedetismo y el funambulismo. Le hemos estado dando vueltas a la historia de un confidente, sin saber que los confidentes han existido siempre y siempre han sido lo que son: delincuentes, narcotraficantes, individuos generalmente del hampa que a veces cantan y cuentan la verdad, y a veces cobran por mentir, y a veces mienten por cobrar. Hombre, ahora va a resultar que la palabra de un confidente vale más que la de un representante de las fuerzas de seguridad, como hemos oído a algún diputado en algún caso. Se pretende incluso, quieren algunos, que lo declarado por un confidente a no sabemos quién ni cuándo tenga más valor que lo que ha declarado reiteradamente ante el juez. ¿Cuándo miente el confidente, cuando habla ante el juez o cuando lo hace con la Guardia Civil o con otro confidente o con algún periodista? Si empezamos a descubrir a todos los confidentes de la Guardia Civil, a mostrar sus caras en público y a sentarlos en ruedas de Prensa, estaremos haciendo un flaco servicio a la lucha contraterrorista, pues los confidentes suelen ser gentes que conocen o son próximos a los terroristas, que a veces ellos mismos han sido o son terroristas, pero que tienen valor como confidentes en tanto que nadie sabe que lo son, que pueden seguir haciendo su trabajo y sus confidencias mientras nadie sepa que lo hacen, pues pueden pasar desapercibidos como tales en su habitual entorno delictivo. Bien, sería mejor que no hubiera confidentes, pero tras años y años de lucha contra el terrorismo, se ha demostrado que los confidentes son necesarios, por mucho que nos molesten sus costumbres y formas de ser y de actuar. Y si tiene que haber confidentes, habrá que protegerlos, pues un confidente quemado es un confidente gastado, y probablemente también un confidente muerto, habida cuenta de que sus antiguos camaradas no le van a perdonar que durante años ejerciera de soplón de la policía sin que ellos lo supieran.

De manera que cuando ves a determinados diputados presuntamente serios haciendo y diciendo ciertas tonterías, no puede uno más que solidarizarse con quienes desde las fuerzas de seguridad ponen el grito en el cielo por esta forma tan abrupta e irresponsable de actuar en el seno de una comisión de investigación. Y lo peor es que lo hacían por comprar un rato de gloria en los periódicos, por satisfacer a quienes les pinchan y presionan para que hagan lo que ellos saben que no se debe hacer de esa manera. En fin, poca seriedad es lo que ha habido. Poca seriedad y muchos intereses y mucha politización. Por eso es bueno este pacto de Estado que ahora se propone. Olvidemos ya las guerras partidarias y centrémonos en armar un escenario desde el que se pueda hacer frente a este nuevo y desconocido fenómeno del terrorismo islamista. Que la comisión del oncéme sirva al menos para algo. Por favor.