¡Qué solas se han quedado las víctimas!

“No se trata de saber si persiguiendo la justicia lograremos preservar la libertad. Se trata de saber que sin libertad no realizaremos nada y perderemos a la vez la justicia futura y la belleza antigua”. Albert Camus.

Vivimos tiempos peligrosos para la democracia; tiempos en que la crítica política ha sido sustituida por el ajuste de cuentas y el voto libre e informado por las encuestas, una auténtica arma de manipulación masiva. Tiempos en los que parece faltar poco para que las sentencias de los tribunales sean dictadas en función de las emociones de las masas, que ya habrán sido convenientemente encuestadas en función de lo que en ese momento se considere lo políticamente correcto y de la ganancia electoral que pueda reportar una u otra posición.

Pero todo eso no deja de ser una demostración menor del deterioro de nuestra sociedad comparado con la reacción que se está produciendo ante el intento de ETA y sus cómplices de blanquear la historia de la mayor corrupción política y moral que ha asolado nuestro país durante la democracia. Vivimos en una sociedad dominada por los cobardes y los ventajistas, en la que lo peor que le puede pasar a cualquier persona o colectivo es que nadie pueda utilizar su dolor o su exigencia de justicia para conseguir votos o hundir al partido contrario. Eso es lo que les ocurre a las víctimas del terrorismo: que levantar su bandera y exigir memoria, dignidad y justicia para ellas no es rentable para ningún partido político. Y como los medios de comunicación solo dan cuenta de la posición en pista de sus caballos, no hay carrera. Las víctimas de ETA no cotizan electoralmente; los resistentes, tampoco. Aquí paz… y después gloria.

A lo mejor volver a escribir sobre el tema solo sirva para que quien publica cubra su cuota de atención a las víctimas. Pero como no quiero volverme cínica a estas alturas de mi vida, utilizo esta tribuna que se me brinda para alzar la voz ante este último anuncio publicitario (que no será el último) de ETA en el que dice que “ha dado por terminada su iniciativa política”. Llaman “iniciativa política” a los 853 crímenes perpetrados por la banda, a los miles de heridos causados por sus actos terroristas, a las decenas de secuestros que llevaron a cabo, a los miles de ciudadanos que han vivido amenazados en su tierra, con la libertad de movimiento y de expresión limitada por el miedo y la persecución, a los miles de vascos que tuvieron que irse de Euskadi para ver crecer a sus hijos sin miedo… La iniciativa política de ETA consistió en eso.

Le llaman “iniciativa política” al crimen porque, efectivamente, para ETA los asesinatos, extorsiones, secuestros… eran solo instrumentos para conseguir sus objetivos políticos: destruir la sociedad plural y democrática e imponer su modelo totalitario. Pero ETA no dice toda la verdad; hay un instrumento de iniciativa política, la propaganda, que la banda terrorista y sus testaferros y comisionistas siguen utilizando con gran eficacia y muchos medios a su disposición.

La banda sigue teniendo comisionistas que dan cuenta del relato envenenado en el que víctimas y verdugos se reparten las culpas; sigue teniendo altavoces mediáticos que cuentan su versión de la historia; y siguen teniendo aliados políticos que encuentran motivos para pagarles por los servicios prestados ahora que están policial, judicial e internacionalmente derrotados.

Y mientras ETA nos bombardea con su propaganda, los medios de comunicación dedican la mayor parte de sus espacios a analizar las fotos del Dos de Mayo, lo que dicen los psicólogos o tuiteros de las sentencias de los tribunales, o el enésimo pleno o iniciativa chapuza de los golpistas catalanes. Y así nos distraemos y no tenemos que pensar en lo que ETA nos está quitando en el que debía ser el final de su historia. ETA, derrotada su capacidad para matar, nos arrebata la dignidad como sociedad al dejar al desnudo la falta de coraje de toda ella para defender la memoria de las víctimas y para corresponder a su sacrificio.

Sí: ETA gana al conseguir el silencio colectivo ante el lavado de su historia. Sí, ETA gana porque las víctimas, enterradas bajo tierra tras ser asesinadas, vuelven a ser sepultadas por toneladas de palabras injuriosas -o con losas de silencio- por una sociedad que prefiere seguir entretenida con los espectáculos que nos sirven cotidianamente los medios de comunicación, empeñados en destacar las bondades del caballo de su cuadra.

¿Qué más tiene que pasar para que la gente sienta vergüenza por formar parte de una sociedad capaz de comportarse de manera tan ingrata para con todos aquellos a los que ETA les arrebató su vida, les aterrorizó, les hizo huir de sus hogares… solo porque estaban ahí para proteger la vida de sus conciudadanos e impedir que ETA destruyera la democracia? No, no le echen la culpa a los partidos, a los gobiernos de turno, a los medios de comunicación… Claro que todos ellos son responsables; pero no más que ustedes o que yo misma. Somos responsables no solo porque tenemos esos dirigentes políticos, esos gobiernos, porque los hemos elegido; somos culpables porque callamos, porque no nos rebelamos contra la ignominia.

Tanta indignación por una sentencia que nos parece injusta… y tanto silencio ante el intento de la banda terrorista de poner a cero el macabro contador de sus crímenes y de su historia de terror… Tanto interés legítimo por sacar de sus cunetas a todas las víctimas del franquismo y tan nulo deseo de esclarecer los más de trescientos crímenes de ETA que aun hoy no han sido juzgados… Cuanta hipocresía, cuanto desdén, qué falta de dignidad colectiva.

El problema de nuestra sociedad no es político, es moral. No hay más que escuchar los discursos de los líderes alzando la voz en sus trifulcas partidarias para comprender que lo que parecía un objetivo compartido de regeneración democrática ha quedado reducido al papel de un arma dialéctica con la que poder atacar al adversario. Es imposible regenerar una sociedad que no reconoce su deterioro ético.

Solo aceptando que la crisis de valores ha tocado fondo en nuestro país se puede explicar que una petición para destituir a los tres jueces de La Manada consiguiera más de un millón de firmas en solo 24 horas y la petición de víctimas de ETA para que el fin de la banda no venga unido a su impunidad no ha conseguido ni cincuenta mil en cuatro días.

¿Y tú dices que la culpa de todo la tienen los gobiernos, o los partidos, o los jueces, o los nacionalistas…? ¿Y tú que hiciste? Sí, tú que te indignas por la pensión, o por los casos de corrupción, o por la lentitud de la justicia… Sí, tú, ¿Tú que has hecho cuando has visto en la tele a los encapuchados de ETA hablando del fin de la banda? Has cambiado de canal, ¿verdad? Y no has vuelto a pensar en el tema, claro. Para qué darle vueltas, si tú ya estás a salvo, si nadie va a venir a por ti. Tú, que no tienes ninguna víctima directa en tu familia, que no conoces a ninguna de ellas… y que has olvidado que ETA asesinó a todas y cada una de ellas para que tú pudieras vivir en democracia y en libertad. Tú, ciudadano de a pie que reclama con razón poder utilizar sin cortapisas su libre albedrío, ¿te has parado a pensar cómo se sentirán los familiares de las 358 víctimas cuyos asesinos aún no han sido juzgados?

Trescientas cincuenta y ocho familias que no han podido hacer el duelo por sus seres queridos viven con horror cómo se blanquea la historia de ETA, cómo se quiere hacer borrón y cuenta nueva. Trescientas cincuenta y ocho familias en cuyo nombre solo hablan ellas… porque nadie les quiere prestar su voz. Trescientas cincuenta y ocho familias que pueden llegar a sentir que sus seres queridos fueron asesinados para nada… porque a nadie parece importarle que se haga justicia.

He recordado estos días la respuesta que dio Mario Onaindía a un periodista que le preguntó qué era hacer política en Euskadi: “Hacer política en Euskadi es exponerte a que un energúmeno te pegue un tiro por la espalda, un imbécil lo justifique diciendo que sus objetivos son legítimos y un idiota diga que esto se arregla dialogando”. De esa sociología social somos deudores: de una sociedad que callaba ante los que justificaban los crímenes, que ensalzaba como a hombres de paz a quienes querían comerciar con los muertos y que volvía la cabeza o corría unos pasos en el semáforo cuando coincidía en él con una persona amenazada.

Por eso hoy que ya nadie tiene miedo de que ni siquiera colateralmente le roce algún atentado (cuando entraban las bombas o la sangre por la retina no podían mirar inmediatamente para otra parte…) las víctimas y el por qué lo fueron ha quedado convenientemente sepultado. Hay que acallar nuestras conciencias, no vaya a ser que descubramos que fuimos indiferentes cuando esos hechos luctuosos se producían. Hoy que ETA no asesina porque la policía ha desmantelado sus comandos y no porque se hayan vuelto demócratas, quienes nunca arriesgaron nada (o quienes fueron comisionistas de una u otra manera de la banda) le dicen a las victimas y a quienes se enfrentaron a ETA con riesgo de sus vidas y de las de sus familias que deben estar contentos. Contentos porque la ETA que no puede matar les perdona la vida.

Qué asco me da todo esto, la verdad. Qué asco y que vergüenza al contemplar, impotente, la falta de empatía con el bien que muestra nuestra sociedad. Sí, las víctimas se han quedado solas porque la sociedad española ha perdido la piedad. No hay perdón de Dios.

Rosa Díez, cofundadora de UPyD, es promotora de la web elasterisco.es.

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