Qué sucede en Granada

Hace dos meses que en Granada se comenzó a registrar una serie de terremotos, principalmente de baja magnitud, pero de intensidad apreciable. Como es lógico, estos temblores mantienen en vilo a la población. Además de la máxima preocupación por la seguridad de las personas, es natural que nos alarme la posibilidad de que se dañasen la Alhambra, una de las mayores maravillas del mundo, o los numerosos monumentos de esta bella ciudad y de su extraordinario entorno.

Según la muy detallada información que proporciona, minuto a minuto, el Instituto Geográfico Nacional (IGN), desde el 1 de diciembre hasta ayer se han producido más de 800 terremotos en la zona. De estos, cinco de magnitud mayor que 4, y unos 20 de magnitud comprendida entre 3 y 4. Todos estos seísmos más intensos se han producido en la última semana de enero. Los de magnitud menor a 3,5 apenas se perciben por la población, pero todos ellos quedan registrados.

Qué sucede en GranadaRecordemos que la escala sismológica es logarítmica y que cada grado supone un factor multiplicativo de 32 en la energía liberada. En un terremoto de magnitud 6 se libera una energía comparable a la de la bomba de Hiroshima, mientras que uno de magnitud 7 equivale a 32 bombas. Pero los efectos de los terremotos no solo se describen por esta magnitud que mide la energía liberada. En cada lugar geográfico, el movimiento del suelo se representa mediante un parámetro denominado intensidad macrosísmica que se mide mediante la observación de los efectos producidos en personas y edificios. Esta intensidad se expresa con un número romano, en una escala que va desde el I (seísmo no sentido) hasta el XII (completamente devastador).

Así, el terremoto del día 23 de enero, de 4,4, uno de los de mayor magnitud de esta serie, se percibió con intensidad III en la ciudad de Granada, pero con intensidad V-VI (fuerte a levemente dañino) en la localidad de Atarfe, en la vega granadina, donde el movimiento del suelo fue sentido tanto en los interiores como en el exterior y algunos edificios sufrieron daños, aunque no muy severos.

Granada tiene una larga historia de temblores de tierra. Hay constancia del que tuvo lugar en 1431, con intensidad VIII-IX, que ocasionó importantes daños en la Alhambra. Y un siglo más tarde, en 1531, se produjo otro similar en la cuenca de Baza. En 1804, se contabilizaron 407 víctimas mortales en la zona de Dalías, Berja y Roquetas. Y ya en 1884 tuvo lugar en Arenas del Rey el más devastador, con intensidad IX-X, que produjo 839 muertos.

En épocas más recientes, cuando ya se contaba con instrumentos precisos de medida, hay que destacar el que sucedió en 1954, con magnitud 7,8, y el del año 2010, con magnitud 6,3. Pero, afortunadamente, al suceder a profundidades superiores a los 600 km, estos seísmos no produjeron daños. Los terremotos de la serie actual, aun siendo de mucha menor magnitud, tienen efectos más visibles por tener sus epicentros muy superficiales (entre 1 y 10 km de profundidad).

¿Por qué sucede esto en Granada? Recordemos que los terremotos están causados por los movimientos de las placas tectónicas, los pedazos en que está fragmentada la litosfera terrestre. La deriva de los continentes se conoce desde más de un siglo, cuando el explorador y científico visionario Alfred Wegener sugirió que, hace unos 300 millones de años, todos los continentes estaban unidos en una masa única denominada Pangea. Desde entonces, aquel supercontinente se fue fragmentando y sus pedazos fueron separándose entre sí hasta configurar los continentes sobre los que vivimos hoy. Esta teoría fue ridiculizada en un principio, generó uno de los mayores debates de la historia de la ciencia, y necesitó medio siglo para fundamentarse completamente y ganarse la aceptación de la comunidad científica.

Nadie pone hoy en duda que las placas tectónicas flotan y se desplazan sobre la astenosfera, la capa inferior de la Tierra que se encuentra a unos centenares de kilómetros de profundidad, y que las zonas en que concurren dos placas son regiones de actividad sísmica. En esos lugares en que dos placas entran en contacto pueden elevarse grandes cordilleras como el Himalaya o los Andes, y cuando una placa se sumerge bajo otra, en las denominadas zonas de subducción, se originan grandes fosas, como las observadas junto a las costas de islas volcánicas y continentes. Las velocidades de deriva de los continentes, que alcanzan valores de varios centímetros por año, se miden hoy directa y rutinariamente mediante diferentes métodos que utilizan satélites y observaciones astronómicas.

Los terremotos de Granada tienen su origen en la confluencia de la placa tectónica africana con la euroasiática, placas que se aproximan entre sí a una velocidad actual de medio centímetro por año. Se piensa que este movimiento de convergencia entre placas, con la africana empujando en esta región hacia el noroeste, podría llegar a cerrar el estrecho de Gibraltar dentro de unos cientos de miles (quizá un millón) de años. Una separación así, entre el Mediterráneo y el océano Atlántico, no sería un fenómeno nuevo. Hace unos seis millones de años que el estrecho de Gibraltar ya quedó cerrado debido a la convergencia entre placas. Al quedar clausurado el paso, el agua del Mediterráneo se evaporó y las sales depositadas entonces en el lecho marino pueden ser hoy observadas como prueba del estrangulamiento. Hace unos 5,3 millones de años que, quizás debido a un hundimiento del terreno unido a fenómenos de erosión, se fue creando un canal en Gibraltar restableciéndose así nuevamente la conexión entre el Mediterráneo y el Atlántico. Tuvo lugar entonces la restauración de la cuenca mediterránea, un fenómeno que se conoce como inundación zancliense.

Así pues, la sismicidad observada en Granada corresponde bien a lo esperable en esta zona de convergencia. Según colisionan estas dos placas, se ocasionan grandes tensiones que deforman, retuercen y arrugan el material de la zona. La energía puede liberarse de una sola vez, tras alcanzar un límite de resistencia, o puede hacerse de manera más paulatina, creando series de seísmos menores, auténticos enjambres sísmicos, como los que están teniendo lugar ahora. La creación de una serie es, por tanto, una señal favorable que indica que la energía no se está liberando de manera brusca. Además, la historia nos muestra que, en esta zona, los seísmos de intensidad muy fuerte tan solo se dan muy ocasionalmente y los terremotos suelen ser superficiales, con magnitud entre baja y moderada.

LA CIENCIA actual no permite pronosticar los terremotos. No se sabe predecir cuándo, ni dónde, ni con qué magnitud, se producirá el próximo. Los sismólogos investigan sobre algunos fenómenos precursores que quizás pudiesen alertarnos, como alteraciones del campo magnético, ligeras modificaciones del terreno, o producción de microseísmos en una zona dada; pero por el momento ninguno de estos fenómenos se ha revelado como un indicador de utilidad práctica.

Aunque no se puedan predecir los terremotos, sí que se pueden evaluar de antemano los riesgos sísmicos y tomar medidas de prevención. Además de seguir promoviendo la investigación científica, es indispensable que los gobiernos, de acuerdo con los sismólogos, se anticipen a tales riesgos y dispongan unos preceptos de prevención claros y eficaces. En mi opinión, el IGN contribuye a estas tareas de manera constante y muy profesional. Concretamente, la Red Símica Nacional del IGN desarrolla su labor de manera ejemplar, monitorizando y calculando la actividad sísmica en tiempo real mediante centenares de estaciones sísmicas que están repartidas por el territorio español, dos docenas de ellas en la provincia de Granada. Además, cuenta con agilidad y medios para instalar estaciones portátiles en las zonas en las que se desata un período de actividad, como ha sucedido ahora en Granada, lo que permite lograr una gran cobertura y localizar los epicentros con precisión y fiabilidad.

Entre las medidas preventivas de gran utilidad que se toman en España, y a las que el IGN contribuye de modo determinante, destacan las normas de sismorresistencia para la construcción de edificios, la distribución diligente de una información amplia y precisa, y el establecimiento de unos procedimientos claros de emergencia que indican a los ciudadanos cómo protegerse.

Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN) y autor de El universo improbable.

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