¿Qué unión necesita el Mediterráneo?

Mañana, 28 de noviembre, se cumplirá el decimoquinto aniversario del lanzamiento del Proceso de Barcelona, también conocido como Asociación Euromediterránea. Sin embargo, lo que podía haber sido una celebración se tornará en un amargo recordatorio de los problemas que sacuden a esta región y que la Unión por el Mediterráneo (UpM), lanzada en 2008, no ha podido superar.

A pesar de grandes dosis de voluntarismo, no hubo más remedio que aplazar, por segunda vez en seis meses, una cumbre que debería haber reunido hace unos días en Barcelona a los líderes de los 43 miembros de la UpM. Las circunstancias políticas no permitían asegurar ni una presencia ni unos resultados satisfactorios. Haber convocado la cumbre no solo no habría servido para dar un impulso político a las relaciones euromediterráneas, sino que habría podido tener un desenlace contraproducente.

La situación es crítica. Lo es para la UpM en su aspiración de reforzar el diálogo político y la cooperación técnica y lo es, sobre todo, para un Mediterráneo atravesado por una profunda brecha económica y emocional. Por ello, creemos conveniente y urgente que se haga una reflexión rigurosa y sin hipotecas de cómo se ha llegado a la situación actual y qué escenarios de futuro se perfilan.

La puesta en marcha del Proceso de Barcelona en 1995 supuso un salto cualitativo en la política europea hacia el Mediterráneo. Combinando acciones bilaterales y multilaterales, se pretendía crear un espacio de diálogo, paz, estabilidad y prosperidad compartida. Fue una iniciativa innovadora y ambiciosa que se benefició de un contexto de optimismo tras los acuerdos de Oslo de 1993 entre israelíes y palestinos. Sin embargo, los avances en las relaciones euromediterráneas quedaron supeditados a la voluntad política de las partes de cumplir lo acordado y sometidos a las inclemencias del conflicto árabe-israelí. Se imponía la necesidad de revitalizar o incluso repensar las relaciones euromediterráneas.

Francia aprovechó este estado de ánimo para liderar la creación de la Unión por el Mediterráneo. No fue fácil. Detrás de la iniciativa de Sarkozy había consideraciones en clave de política interna y una voluntad de protagonismo nacional que generaba malestar e incertidumbre a ambos lados del Mediterráneo. Poco a poco, se fueron acomodando las distintas sensibilidades y, una vez alcanzado el consenso,se celebró una pomposa cumbre el 13 de julio de 2008 en París. Llevados por la euforia, se generaron unas expectativas que pronto se frustraron.

La UpM dio sus primeros pasos en un contexto de crisis financiera global y de recrudecimiento del conflicto en Oriente Próximo. Cabe recordar que cinco meses después de la Cumbre de París, Israel lanzaba la Operación Plomo Fundido sobre Gaza, dejando a la UpM en respiración asistida durante varios meses. Esta crisis y otras posteriores han imposibilitado por ahora el intento de trasponer al Mediterráneo el modelo funcionalista que tan buenos resultados ha dado en la construcción europea. Los conflictos todavía abiertos entre vecinos y las diferencias entre los regímenes políticos no eran la mejor combinación para lograrlo. Tras más de dos años de vida, enormes esfuerzos diplomáticos y una compleja arquitectura institucional, la UpM parece más un escaparate donde escenificar las desavenencias regionales que un instrumento para mejorar las condiciones de vida de los habitantes de la región.

Aunque algunos no pierden la esperanza, queda lejos la retórica de una Unión que iba a superar la tediosa lógica del "proceso por el proceso" y, lo que aún es más grave, va calando una alarmante sensación de fatiga en los temas mediterráneos. Ante esta situación, caben dos opciones: o bien esperar a que vengan tiempos mejores o emprender un proceso de reflexión política e intelectual que aporte pistas para avanzar, incluso en circunstancias críticas como la actual. Creemos que la urgencia de esta reflexión es ampliamente compartida por expertos y observadores. Debe plantearse, de forma audaz e imaginativa, cómo mantener o reinventar la cooperación euromediterránea. Si persiste el bloqueo, habrá que revisar la UpM, sus medios y sus instituciones y, si con esto no es suficiente, deberán contemplarse marcos alternativos. No son pocas las voces que ya abogan por centrarse en el Magreb y, aunque más minoritarias, otras apuestan por resucitar el diálogo euro-árabe.

Este proceso de revisión ha de ir acompañado de un esfuerzo por aumentar la relevancia del marco euromediterráneo. En otras palabras, las decisiones que se tomen en estos foros han de tener trascendencia, visibilidad y beneficios tangibles para las poblaciones. A modo de ejemplo, mientras que para otros vecinos de la UE se habla de eliminación o facilitación de visados, esta sigue siendo una cuestión tabú en el Mediterráneo. Sin sustancia sobre lo que decidir, seguirá resultando fácil recurrir a la estrategia del bloqueo.

También deberá esclarecerse el papel que han de jugar la UE y sus instituciones en el Mediterráneo. ¿Qué función ha de desempeñar la Comisión Europea? ¿Cómo se vincula la UpM con la Política Europea de Vecindad? ¿Debe la Alta Representante, Catherine Ashton, asumir el liderazgo por parte europea tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa? ¿Cómo conseguir sinergias entre el incipiente Servicio Europeo de Acción Exterior y las diplomacias nacionales? Son decisiones que habrán de tomarse próximamente y ante las cuales es capital advertir del peligro que supone la parcelación y renacionalización de la política exterior europea. Lo que sucede en el Mediterráneo trasciende más allá de los países ribereños y no puede sino ser una apuesta común.

Los países del sur del Mediterráneo deberán reflexionar sobre los costes a medio y largo plazo de la actual situación. Hay un serio riesgo de que cunda la desafección entre muchos países europeos si no ven avances y resultados. ¿Seguirá siendo el Mediterráneo un ámbito prioritario para invertir recursos y esfuerzos? No hay que olvidar que la negociación de las perspectivas financieras de la UE está a la vuelta de la esquina y que la situación económica en el viejo continente no es la más esperanzadora.

El actual clima de parálisis no contribuye a reducir la brecha emocional y económica que aleja las sociedades del espacio euromediterráneo. España, país de indudable vocación europeísta y comprometido con el Mediterráneo, está llamado a jugar un papel decisivo, aglutinando voluntades, recabando nuevas propuestas y formulando soluciones constructivas. Si el aplazamiento de la cumbre de la UpM sirve para superar esta situación, replanteando los objetivos y los medios empleados para alcanzarlos, la actual decepción no habrá sido en vano.

Haizam Amirah Fernández y Eduard Soler i Lecha, investigadores principales para el Mediterráneo en el Real Instituto Elcano (Madrid) y Centro de Estudios y Documentación Internacionales de Barcelona (CIDOB), respectivamente.