¿Qué verano nos espera?

Sobre el verano político que nos espera tras la decisión británica y las elecciones españolas del 26-J no oso aventurar nada. Sobre el verano meteorológico, tampoco. Nadie sabe qué ocurrirá, pero incontables comentaristas hacen predicciones a diestro y siniestro. Solicitados por constantes nuevos pronósticos alarmantes, no tenemos tiempo de reprochar a esos mejorables oráculos la reiterada inexactitud de sus previsiones. No haré ninguna, por tanto. Sí que, en cambio, expondré algunas tendencias que, datos en mano, parecen bastante sólidas. Sobre el tiempo y el clima, quiero decir.

El Instituto Goddard de Estudios Espaciales (GISS) de la NASA acaba de publicar los datos correspondientes al mes de mayo sobre la evolución de la temperatura global de la superficie del planeta. Por octavo mes consecutivo, hemos tenido el mes globalmente más cálido del último siglo largo: no había habido ningún mes de mayo tan cálido desde 1880. Si consideramos los ocho meses que van de octubre del 2015 a mayo del 2016, todos de récord, nos enfrentamos al periodo más cálido de los registrados hasta ahora. No es una predicción temeraria: es una constatación fenomenológica.

La temperatura global del planeta no cesa de subir desde hace décadas, con consecuencias que ya empiezan a ser alarmantes de verdad, estas sí. Pero esa misma certeza es la causa de la indiferencia con que la recibimos: ha dejado de ser noticia. Nos hemos instalado en la perversidad informativa. No nos interesan las cosas importantes, sino las diferentes. Para combatir semejante frivolidad detestable, recurriré a sus mismas armas. Diré, por ejemplo, que el futuro del vino es incierto. ¿Se imaginan un paisaje mediterráneo sin viñedos? ¿Se dan cuenta de las consecuencias económicas y para el imaginario colectivo que ello tendría?

Volvamos al GISS. Junto con el Departamento de Organísmica y Biología Evolutiva, de la Universidad de Harvard, acaba de publicar un estudio sobre los efectos del cambio climático en el cultivo de la vid en Francia y en Suiza que correlaciona datos meteorológicos básicos, fechas de vendimia y calidad del vino desde 1600 hasta el 2007. Entre 1600 y 1980, las vendimias tempranas correspondieron a años de primavera y verano secos y calurosos, pero a partir de 1981 ha sido necesario avanzar el comienzo de la vendimia año tras año aunque el verano haya sido fresco y relativamente húmedo. La consecuencia es un cambio gradual en la calidad de los vinos, que se obtienen ahora con más facilidad en algunas solanas suizas que en la tierra baja mediterránea. Los viticultores catalanes ya se habían percatado de ello: de un tiempo a esta parte, algunas bodegas han trasladado parte de sus viñedos al Prepirineo.

Si entran en Earth’s Long-Term Warming Trend, 1880-2015, verán un elocuente vídeo sobre la variación de la temperatura global de la Tierra desde 1880 hasta el 2015. Empieza a producirse un incipiente incremento respecto de la media a partir de 1925. A partir de 1980 el incremento se dispara hasta hacerse inquietante, sobre todo en el hemisferio norte a partir del año 2000. Más que de cambio climático habría que hablar de calentamiento global. Y ello porque el problema no es que el clima experimente cambios, sino que la Tierra se calienta superficialmente. Claro está que el calentamiento se traduce en un cambio climático, pero convendría centrar la atención en el aumento general de la temperatura y sus serias consecuencias. El clima cambia porque los humanos calentamos indirectamente la atmósfera al verter millones y millones de toneladas de dióxido de carbono y de metano con la combustión masiva de combustibles fósiles. No es mala suerte, es temeraria conducta culpable.

Desde 1998, el Mediterráneo oriental sufre el periodo de sequía más severo de los últimos siglos. Además del drama de las guerras y de los cientos de miles de exiliados, el calentamiento global nos obsequia con una falta de agua que empieza a ser grave y que presagia aún más conflictos. Vayan completando el puzle: sequías en zonas de conflicto, paisajes ancestrales alterados, exaltación de los fenómenos atmosféricos violentos (huracanes, precipitaciones tormentosas), fusión de los hielos continentales y subsiguiente subida del nivel del mar, fusión de los hielos árticos y subsiguiente cambio del comportamiento de las corrientes marinas reguladoras del clima...

Es un escenario preocupante, no un predicción alarmista. Si con una mano debemos procurar frenar las emisiones, con la otra hay que agarrarse fuerte y tratar de minimizar el previsible batacazo que nos espera. ¿Qué hacemos para prevenir los efectos de estos probables cambios deletéreos para la economía y la convivencia? ¿Saben de alguna agenda política que les otorgue la prioridad que merecen? Es un buen momento para pensar en ello.

Ramon Folch, socioecólogo. Presidente de ERF.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *