En noviembre, el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas y la Organización Internacional para las Migraciones advirtieron sobre una amenaza “sin precedentes” a la seguridad alimentaria generada por el COVID-19. El daño colateral de la pandemia podría resultar aún peor que la propia enfermedad.
La mayoría de las principales instituciones internacionales interesadas en la seguridad alimentaria ahora han exigido que se tomen medidas para prevenir futuros brotes de enfermedades infecciosas, y para hacer que los sistemas alimentarios sean más resistentes a las crisis. Debemos incorporar la innovación biológica en nuestro pensamiento mientras nos esforzamos por cumplir con el doble desafío de alimentar a una población creciente y gestionar la sustentabilidad de los recursos naturales.
Aún antes de la pandemia, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) advirtió que más de 820 millones de personas no tenían suficiente para comer. Ante la expectativa de que la población global tenga aproximadamente 2.000 millones más de habitantes en 2050, mejorar el acceso a alimentos asequibles y saludables será crítico a la hora de reducir la desnutrición y los costos de atención médica asociados.
La innovación en la agricultura y la producción de alimentos es tan antigua como la agricultura misma; sin embargo, hoy es extremadamente necesaria. Una investigación reciente del Instituto Global McKinsey determina que la innovación biológica en agricultura, acuacultura y producción de alimentos podría arrojar retornos económicos de hasta 1,2 billones de dólares en los próximos diez o veinte años. Para ponerlo en contexto, la industria global de alimentos y agronegocios hoy tiene un valor aproximado de 5 billones de dólares.
¿Qué podría generar este crecimiento? Las innovaciones más prometedoras incluyen proteínas alternativas, reproducción asistida por marcadores, ingeniería genética de rasgos de plantas y animales y mapeo y modificación del microbioma. El interés de los consumidores en fuentes de proteínas alternativas está aumentando a nivel global, debido a cuestiones vinculadas a la salud, al medio ambiente y al bienestar animal.
Los sustitutos vegetales de la carne ya se venden de manera generalizada, aunque la economía de su producción tiene que mejorar. La leche vegetal, por ejemplo, representa el 15% de las ventas minoristas de leche en Estado Unidos y el 8% en Gran Bretaña. Y empresas como Clara Foods están utilizando tecnologías avanzadas de ingeniería y fermentación de levadura para producir proteínas de claras de huevo no procedentes de animales.
De la misma manera, la carne y los mariscos cultivados –mediante lo cual se hace que el tejido generado a partir de células en el laboratorio se asemeje al perfil proteico de la carne animal- están en el horizonte. A comienzos de este mes, Singapur se convirtió en el primer gobierno en aprobar la venta de carne cultivada en laboratorio (pollo cultivado creado por la compañía Eat Just con sede en San Francisco). En los próximos diez años, la carne y los mariscos cultivados podrían competir en materia de costos con las proteínas animales convencionales.
La reproducción selectiva de plantas y animales no es nueva, pero la reproducción asistida por marcadores ha hecho que el proceso resulte más económico y significativamente más rápido, porque permite la selección de rasgos deseables aun si todavía no han sido identificados o entendidos los genes precisos que los generan. El derrumbe del costo de la secuenciación del ADN significa que se pueden detectar simultáneamente miles de marcadores potenciales. Mientras que desarrollar nuevas variedades de cultivos antes podía demandar 25 años, ahora se puede hacer en apenas siete. Y como la selección asistida por marcadores todavía no está tan extendida en los países en desarrollo como en las economías avanzadas, hay oportunidades significativas de crecimiento.
Desde el desarrollo de la primera planta modificada genéticamente (tabaco) a comienzos de los años 1980, la ingeniería genética se ha consolidado. Pero, una vez más, la tecnología sigue mejorando aceleradamente. Nuevas herramientas como CRISPR han hecho que la edición genética sea más precisa, permitiendo que los cultivos se adapten de manera mucho más efectiva a las condiciones locales como temperatura y tipo de suelo. Los productos editados mediante CRISPR podrían llegar a las estanterías de los almacenes en Estados Unidos en los próximos diez años, empezando por frutillas más dulces que tienen una vida más larga.
Otra área prometedora de innovación son los dispositivos portátiles de secuenciación del ADN, que pronto podrían ser utilizados por los agricultores para diagnosticar enfermedades de las plantas, mejorando posiblemente la calidad y el rendimiento a la vez que se elimina o se reduce el uso de pesticidas. La edición genética para mejorar la salud y la productividad en los animales destinados a la alimentación como vacas lecheras y ganado vacuno, cerdos y aves de corral sigue siendo incipiente, pero el interés en el campo se ha disparado desde el brote de fiebre porcina africana en 2019.
De la misma manera, el mapeo del microbioma –incluidos bacterias, hongos y virus- está ayudando a los investigadores a encontrar maneras de aumentar la resiliencia de los cultivos, de los animales y del suelo a la sequía y a las enfermedades. Aquí también los avances en informática y secuenciación están acelerando el ritmo de los descubrimientos –la compañía de biotecnología Novozymes, por caso, ya está ofreciendo microbios alterados genéticamente para usar en lugar de productos químicos que mejoren el rendimiento y la calidad.
Muchas de estas innovaciones biológicas nos pueden ayudar a abordar no sólo el hambre sino también el agotamiento de recursos y los riesgos climáticos más amplios. Según la FAO, criar ganado para carne, huevos y leche genera 14,5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero; y un tercio de toda la tierra de cultivo se usa para producir alimentos para animales. La agricultura también es el mayor responsable de la deforestación, ya que ocupa el 43% de la tierra libre de hielo y sin desiertos del mundo. La “hamburguesa imposible” vegetal representa un 89% menos de emisiones que una hamburguesa de carne tradicional.
El cambio climático refuerza la necesidad de innovaciones biológicas, como cultivos que han sido modificados para soportar un clima severo, o para crecer en nuevos ambientes, inclusive en áreas con temperaturas extremas, alta salinidad o sequías frecuentes.
Muchas innovaciones ya están contribuyendo a la seguridad de los alimentos, y el pleno potencial de la secuenciación asequible del AND y la tecnología CRISPR seguirá revelándose con el tiempo. Hará falta más tiempo para que la carne cultivada en laboratorio se abra camino, pero cuando lo haga, es probable que el impacto se sienta en todas partes.
La regulación y las percepciones públicas han desempeñado un papel importante –tanto positivo como negativo- desde hace mucho tiempo en la innovación biológica. La primera ola de productos alterados genéticamente disponibles para su comercialización todavía no ha llegado a muchos países, y 19 estados miembro de la UE aún hoy prohíben parcial o totalmente su venta. En África, los productos alimenticios modificados genéticamente son legales sólo en un pequeño puñado de países.
La seguridad es claramente esencial. Pero si se pueden atender los temores de los reguladores y de los consumidores, la bio-revolución nos podría ser extremadamente útil para enfrentar desafíos globales como la seguridad alimenticia y el cambio climático.
Michael Chui is a partner at the McKinsey Global Institute, studying the impact of long-term technology trends. Matthias Evers is a senior partner in McKinsey’s Hamburg office and co-leads the firm’s global research and development work in the pharmaceutical and medical products practice.