Quebec hoy, el País Vasco mañana

Por Andrés de Blas Guerrero, catedrático de Teoría del Estado de la UNED (EL PAIS, 04/05/03):

Los nacionalismos de base cultural que se producen en el marco de los viejos Estados occidentales, normalmente también viejas naciones de base política, tienen un doble camino de actuación. El primero es embarcarse en un proceso de enfrentamiento con el Estado y la nación política en que se encuentran enmarcados, en que el recurso último es la amenaza de la secesión a favor de un sentido amplio concepto de autodeterminación. El segundo es encontrar un espacio de entendimiento con el Estado y la nación política a través del uso de diversas formas de reparto territorial del poder. Dando por buena la superioridad del segundo de estos caminos, interesa destacar las condiciones que lo hacen posible. Son éstas, en primer lugar, la aceptación de un marco de lealtades compartidas en que el reconocimiento de la nación política ligada a la vida del Estado y el reconocimiento de la nacionalidad cultural pierden su carácter excluyente. En segundo lugar, la vida del federalismo en sentido lato se hace posible por la asunción en profundidad de los valores del pluralismo, tanto en su sentido cultural como político. El tercer requisito fundamental para la vida de las prácticas federales es el de la tolerancia, una tolerancia entendida en un sentido fuerte, que va más allá de la aceptación de lo diferente o lo equivocado, para ver en la convivencia de rasgos culturales diferenciados un enriquecimiento de la vida colectiva.

Sobre estos supuestos, el nacionalismo cultural puede encontrar un status claro y favorable en la vida del Estado y la nación común, renunciando a una visión agónica que tendría su manifestación más radical en la amenaza de separación. Una separación que juega fundamentalmente un papel intimidatorio en las relaciones con el Estado, pero que puede deslizarse del terreno de los argumentos políticos a la realidad a favor de unas condiciones especiales de conflicto político.

Tradicionalmente, el nacionalismo quebecois ha jugado respecto al Estado y la nación canadienses el camino del enfrentamiento radical. La propiciación de un esquema de relaciones tensas con el Gobierno federal o la celebración de dos referendos son recursos, sin embargo, que han quedado frenados con los resultados electorales de abril. Una mayoría de la opinión de Quebec se ha manifestado, por el contrario, a favor de la exploración de una vía federal para tratar los problemas del país. Constituye una reacción significativa en el mundo occidental, que inmediatamente hace pensar en su repercusión en el caso español y, en concreto, en el caso vasco. ¿Qué condiciones deben darse en el País Vasco para una solución similar a su conflicto? Pienso que la hegemonía de un discurso nacionalista en el País Vasco se ve favorecida por dos grandes factores. El primero, indudablemente, es el peso de la violencia, que crea una situación de excepción en la vida política vasca. Como tantas veces se ha dicho, el fin de ETA supondrá la voladura del dique que contiene la emergencia del pluralismo político en la sociedad vasca, un pluralismo que hará surgir nuevos equilibrios y que pondrá fin al actual control de su vida política por el nacionalismo.

El segundo factor que ha garantizado hasta ahora la hegemonía nacionalista es la creencia de que a mayor control del nacionalismo, mayores serán las cotas de bienestar económico y social en el País Vasco. La idea de un "nacionalismo del bienestar" es la raíz del éxito de esta opción política. Bien es cierto que del bienestar quedarían excluidos los objetivos potenciales del terrorismo. Pero se trata, al fin y al cabo, de una minoría en el contexto de satisfacción general por los niveles de desarrollo económico y social alcanzados en la sociedad vasca. Este bienestar no puede ser función, sin embargo, del "más nacionalismo". Por el contrario, la sociedad vasca debe comprender que los objetivos máximos del discurso nacionalista amenazan directamente las bases de un bienestar que necesita la colaboración del resto de España y de Europa para hacerse realidad. Sin llegar a estos objetivos máximos, la opinión vasca debe descubrir los riesgos de una estrategia de la tensión con el Estado para garantizar el mantenimiento del status actual. Lejos de sucumbir a la tentación nacionalista que equipara nuevas conquistas en su programa al aumento de beneficios económicos y sociales, la sociedad vasca debe tomar conciencia de las ventajas inherentes al actual modelo autonómico como marco político propiciador de lo hasta ahora conseguido. El camino europeo no puede recorrerse con la oposición del resto de España. La economía vasca necesita del conjunto de la economía española para su vida. En síntesis, el lema "a mayor nacionalismo, mayor bienestar" amenaza en convertirse exactamente en su contrario, de avanzar el camino de las conquistas nacionalistas, tal y como se vienen planteando a partir de Lizarra.

La acción combinada de la lucha contra el terrorismo y la comprensión realista de las bases del desarrollo económico y social del País Vasco son las condiciones que hacen presumible un cambio en el electorado que equivalga al inicio de la solución política del problema vasco. Ese cambio estuvo al alcance de la mano en las anteriores elecciones autonómicas, y todo hace indicar que seguir el camino iniciado entonces es recorrer el espacio que lleve a la victoria a los vascos que están dispuestos a oponer las bazas de las actitudes federales a las de la autodeterminación. Esta victoria electoral es la que permitirá, complementariamente, la creación de un nuevo espacio político en el País Vasco y la renovación ideológica de su nacionalismo. Se trata, en definitiva, de la victoria que hoy se estrena en Quebec y que mañana habrá de ser una realidad en el País Vasco.