Queremos el Estatut

Por José Antonio Martín Pallín. Magistrado del Tribunal Supremo (EL PERIÓDICO, 19/01/06):

Todos los historiadores extranjeros que se han acercado, desde el distanciamiento y la objetividad de su origen y profesión, a los desencadenantes de nuestra guerra civil la relacionan con el conflicto sobre la organización territorial del Estado. Como ha dicho Antony Beevor, la guerra civil no fue un enfrentamiento entre las izquierdas y las derechas. El conflicto tenía dos ejes: centralismo estatal contra independencia regional, y autoritarismo contra libertad del individuo. Después de las vicisitudes que estamos viviendo creo que la responsabilidad de encontrar vías previas está prioritariamente en manos de los políticos catalanes. Uno de los puntos más conflictivos es el sentido y alcance del concepto de nación. En mi opinión, lo importante no es su ubicación sistemática en el preámbulo o en el articulado, sino el relieve político que se quiere dar al término. También se discute la creación de una Agencia Tributaria autonómica, y, sobre todo, el régimen de financiación. Es innegable que una gran mayoría de catalanes se sienten como una nación; que otro porcentaje no necesita sentir el espíritu nacional para considerarse catalán, y quizá también español: y que existen personas que tienen otros orígenes. ¿Les proporciona una mayor consolidación y arraigo que el territorio sea una nación o una autonomía? Al mismo tiempo que me formulo esta pregunta, aclaro que la mención al sentimiento más generalizado de los ciudadanos de Catalunya no enturbia ni se superpone ni elimina su pertenencia a España como entidad nacional reconocida en el mundo internacional. La pretensión de tener una Agencia Tributaria propia me parece una cuestión menor. Las objeciones podrían surgir si pretendiera ser un compartimento estanco e inaccesible al intercambio obligatorio de información con la Agencia Estatal y con otras autonómicas si se creasen. Cuando nos acercamos casi a una Agencia Tributaria Europea o a un sistema intercomunicado de gestión, no parece ni racional ni políticamente justificada cualquier pretensión de opacidad.

CREO QUE NO habrá nadie que pretenda tener crédito técnico y político que propugne un sistema autárquico propio de un régimen ya superado. Cualquier pretensión de catalanizar el mundo financiero, el intercambio económico, la fluidez de la mano de obra o las reglas del mercado está fuera de la realidad y condenada al fracaso. A lo largo de los siglos de existencia se han ido acuñando estereotipos para encasillar el carácter o idiosincrasia de los ciudadanos de las diversas regiones de España. Por desgracia, la falta de conocimiento mutuo, la incuria cultural y el cerrilismo pueblerino ha consolidado, durante excesivo tiempo, estas arbitrarias concepciones que se atribuyen a un rey español, cuando se refería a determinados originarios, asimilándolos a gentes de mal vivir. Esa España que pretenden esgrimir algunos sectores de Catalunya no es real. El nacionalismo es lo que es, pero no se puede decir que sea de izquierdas, por eso nos llama la atención que algunos sectores del autodenominado izquierdismo catalán nos reprochen a los progres que no hayamos salido a la calle pidiendo la libertad e independencia de Catalunya. El seny català se lo han ganado a pulso algunos ciudadanos por su espíritu de convivencia, realismo político y sentido común, pero no es una cualidad que se transmita por el sólo hecho de pasear por las Ramblas. Cada uno tiene que construirlo con su reflexión y esfuerzo sin apropiárselo gratuitamente. La condición de demócrata no se adquiere, en ningún lugar del mundo, por la simple circunstancia de vivir en una democracia y votar en las elecciones; es algo más. Es el compendio de una serie de valores, formas de debate y convivencia, respeto a las normas y los principios y, sobre todo, un ejercicio continuo, día a día, de autoexigencia, que no se alcanza fácilmente y que en cualquier momento puede fallarnos.

UNO DE LOS borradores de la Constitución española propugnaba como valores superiores del ordenamiento, además de la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político, la solidaridad. No sé quién tuvo la discutible idea de suprimir la referencia alegando que ya estaba implícita en la libertad y la igualdad. En todo caso, la solidaridad es un valor en alza del que ya nadie puede desmarcarse. Los años que llevamos en la UE nos han demostrado, de forma plástica, en qué ha consistido la solidaridad de los europeos con España. Por ello me pregunto, ¿pueden permitir los políticos que las generaciones presentes y futuras perdonen que no hubo Estatut porque falló el acuerdo sobre el porcentaje de un determinado impuesto? La reflexión corresponde a todos, pero especialmente a los catalanes. Ahora es el momento, no podemos fracasar, una vez más, en la consolidación de nuestra aún inacabada trayectoria democrática.