Queremos ser Holanda...

Justo aparecen nuevos datos sobre paro juvenil cuando, de la mano del partido holandés D66, Convergència acaba de concluir un estudio sobre cómo los Países Bajos afrontan el desempleo juvenil. Nuestro interés por Holanda tiene que ver con el hecho de que, mientras nosotros tenemos los índices más altos de paro juvenil de la Unión Europea, ellos tienen los más bajos.

Las cifras que manejábamos cuando iniciamos el proyecto eran las del primer trimestre del 2009. Los Países Bajos tenían un 6% de paro juvenil. Catalunya, un 36,2%. En el primer trimestre del 2010 hemos llegado ya al 40,01%, un crecimiento increíble si se tiene en cuenta que en el 2007, justo antes de la crisis, Catalunya tenía solo un 13,23%. Definitivamente, no somos los Países Bajos del Mediterráneo que algunos de nuestros próceres habían soñado.

Constatado el abismo que nos separaba de Holanda, he querido seguir de cerca el progreso del trabajo y saber las razones de este inmenso gap. Nuestro paro, es cosa sabida, tiene que ver con un sistema productivo –con excesiva promoción inmobiliaria– que se ha colapsado con la crisis. Su crecimiento desbocado también tiene que ver, y asimismo es cosa sabida, con la falta de reacción de los gobiernos de los presidentes Zapatero y Montilla.

Más allá de esto, Holanda tiene muy poco desempleo juvenil porque lucha contra él con una determinación digna de resaltar. Una legislación, ampliamente compartida, impulsa a los parados a formarse en nuevas habilidades, a buscar trabajo y no perpetuarse en el cobro de subsidios. Agencias públicas dedicadas al trabajo social se disputan fondos públicos en función de sus resultados. Los trabajadores sociales tienen importantes incentivos económicos por cada uno de los parados que consiguen que dejen de serlo. Hoy, en la inmensa ciudad de Rotterdam hay 4.300 parados de entre 18 y 27 años. Todos ellos están perfectamente localizados, se sabe de sus singularidades y posibilidades. Todos, con o sin estudios, holandeses, inmigrantes o hijos de inmigrantes, con o sin familia, algunos con problemas de drogas o familiares, tendrán un entrenador que les orientará para que encaren su vida hacia el empleo.

Si el diferencial de paro entre Holanda y España-Catalu-

nya es tan diferente, tiene sobre todo que ver con que ellos tienen un sistema educativo de gran calidad y muy orientado a insertar a los jóvenes en el mercado, mientras que nosotros tenemos un sistema en general poco preocupado por el mercado laboral.

Los diferentes informes PISA avalan los buenos resultados del sistema educativo holandés frente al nuestro. En matemáticas, los Países Bajos están en tercera posición; en ciencias, en el sexto. España está en la posición 23 en los dos ámbitos. Catalunya, de computar, estaría un poco mejor que el ranking general español, pero no demasiado. No son los únicos datos donde andamos rezagados. En la economía global, el conocimiento de lenguas –peculiarmente del inglés– resulta esencial. Según cifras oficiales de la UE, los Países Bajos son, junto a Suecia y Dinamarca, los que tienen un mejor nivel de inglés. Nosotros andamos en el vagón de cola junto a Italia, Polonia, Rumanía y Bulgaria. Siendo, como somos, un país turístico, el tema resulta especialmente grave.

En las escuelas holandesas, lejos del espíritu poco exigente que en algunas ocasiones campa en las nuestras, se valora el esfuerzo de los estudiantes. Y ello no supone ni fracaso ni abandono escolar. Allá, la formación profesional tiene todo el prestigio. La llaman Educación Secundaria Preparatoria Aplicada (o, por sus siglas en holandés, VMBO) y la cursan más del 60% de los holandeses de entre 12 y 16 años. Un porcentaje importante estudia ingenierías y en universidades politécnicas, de forma que muy pocos entran en lo que nosotros entendemos propiamente como universidad.

SFlbMuy lejos, pues, de nuestro modelo, en el que tenemos el triple de universitarios que de estudiantes de FP, lo que genera que tengamos multitud de licenciados en diversas materias en paro, pero que frecuentemente nos falten técnicos bien formados para alguna de nuestras fábricas. Una situación que es lógico que suceda porque, más allá de las declaraciones, nuestra formación profesional, repartidas sus competencias entre los departamentos de Treball y de Educació, no es prioritaria para ninguno de los dos y, de esta forma, los resultados son desalentadores. En el año 2009, solo el 54% de los alumnos de grado medio se graduaron, mientras que en el 2003 fueron el 71%. Y tan grave como esto: en este curso, en plena crisis, 2.500 personas se han quedado sin poder estudiar FP por falta de plazas. La bondad de estudiar FP para la inserción no solo la acreditan los holandeses. En Catalunya, cerca de un 90% de los que tienen un graduado profesional encuentran trabajo, superando en mucho al porcentaje de los licenciados.

Algunos parecen resignados frente a estas cifras. Nosotros, sin embargo, no podemos resignarnos con un problema que frustra expectativas de nuestra juventud y echa a perder para nuestra economía una fuerza y una creatividad increíbles. Pero lo haremos.

Artur Mas, presidente de Convergència i Unió.