Querido Estados Unidos, no hay fraude en tus elecciones

Querido Estados Unidos, no hay fraude en tus elecciones

En las últimas semanas hemos oído al candidato republicano a la presidencia decir en varias ocasiones que las elecciones del 8 de noviembre están amañadas en su contra. De hecho, parece estar convencido de que toda la temporada electoral se manipuló a favor de su oponente demócrata, Hillary Clinton. Estas acusaciones son serias, o mejor dicho, serían serias si Trump tuviera la mínima idea de lo que dice.

No hay un solo miembro de la élite política estadounidense a quien le agraden las excéntricas acusaciones de Trump sobre el fraude electoral y las conspiraciones de los medios, porque saben que afecta su propia credibilidad como líderes en una democracia. Y exactamente por eso, el líder de mi país, Vladimir Putin, está encantado con las acusaciones de Trump.

Putin, quien lleva ya 16 años en el poder, promueve con gran energía la idea de que la democracia es puro caos y que el héroe Putin es el único capaz de evitar que Rusia caiga en sus redes. En los medios sociales abundan títeres que, con el apoyo de fondos del Kremlin, se dedican a quejarse de que el proceso de las elecciones estadounidenses es ilegítimo y a advertir sobre la posibilidad de que estallen actos violentos. Que el candidato de uno de los partidos principales de Estados Unidos respalde esta propaganda supera las mayores fantasías de Putin. Trump incluso hace eco de las consignas autoritarias de Putin al presentarse como el único que puede rescatar al país.

Tengo un poco de experiencia en el tema de elecciones amañadas. Conozco de primera mano cómo se utiliza el aplastante poder del Estado para burlar el proceso democrático. Sé lo que significa que censuren tu opinión y que los principales medios de comunicación se dediquen a convertirte a ti y a tus colegas en supuestos villanos. Sé qué sucede cuando se forma una conspiración de intereses públicos y privados para intimidar, acosar, enjuiciar e incluso matar si es necesario para preservar el monopolio del poder.

Conozco muy bien todo esto porque lo viví en carne propia durante mis años como líder político de la oposición en la Rusia de Putin. Nada de esto le ha pasado a Donald Trump.

Después de retirarme del ajedrez profesional en 2005, ayudé a formar una coalición de oposición llamada Otra Rusia, cuyo objetivo era protestar en contra del régimen de Putin, que cada vez se parecía más a una dictadura. De acuerdo con la constitución rusa, Putin no podía ser reelecto como presidente por segunda vez en 2008, por lo que no se sabía con certeza qué ocurriría con una estructura de poder que se había centrado por completo en un solo hombre. Si Putin ignoraba la constitución por completo y con todo descaro permanecía en el poder como un dictador, corría el riesgo de aislarse del grupo de ocho líderes mundiales que habían acordado simular que era otro líder democrático.

Nuestra coalición de oposición sostuvo debates en vivo, elaboró escritos sobre políticas y tenía plataformas, todo aquello inexistente en las elecciones oficiales, donde lo único que importaba era quién contaba con la bendición del Kremlin. Para mi sorpresa, en 2007 gané las primarias nacionales para seleccionar al candidato presidencial de la coalición.

Después de ser electo en unas elecciones reales no oficiales, me dispuse a participar en unas elecciones oficiales totalmente falsas.

Para hacerlo, tuve que librar los obstáculos oficiales y no oficiales diseñados para evitar que un candidato no aprobado fuera incluido en las boletas. Era necesario recabar dos millones de firmas por todo el país en solo un mes, una tarea sobrehumana dado el gran tamaño de Rusia. Debía celebrarse un congreso para la nominación, que en un principio parecía algo sencillo pero nos resultó imposible debido a que ningún hotel aceptaba rentarnos un espacio adecuado. Incluso las cadenas hoteleras estadounidenses cancelaban misteriosamente nuestras reservaciones.

En mis viajes de campaña a través del país, nos topábamos con que algunos de los sitios de reunión habían cerrado de manera repentina por reparaciones, que alguien había cancelado nuestros vuelos, o que la policía había suspendido nuestras asambleas. Tampoco logré permanecer fuera de la cárcel, pues pasé cinco días en una celda en Moscú por haber participado en un “mitin no autorizado”.

Unas elecciones no solo se arreglan llenando urnas de boletas. El problema tampoco es que “quienes deciden las elecciones no son quienes emiten los votos, sino quienes los cuentan”, según reza la cita apócrifa atribuida a Stalin. Cuando comienzan a emitirse los votos, el juego ya se acabó. Cualquier opositor al régimen, ya sea un manifestante pacífico o el hombre más rico del mundo, se convierte en un blanco de ataque. El empresario ruso Mikhail Khodorkovsky pasó una década en prisión por atreverse a apoyar a grupos políticos fuera del control de Putin.

El fraude del día de las elecciones consiste más en mostrar lealtad y dar las cifras perfectas para mantener las apariencias. Varios autobuses con electores oficiales van de una casilla electoral a otra, una tradición para la que incluso acuñamos un término específico: un “carrusel”. Se introducen boletas a manojos en las urnas mientras los funcionarios de casilla se paran para bloquear la vista. Algunas veces, estos esfuerzos descomunales de los apparatchiks hacen que la asistencia de los electores supere el 100 por ciento, como ocurre con regularidad en regiones como Chechenia.

Hasta la fecha, no me gusta que me llamen “excandidato presidencial de Rusia” porque sabía muy bien desde un principio que mi nombre nunca aparecería en una boleta. Al ex primer ministro Mikhail M. Kasyanov se le permitió avanzar un poco en su propia carrera independiente en 2008, aunque se le descalificó dos meses más tarde.

Los únicos candidatos a quienes se les permitió postularse para las elecciones presidenciales contra el sucesor elegido por Putin, el ex primer ministro Dmitri A. Medvedev, son el mismo comunista y el mismo nacionalista que se han postulado para todas las elecciones desde el colapso de la Unión Soviética. Medvedev obtuvo el 71,2 por ciento, unas cuantas convenientes décimas de punto porcentual menos que el porcentaje que recibió Putin en 2004. Cuatro años más tarde, Medvedev de nuevo cambió escritorios con Putin, quien no había dejado el poder por un segundo a pesar de su cargo oficial de primer ministro. El presidente Obama llamó a Putin para felicitarlo por su victoria en las elecciones presidenciales, una vez más.

Así es la dictadura moderna: utiliza con astucia los términos y la tecnología del mundo libre para sus propios fines. Para rematar, cuando no bastan las elecciones falsas en casa, siempre es útil una campaña agresiva de intimidación y difusión de información falsa en el extranjero. Las noticias en Rusia empiezan todos los días con Trump y el caso de WikiLeaks, y explican cómo supuestamente exponen la corrupta realidad de la democracia estadounidense. Putin ya no puede fingir ser un líder democrático, así que su objetivo es arrastrar a todo el mundo a su nivel, y lo está haciendo con ayuda de Trump.

Una democracia es tan fuerte como su gente cree que lo es. No es posible destruirla desde afuera, solo desde su interior.

Garry Kasparov es el presidente de Human Rights Foundation y autor de Winter Is Coming: Why Vladimir Putin and the Enemies of the Free World Must Be Stopped.

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