Quid est veritas?

No es de extrañar que la cuarta temporada de la serie de televisión The Crown haya sido un éxito rotundo. El público internacional se ha sumergido en los problemas, los excesos y detalles íntimos de la vida privada de los miembros de la familia real británica. En el Reino Unido, los televidentes han quedado encantados ante la posibilidad de volver a ver de nuevo otra versión de sus famosos escándalos.

Sorprendentemente, la pasión por la serie se extiende incluso a España, con su propia familia real y sus escándalos, aunque hasta ahora nadie ha creado una serie sustancial sobre el tema. «La fiebre británica se ha apoderado de todos nosotros», confesaba días atrás un diario español que invitaba a sus lectores a pasar unas horas viendo The Crown, con fish and chips en una mano y la bandera británica en la otra, para disfrutar de los maravillosos escándalos de la monarquía.

Debo confesar que encuentro todo esto grotesco. Y mis razones son muy simples. La monarquía británica ha perdurado durante más de 10 siglos y su historia ha proporcionado un amplio material para el drama televisivo, sobre todo en las múltiples representaciones sobre los reinados de Enrique VIII y de la reina Victoria. Todas esas series de televisión se basaron en hechos bien conocidos y fueron presentaciones aceptables de la verdad. Por el contrario, la cuarta temporada de The Crown es una obvia distorsión de la realidad, sin otro propósito que el de ganar dinero satisfaciendo el afán de fake news. Lo que realmente ocurrió en los eventos que refleja la serie no parece suficiente para un público hambriento de una ficción más emocionante. En consecuencia, se inventa lo que haga falta.

En el primer episodio de la temporada de la serie hay al menos 10 casos (no los enumeraré aquí) en los que se reflejan hechos e informaciones distorsionados para crear una buena historia. Las distorsiones aumentan a medida que avanza la serie y terminan conteniendo más ficción que realidad. Toda la presentación de la historia de la princesa Diana, por ejemplo, es un tapiz de falsedades. Algunos de los episodios tienen poco o nada que ver con el contexto de la historia británica. Entre ellos hay un episodio durante el cual se presenta a miembros de la familia real visitando la ciudad de Brisbane, en Australia. El lugar filmado para recrear la visita está en Málaga. The Crown es una serie que procura presentar los hechos reales en la vida de una familia real, cuyo jefe, la reina Isabel II, acaba de celebrar su 73º aniversario de bodas. Pero para aquellos de nosotros que vivimos esos años y recordamos algo de lo que sucedió, es poco más que pulp fiction.

¿Debería la serie ser una obra verídica o una obra de ficción? Peter Morgan, el autor del guión, nos dice: «Hacemos nuestro mejor esfuerzo para hacerlo bien, pero a veces tengo que combinar [incidentes]. Te ves obligado a renunciar a la precisión, pero nunca debes abandonar la verdad».

Lamentablemente, The Crown abandona la verdad. El argumento central de los nuevos capítulos es la historia de Diana de Gales, a quien el público televisivo quiere ver en el papel de una princesa mágica encarcelada en un castillo por las fuerzas del mal. Y esa es la imagen que se presenta de ella. Un columnista del diario The Guardian tenía razón al señalar: «Gran parte de esta historia, que la gente trató como una telenovela, implica prejuicios y conjeturas».

El caso de The Crown y los millones de espectadores que la ven, nos impulsa a preguntarnos: ¿qué importancia otorgamos a la verdad en nuestro intento por comprender el pasado? Incluso podemos ir más allá y hacer la misma pregunta que Poncio Pilato le hizo a Jesús cuando éste fue presentado ante él: «¿Qué es la verdad?» Quid est veritas? Es una cuestión que afecta a todos los aspectos importantes de nuestra vida diaria, viviendo como lo hacemos en un mundo donde la verdad parece ser una víctima de quienes tienen el poder de manipular la información para sus propios fines.

Sin ir más lejos, el Gobierno de España acaba de anunciar la creación de un Comité de la Verdad con la supuesta intención de controlar la desinformación. La realidad es que un Gobierno es el peor agente posible para intervenir en el problema de la verdad, ya que los mandatarios son precisamente quienes más deforman la información. No es necesario volver a referirse a la manipulación de dictaduras fascistas y comunistas; el régimen saliente de Trump es prueba suficiente de lo que los gobiernos son capaces de hacer. La mera idea de un Comité de la Verdad es suficiente para estremecernos, ya que evoca una imagen del Ministerio de la Verdad tan brillantemente representada en la novela de George Orwell, 1984.

Es el Gobierno de España el que más ha hecho para intentar deformar la forma en que abordamos la información sobre el pasado de este país, promoviendo una ley para imponer una memoria histórica o democrática, una de las formas más inquietantes de mezclar ideología y política en un cóctel que no sirve a la verdad. Puede haber muchas formas aceptables de llegar a la verdad, sin duda, pero la intervención a través de un comité gubernamental es probablemente la peor de todas.

Lo que está en riesgo aquí no es solo el presente, sino también todo el pasado. El pasado es un terreno peligroso en el que el viajero puede perderse fácilmente. No comprender el pasado perjudica todo lo que hacemos en el presente. Esto nos lleva de vuelta al caso de The Crown. La facilidad con la que el público ha aceptado la imagen distorsionada de la familia real británica que ve en televisión demuestra lo fácil que es difundir información falsa que la gente aceptará sin pensar. La revolución tecnológica evidentemente ha empeorado la situación.

No hay posibilidad de que la verdad sobreviva si no la ayudamos a sobrevivir. En este punto, puede ser justo mencionar el papel clave de los historiadores, cuya ausencia del Comité de la Verdad es significativa. Hay pocas dudas de que aquellos que prefieren que tanto el pasado como el presente sirvan como ficción ven con enorme miedo a los historiadores. Los políticos, tanto de derecha como de izquierda, sean nacionalistas o separatistas, los evitan como la peste.

Eso ha ocurrido también en el caso de muchas series de televisión. El gran problema de la cuarta temporada de The Crown es que ha intentado servir su información como ficción, pero el público ha preferido creerlo como un hecho histórico. De esa forma, triunfa la desinformación. La serie todavía tiene dos temporadas más de vida, por lo que todavía queda cierta esperanza de que podamos estar en posesión de una perspectiva diferente cuando concluya la sexta temporada.

Henry Kamen es historiador británico; su último libro es La Invención de España (Espasa, 2020).

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