¿Quién defiende a la monarquía en España?

La Monarquía no tiene quien la escriba, al menos si es para defenderla. Bueno, sí, algunos lobos solitarios, pero poco más. Mientras, desde fuera comienza a calar el (falso) mensaje de que nuestra monarquía es la que tiene menos apoyo de Europa. Es lo que decía el pasado 10 de diciembre el «Süddeutsche Zeitung», asumiendo el relato del separatismo: que el discurso del 3 de octubre de Felipe VI fue negativo para resolver el conflicto catalán. Justo lo contrario de lo que piensa la mayoría de los españoles, a los que el corresponsal al parecer no ha preguntado. Luego se extrañan de lo que deciden ciertos jueces alemanes.

El presunto debate monarquía-república se fundamenta en otra presunción oculta: nuestra monarquía sería peor que otras, sobre todo la británica (la cual paradójicamente nadie niega que deba permanecer). ¿Es esto cierto? Claramente no. Por de pronto, en términos históricos hemos tenido grandes reyes: Isabel I, Fernando V, Carlos I, Felipe II, Fernando VI, Carlos III…, e incluso Jaime I o el rey sabio por excelencia Alfonso X, descendiente de un Alfonso VII que fue coronado en 1135 como Imperator Totius Hispaniae. Sin embargo, paradójicamente, no existe un lugar donde se honre la memoria de la monarquía española: la Corona británica tiene la Abadía de Westminster, nosotros poco más que El Escorial, que no cumple la misma función.

Y no es porque carezcamos de hechos relevantes que celebrar. Incluso un Rey con tan mala prensa como Alfonso XIII tuvo iniciativas celebradas y reconocidas (eso sí, solo fuera de España) como la Oficina de Guerra Europea, que salvó a decenas de miles de prisioneros y heridos durante la I Guerra Mundial y que ahora conocemos mejor gracias a la excelente exposición temporal «Cartas al Rey», organizada por el Archivo de Patrimonio Nacional. No fue lo único: la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (antecedente del CSIC) y la Universidad Complutense (en este caso con donación de extensos terrenos pertenecientes a la Corona) se deben a iniciativas personales del Rey. Y cuando se le acusa de ser responsable de la dictadura de Primo de Rivera se olvida que aquélla no habría podido tomar cuerpo sin el apoyo de amplios sectores del PSOE (encabezados por Largo Caballero) o del regionalismo catalán (Cambó y la Lliga). Entonces ¿por qué tuvo que marcharse de España un Rey que objetivamente no lo tuvo nada fácil (sufrió cuatro atentados)? Porque lo dejaron solo, convirtiéndolo en el fácil chivo expiatorio de todos los problemas de España.

Un país que no aprende las lecciones que ofrece la historia está condenado a repetirlas. Si tomamos el reinado de Juan Carlos I, por ejemplo, resulta hoy más fácil fijarse en sus errores (que no hay que negar) que en sus aciertos, entre ellos que gracias a su iniciativa personal España pudo protagonizar una transición política sin muertos, gozar de una Constitución de las más modernas del mundo y cuarenta años de progreso político, económico y social como pocos se recuerdan. Tampoco (casi) nadie reconoce que un Rey que ostentaba un poder omnímodo no solo renunció voluntariamente a él sino a todos los bienes (incluso su biblioteca de incunables) que por tradición pertenecían a la Corona, los cuales pasaron a ser «patrimonio nacional». Compárese con la Reina de Gran Bretaña, todavía hoy la primera propietaria de Inglaterra. Hasta Frank Sinatra (que colaboró con la mafia) ha sido mejor tratado.

Y así llegamos al reinado de Felipe VI, probablemente el monarca mejor formado y más honesto de la historia. Con él España podría comenzar un nuevo periodo regenerador y de esplendor, pero al parecer resulta más fácil tratar de destruir lo (¿único?) que funciona. Si la monarquía española tiene a uno de sus miembros en la cárcel no es debido a que ésta sea más corrupta que otras, sino al hecho excepcional de que aquí, incluso si eres marido de una Infanta, puedes acabar en prisión ¿Se imaginan algo parecido en la muy democrática Inglaterra, donde todavía no se ha esclarecido la muerte de Diana? A Mitterrand nunca se le juzgó por el ataque a Greenpeace. Y por muchos errores que pueda cometer nuestra Reina, nunca podrá llegar al nivel de Felipe de Edimburgo.

Es igual. Existe una estrategia claramente diseñada (y financiada) para atacar al Rey. ¿Tienen una estrategia alternativa los grandes partidos y las instituciones del Estado para apoyarlo? Existen los que dicen querer protegerlo por la vía de su ocultación, pero estos recuerdan a los que temen utilizar en público la «palabra» España por temor a molestar. Vivimos tiempos recios donde nadie puede jugar al escondite. No sólo está en juego la supervivencia del Jefe del Estado, sino la del Estado mismo. Y sin objeto no habrá sujeto/s.

Alberto Gil Ibáñez es ensayista y escritor.

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