¿Quién gana celebrando otras elecciones?

Si el actual Parlamento español no es capaz de investir un presidente de Gobierno, se convocará a la ciudadanía a nuevas elecciones, probablemente para junio. Hay quien ve en ello un fracaso de la política, una manifestación más de la impericia de nuestra clase política; incluso de su esperpéntico alejamiento de una sociedad que le reclama esfuerzos y diálogo para articular un Gobierno que nos represente e impulse la regeneración democrática que este país necesita con urgencia. Es probable que algo de ello haya; pero sinceramente no lo valoraría únicamente así. Disolver el Parlamento y convocar unas nuevas elecciones es, a mi entender, una opción más; no un drama. Una opción que, sin duda, ralentiza la vida política; pero, a la vista de Bélgica, nada especialmente grave. Lo que sin duda sí pasa es que provoca efectos. E intentar calibrar cuáles son es crucial para entender las actitudes que durante estos meses de negociaciones están desarrollando los cuatro partidos más votados.

La repetición de las elecciones sería como una doble vuelta. En ese mecanismo se reduce el número de los contendientes, o bien a los dos o tres más votados o a aquellos que hayan superado un cierto caudal de votos preestablecido. Ello suele abocar a un enfrentamiento entre los candidatos más votados de cada uno de los polos ideológicos (derecha-izquierda). La abundante experiencia acumulada con este sistema electoral nos muestra que las transferencias de voto son más fluidas hacia los centros de las familias de preferencias que hacia los extremos. A un votante comunista le cuesta menos votar socialista, y a uno conservador le cuesta menos votar a un democristiano, que al revés.

Sin embargo, en nuestro caso nadie quedará excluido de participar. No estamos ante una segunda vuelta sino ante una posible repetición. Y ahí el número de casos que tenemos para intentar lanzar leyes tendenciales no es prolijo. No obstante, lo habitual es que la volatilidad dentro de cada bloque ideológico también juegue a favor de las fuerzas políticas más centradas. Es decir, los votantes que cambian su voto en elecciones de repetición lo suelen hacer hacia los partidos políticos menos extremos de su bloque.

Sin embargo, todos los analistas políticos han augurado que, de tener que repetirse las elecciones, tanto Ciudadanos como PSOE serán los damnificados. La aventura de Ciudadanos ha sido menos fructífera de lo esperado y el voto útil cerrará filas hacia el PP -volverá a casa en buena medida-, y Podemos podrá dar el definitivo zarpazo al PSOE y ubicarse como la primera fuerza política de la izquierda. Así las cosas, los incentivos de PP y Podemos para repetir las elecciones son grandes, y a eso han jugado hasta la fecha. El PP, habituado al tancredismo, ha dilatado tiempos, rehusado encargos de formación de Gobierno y cargado la responsabilidad en un PSOE al que sotto voce invitaba al mal menor: o pactas con nosotros o te devoran Podemos y sus confluencias. Podemos, que no ha dejado de estar en campaña electoral un solo minuto, ha venido ofreciendo, cara a la galería, plúrimos bocetos de un Gobierno y un programa que sabe inasumibles por el PSOE. Por tanto, Pedro Sánchez se ve en la tesitura de aceptar propuestas de gobierno que lo conducen a una muerte lenta o a morir ipso facto en una repetición electoral. Y respecto de Ciudadanos, nada; no cuenta.

¿Mientras tanto, qué ha ocurrido? Pues que los centros de las familias de preferencias no han cejado de negociar y muy probablemente sean capaces de articular no un acuerdo de investidura sino incluso uno de gobierno. Sánchez puede presentarse a la investidura con una propuesta de Gobierno de coalición en minoría. De largo el modelo más complejo, porque requiere consensos internos -los de la coalición- y externos -con el resto de los grupos- para sacar adelante cualquier proyecto en el Parlamento. Quizá lo que más fidedignamente responde a la voluntad popular: somos diversos, aquí no sobra nadie y hagan ustedes el favor de dialogar y pactar hasta encontrar una salida.

Nadie daba un duro por Ciudadanos y el PSOE; pero quizá, ante una repetición electoral, cambien sus expectativas si son capaces de armar ese proyecto y dejan patente ante la ciudadanía que si no hay Gobierno es porque ni PP ni Podemos son capaces de abstenerse para, desde el día siguiente, comenzar a negociar leyes y reformas con un Gobierno que solo no podrá sacarlas adelante. Es verdad que quedan dos meses todavía, pero la actitud de imposibilitar acuerdos, haciendo parecer lo contrario, de Podemos y el inmovilismo del PP -amén de su vergonzante ristra de chorizos- les puede convertir a los ojos de la ciudadanía en lo que son, las posturas extremas de sus polos ideológicos.

Rafa Martínez, Catedrático de Ciencia Política (UB)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *