¿Quién necesita periodistas teniendo streamers?

La entrevista periodística es un formato dialógico distinto al de una conversación. Un registro lingüístico diferente al de una charleta espontánea. El filósofo Ernesto Castro recordó en una conferencia que la entrevista es un género literario (incluso un género de ficción). Y, como tal, está sometida a unas reglas y unos códigos formales específicos.

La entrevista es un artificio que, de manera análoga a un experimento de laboratorio, establece unos procedimientos orientados a reproducir el diálogo originario con fidelidad y a representar la vivacidad propia de la oralidad perdida.

Está claro entonces que una entrevista no es una mera conversación. Como tampoco la comparecencia de Gerard Piqué para dar explicaciones sobre sus conversaciones con Luis Rubiales  puede ser considerada una rueda de prensa. Y del mismo modo que, en general, un comunicador no equivale a un periodista.

Es cierto que nuestra época parece resistirse a las demarcaciones conceptuales estrictas. Pero no por ello hay que abandonar los esfuerzos de clarificación terminológica.

Es procedente examinar de qué hablamos cuando hablamos (hoy) de periodismo. Y argumentar por qué este no es asimilable ni intercambiable, sin más, con el trabajo de los nuevos comunicadores y "creadores de contenido" de plataformas como YouTube o Twitch.

La revelación de las conversaciones entre Piqué y el presidente de la Federación Española de Fútbol volvió a poner de relieve la necesidad de una labor de escrutinio vigilante que históricamente ha sido una de las atribuciones del periodismo. Cuesta creer que hubiéramos llegado a conocer nada relacionado con estos turbios apaños si el único foro al que se hubiera sometido el futbolista fueran los coloquios con su amigo Ibai Llanos.

Charlando tranquilamente se llama el espacio que el streamer hospeda en su canal de Twitch. Pero un periodista no "charla tranquilamente" con su entrevistado. Hablamos de otra cosa. Ni mejor ni peor, pero otra cosa.

Ya antes de este episodio se habían suscitado enconados debates sobre las problemáticas relaciones entre el periodismo y los conductores de los nuevos canales de comunicación. En una conversación con Jordi Wild, el célebre youtuber Rubius le explicaba a su compañero de profesión el motivo de su aversión a la prensa tradicional.

A raíz de una mala experiencia con un entrevistador de intenciones aviesas y escasa deontología profesional, el Rubius decidió no someterse a más interrogatorios que, entendía él, siempre partían del prejuicio incomprensivo y estaban animados por el propósito de la descontextualización.

Hay que decir que el Rubius tiene una gran parte de razón cuando señala que "es muy difícil informarse con los medios tradicionales". Lo que no está tan claro es que de su denuncia del uso y abuso del clickbait y el sensacionalismo se siga lógicamente, como él hace, un rechazo a leer los periódicos.

Es más, cuando oigo los lamentos generalizados entre el gremio streamer sobre el "maltrato" de la prensa no puedo evitar pensar que, en realidad, pretenden que traguemos con una forma reduccionista de entender la comunicación. Una que, en el fondo, pretende reemplazar la interrogación suspicaz por la plática distendida y la actitud crítica por el compadreo nacido de la admiración o la afinidad con el interlocutor.

Es verdad que muchas veces los periodistas de carnet han hecho gala de una patética ignorancia sobre las nuevas hornadas de comunicadores y que han pretendido ridiculizarlos con esa suficiencia que da la creencia en la propia superioridad. Otras veces se ha tratado simplemente de un rechazo categórico a las transformaciones en el ecosistema comunicativo, bien por incomprensión, bien por una actitud tecnófoba.

Pero no hay que conceder a la oficialidad streamer que la crítica a sus planteamientos sea atribuible enteramente al choque generacional. Lo cierto es que la opción Rubius ("si quiero contar algo a la gente, lo hago a través de mis medios") entraña muchos problemas. Porque no tiene sentido quejarse de la corrupción del periodismo proponiendo como alternativa una forma de comunicación que sólo ahonda en la dinámica de espectacularización que atenaza a la labor informativa.

En un debate reciente que mantuvieron el citado Ibai y Juanma Castaño sobre este mismo asunto, el periodista deportivo le hacía ver al streamer, creo que con buen criterio, el falso dilema aparejado al razonamiento que entiende que es "lógico" que los futbolistas y los youtubers prefieran los streamers a los periodistas. Como alegaba Castaño, el problema no está en que "Ibai tenga a Lionel Messi", sino en que "sólo Ibai tenga a Messi".

Naturalmente, los futbolistas se sienten más cómodos en una partida de FIFA que en una rueda de prensa. Pero es que no es una atribución del periodista hacer sentir cómodo a su interrogado. Más bien todo lo contrario.

No hay que olvidar, en cualquier caso, que el descrédito del periodismo contemporáneo tiene una poderosa razón de ser. Un desprestigio rastreable en el fenómeno del llamado infotainment o "infoentretenimiento".

Como señala el filósofo Peter Sloterdijk, "la irrupción del sensacionalismo en los diarios es un fenómeno de crisis que revela la tendencia todopoderosa a un cambio de orientación de los medios en el sentido de un paso de la información a la generación de polémica".

La crisis de los medios tradicionales y su colisión con los nuevos comunicadores no son más que los últimos coletazos de la parasitación del periodismo por el entretenimiento. Las dificultades que experimentamos para trazar la frontera entre estos dos ámbitos responden a la radicalización de lo que otro filósofo, Guy Debord, llamó "la sociedad del espectáculo".

En un mundo en el que ningún ámbito de la existencia escapa a la mercantilización, las relaciones sociales se encuentran mediatizadas por el espectáculo. Este, dice Debord, "es una visión del mundo que se ha objetivado". Dicho de otro modo, vemos las cosas a través del marco de la representación de una función. Expresamos nuestras realidades sociales bajo los parámetros del irrealismo de la diversión. Todo adopta el lenguaje del espectáculo.

Para entender mejor de lo que hablo basta pensar, por ejemplo, en los desquiciados recursos escénicos y en la gramática cinematográfica con los que Antonio García Ferreras traslada la información a sus telespectadores. O el registro dramático y humorístico al que recurre Risto Mejide en su infausto pseudotelediario.

El problema, como señala el estudio de la Universidad de Valladolid Lo más leído, es que el periodismo ha seguido el camino abierto por la televisión hacia la espectacularización. El nuevo modelo de negocio del periodismo ha hecho que este haya sido colonizado por la gramática del entretenimiento. Un "ecosistema mediático que distrae y divierte al espectador desde plataformas caracterizadas por los pseudoacontecimientos" y en el que "la inmediatez ha vencido al contenido y la cantidad a la calidad".

El infoentretenimiento se vale de la "economía de la atención" para apelar a la visceralidad de las emociones de los lectores y los espectadores (reducidos a consumidores de información) por medio de "la superficialidad, los efectos especiales y la libido comercial".

La conclusión del análisis es demoledora: "Todo hace pensar que las audiencias no utilizan la prensa digital para informarse, sino más bien para desconectar de la información".

Si el periodismo quiere realmente distanciarse de la mera labor recreativa de los streamers, debe embarcarse en un profundo examen de conciencia y darse cuenta de que muchas veces su funcionamiento se reduce al de una mera correa de transmisión. Un ruidoso y mecánico altavoz de frivolidades, zascas y bagatelas sin un interés público real que justifique su cobertura.

Tal vez uno de los descubrimientos más chocantes de nuestra época sea el de que la llamada sociedad de la información no se ha traducido en una sociedad del conocimiento.

En un excelente ensayo que aplica la reflexión filosófica al periodismo, Albert Lladó propone que este vuelva a arrogarse la iniciativa de definir los criterios de actualidad. Para ello, el periodismo debe adoptar una "mirada lúcida" que ponga el foco "donde la mirada domesticada solo veía opacidad".

En la sociedad de la desinformación, el oficio periodístico tiene más sentido que nunca. Pero sólo si adopta esa mirada lúcida que se opone a la ceguera dócil y pasiva que confunde actualidad con tendencia.

El periodismo puede hacer valer su singularidad insustituible en el marco de la sociedad digital únicamente si aspira a algo más que a una reproducción taquigráfica, inercial y automática de la agenda marcada por otros.

La razón de ser del quehacer periodístico solamente podrá reivindicarse si el periodista recupera su labor de mediador y de esclarecedor de una realidad confusa y frenética. Frente al divertimento y la distracción, contextualización, jerarquización y descodificación.

Un periodismo que abandona el compromiso con la interpretación comprensiva, la focalización juiciosa y la profundización analítica no merece tal nombre. Y, en ese caso, el periodista no tendrá nada que reprocharle al streamer.

Víctor Núñez es periodista.

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