El Govern ha anunciado que está trabajando para promover un «movimiento social potente» que sensibilice al país de la importancia de ayudar a los más necesitados. Los medios audiovisuales ya han comenzado la campaña. Mi pregunta es: ¿a quién va dirigida?
Recogiendo las ideas de K. Manheim, existen periodos de tiempo que propician determinados comportamientos, y ayudan a entender por qué las personas y las instituciones piensan de ciertas maneras; existen tiempos históricos que propician más una ideología que otra. Es palpable que el nuestro es conservador en ideología, pero cada vez más anárquico en lo social.
Este contexto de crisis está afectando a nuestras actitudes cotidianas, especialmente las de índole consumista (es decir, casi todas). También está teniendo un efecto sobre nuestras formas de pensamiento y la capacidad de definir nuestro futuro en general. La sostenibilidad es la principal lógica de acción que también orienta las instituciones públicas. Los líderes políticos tienen también esta fuerza motriz como única justificación de sus decisiones.
La fuerza explicativa de la crisis va más allá de lo cotidiano, institucional y político. Se está introduciendo en nuestra gramática social. Estamos en un periodo que nos obliga no solo a modificar los significados de algunas categorías sociales -¿cómo explicamos hoy derecho social?-, sino también nuestra forma de conceptuar las nuevas dinámicas sociales. Por ejemplo, estamos paulatinamente incorporando nociones como dignidad humana, en lugar de calidad de vida para evaluar nuestra sociedad; estamos pasando del concepto de pobreza a la noción de miseria, que hace bien poco era casi una excepción social. La necesidad ya no es la causa de la exclusión social, sino al revés, la exclusión social provoca una vida de necesidad. Quienes serán asistidos son familias que hace unos años vivían con dignidad y les animaba la mejora de su calidad de vida. Que una parte creciente de la población arranque de los contenedores la ropa usada sin que medien sus distribuidores, puede ser un preludio para una consternación incontrolada hacia nuestras instituciones democráticas y hacia edificios financieros. Hay que prevenir.
Hoy todo está cambiando y estamos pasando, recogiendo el vocabulario de Marx, de una lógica de acción orientada por la libertad a una lógica guiada por la necesidad. Nuestro más preciado valor liberal está en peligro. Estamos en un periodo más identificado con la segunda mitad del siglo XIX, donde el sistema capitalista naciente gestó una clase bien descrita por la literatura de Victor Hugo como la de Los miserables, que no solo se definen por sus efectos como los excluidos, sino también por sus causas como aquellos que han caído, por culpa del sistema, fuera de nuestras más básicas reglas sociales. Lo que Durkheim, años más tarde, denominó la anomia o la incapacidad de la estructura social de proveer a su población lo necesario para lograr las metas de la sociedad. En este contexto estamos.
La crisis no es solo económica, sino social, y puede muy rápidamente afectar nuestra gelatinosa cohesión y estabilidad, requisitos básicos para una democracia. La población tiene cada vez más razones para salir a la calle, porque ya no tiene nada que conservar, o bien, simplemente, por un profundo sentimiento de justicia social por querer comprometerse con el destino de los otros (mi definición de solidaridad). El perfil del indignado ya no es solo el joven antisistema, sino el de los padres de familia que padecen por el presente desorientador y el futuro incierto de sus hijos. La situación es única, de involución histórica, y nuestras instituciones democráticas pueden dejar de funcionar porque están perdiendo su base legitimadora.
Aunque puede ser bien intencionada, la campaña de la Generalitat para concienciar a la población de la situación tiene una inquietante dimensión manipuladora. La gente no necesita de políticos que la conciencien, ya lo está. La campaña está mal enfocada, y se equivoca de público objetivo. Ahora más que nunca se debe exigir a los que detentan las finanzas que cesen de formar parte del problema, aporten soluciones y rebajen sus presiones para detener este goteo de noticias tan profundamente amenazante. Si hay un actor histórico que tiene la clave del progreso, ya no es la izquierda tradicional, sino el Estado financiero. Solo este puede detener esta tendencia hacia la inestabilidad y hacia un potencial caos social que nadie desea. Ellos son los que necesitan campaña política para que lideren la solidaridad y la justicia social. Aunque sean ahora los capitanes del barco, no están llevando el rumbo hacia una dirección preventiva, sino hacia un sinsentido social.
Algo hay que hacer. Mi más profundo apoyo a aquellas personas y familias que salen a la calle. Hay que pedir al Govern que desvíe su campaña de concienciación hacia los que realmente lo requieren. Ahora es el momento de exigir solidaridad social a los que han provocado esta situación, no a los que la padecen.
Por Ricard Zapata Barrero, profesor de Ciencia Política de la UPF.