Quien no lo ve, está ciego

Quienes tuvimos la suerte de haber compartido tarea política con Ramón Rubial, histórico militante socialista y presidente que fue del PSOE hasta su muerte en 1999, heredamos una cultura partidaria que marcó nuestro hacer político y nuestra militancia socialista.

Para quienes no le conocieron, Ramón Rubial era hombre de fuertes convicciones socialistas y de escasas palabras a la hora de exteriorizarlas. Se le admiraba y respetaba por su intensa vida dedicada al PSOE, por la coherencia de su militancia y por sus años de cárcel. Un juicio positivo de Rubial sobre la actividad que cada uno de nosotros desplegaba en las responsabilidades orgánicas o institucionales satisfacía más que una decena de editoriales o comentarios de los periódicos más influyentes de la época. Por el contrario, un juicio negativo sobre cualquier medida adoptada, suponía un par de noches de insomnio para entender por dónde se había escapado el aroma socialista.

Si Rubial viviera en estos momentos y viera y contemplara lo que está pasando en el seno de su partido, volvería a repetir aquella frase que salía de su boca cuando intuía que la lucha personal por el poder asomaba por las rendijas de la ambición. A propósito de las militancia en el PSOE, decía que "en ese partido hay un lema por el que a quien se ofrece no se le da nada, porque el sacrificio es muy molesto y somos suspicaces hacia quienes tienen interés en ir a los cargos". Pareciera que los nuevos tiempos se han encargado de borrar esa sabia sentencia de quien presidió el PSOE, porque son tres los voluntarios dispuestos a llenar de votos sus respectivas y arrogantes alforjas para ocupar la Secretaría General socialista.

Semanas hace que asistí a la presentación de un libro editado por la Fundación Felipe González titulado ¿Quién manda aquí? La crisis global de la democracia representativa. Allí se manifestó cierta inquietud por el deterioro a que se ve sometida la democracia representativa. Sorprende la sorpresa porque no puede fortalecerse ese tipo de democracia si los partidos prescinden de ella en su funcionamiento interno y en el método para elegir a sus dirigentes y a sus representantes. Aparentemente resulta más democrática la elección directa que la representativa, pero el riesgo de que poderes ajenos a los partidos tengan más fácil influir en el ánimo y en el voto de los afiliados es más grande y previsible por ese sistema que por el de elección por compromisarios. A alguien se le ocurrió la maldad de introducir en el imaginario mediático la idea de que habrá una escisión en el PSOE si es Pedro Sánchez el que pierde las primarias, pero nadie osa especular sobre esa eventualidad en el caso de que fuera Susana Díaz o Patxi López los que perdieran, lo que induce a pensar que se intenta introducir en el ánimo del elector socialista la idea de que estos dos candidatos son los buenos y Sánchez, el perverso.

Sí se ha llegado a pronosticar que si fuera Susana Díaz la derrotada, se llevaría por delante a cuatro generaciones del PSOE, visto lo visto en el acto de su presentación en Madrid. Esas mismas generaciones fueron las que apoyaron a Joaquín Almunia frente a Josep Borrell; ganó este último y ahí siguen esas generaciones. Si recuerdan los más veteranos, la cosa fue al contrario. El riesgo de que pierda Susana Díaz no es ese, sino el hecho de que su derrota se llevara por delante la alternativa socialista en Andalucía; y eso sí que provocaría un terremoto de colosales dimensiones en el seno del PSOE.

Todas esas circunstancias no tienen por qué pesar en el ánimo del afiliado cuando se enfrente individualmente a la urna para depositar su voto. Esas y otras muchas aparecen en el ánimo y en la responsabilidad de un Congreso federal, pero cuando se celebre ya será tarde para ese tipo de reflexiones colectivas.

Ya sé que es predicar en el desierto, pero por este camino vamos al desolladero. Y como sé que no me equivoco, por eso me atrevo a apelar a la generosidad y al talento de los tres candidatos para que se retiren y aúnen sus fuerzas para hacer un Congreso en paz y centrado en adaptar la socialdemocracia a la globalización y a la robotización. Y, después, ya buscaremos un buen equipo capaz de defenderlo. Quien no lo quiera ver es que está ciego.

Juan Carlos Rodríguez Ibarra fue presidente de Extremadura con el PSOE entre 1983 y 2007.

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