Quien pierde gana

Por Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la Universitat Autònoma de Barcelona (EL PERIÓDICO, 17/11/03):

Las noches electorales, aparentemente, son grotescas. La de ayer no fue una excepción. ¿Puede ser que todos los candidatos afirmen que han ganado? No, no puede ser. Siempre alguien tiene que perder. ¿Quién perdió ayer? Sin duda, Pasqual Maragall. ¿Quién ganó? Sin duda, Artur Mas. A veces, un apresurado comentario poselectoral puede tener título de novela de Graham Green: Quien pierde gana. Es el caso.

En efecto, a primera vista, los resultados de ayer ofrecen dos grandes perdedores: Convergència i Unió y el Partit dels Socialistes. Ambos han perdido 10 diputados. Los otros tres partidos han ganado. El Partido Popular ha pasado de 12 a 15; Iniciativa per Catalunya, de 3 a 9; y Esquerra Republicana de Catalunya ha obtenido un resultado espectacular: ha pasado de 12 a 23 diputados. De nuevo, siguiendo la dirección que ya mostraron las pasadas elecciones locales, los grandes partidos disminuyen sensiblemente y los pequeños amplían su número de votos. AHORA BIEN, entre los aparentemente claros perdedores uno ha triunfado: CiU. Y entre los ganadores, dos han perdido: ICV y PP. No sólo quien pierde gana sino que también quien gana pierde. Han ganado ERC y CiU y han perdido los demás. Cualquier otra hipótesis no tiene sentido.

¿Por qué? Porque lo que se disputaba era sólo una cosa: el Govern de la Generalitat. Y durante cuatro años unos han jugado con gran habilidad política y otros se han equivocado de táctica, de estrategia y de candidato. Los resultados de ayer, en síntesis, muestran un triunfo nacionalista y una derrota socialista. Si se quiere, un triunfo de la derecha y una derrota de la izquierda.

La política no es la moral. Los errores, en política, se pagan. Y ayer, sobre todo los socialistas, pero también Iniciativa, pagaron la cadena de múltiples errores cometidos en los últimos cuatro años. Especialmente uno: aliarse con ERC creyendo que pesaría más en este partido su supuesto componente de izquierdas que su vertiente fundamental, su carácter nacionalista.

Porque de los resultados de ayer lo más claro es que ERC se ha convertido en el árbitro de la investidura del nuevo presidente de la Generalitat. En los próximos días se iniciarán unas previamente apañadas negociaciones y asistiremos a una función de teatro probablemente escenificada en varios actos, sobre todo en tres. Primero, Josep Lluís Carod-Rovira propondrá --ante la incredulidad de todos, incluido él mismo-- que se forme un Govern de todos los partido a excepción del PP, al que llamará "Govern de unidad nacional". A la vista del fracaso, intentará un gobierno tripartito de izquierdas con él de presidente y otros condicionantes imposibles de cumplir por los demás. Finalmente, se formará una coalición nacionalista entre ERC y CiU en la que Carod-Rovira intentará ir de presidente, probablemente sin lograrlo con la excusa de que CiU ha sido el partido más votado. De una manera u otra ésta será la escena final. En medio de la negociación, algunos grupos económicos de presión intentarán mediar para que la situación catalana no derive hacia un camino parecido al vasco. Propondrán una gran coalición entre CiU y el PSC pero no lo lograrán: la presión de las bases nacionalistas de CiU y ERC lo impedirán. No nos enteraremos muy bien de estos intríngulis, pero tanto CiU como ERC darán garantías de que no vamos hacia una situación como la vasca. Luego ya veremos. No habrá, pues, cambio: habrá más nacionalismo y seguirán los que mandan desde hace 23 años en el poder. EL GRAN derrotado de ayer es el PSC y especialmente su candidato a presidente y los que le rodean. Su derrota era más que previsible tras los últimos cuatro años: ha dado todos los pasos necesarios para perder. Ha querido jugar en el terreno nacionalista queriendo serlo más que los que lo son auténticamente. Ha perdido diputados en todas las circunscripciones, especialmente en Barcelona, pero también en las otras tres provincias.

Su idea central de reformar el Estatut --y encima querer cambiar la España de las autonomías-- era tan descabellada que se ha convertido en su auténtica fosa: no sólo no ha captado ningún voto nuevo sino que ha perdido más de 150.000. Todo perfectamente previsible excepto para quienes, desde su exquisito elitismo, no han querido escuchar.

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