¿Quién puede cambiar las cosas?

Resulta muy interesante seguir lo que está pasando en la Unión Europea desde China, especialmente estas últimas semanas. Mientras la nebulosa de toma de decisiones europea agonizaba para encontrar una salida a la situación en Chipre, los medios gubernamentales chinos se regocijaban en las magnitudes de la reunión de los BRICS. Mientras los líderes de la UE no sabían cómo lidiar con la situación en uno de sus territorios con menos de un millón de habitantes, los líderes chinos hablaban con cierto optimismo con sus nuevos socios del futuro de casi la mitad de la población mundial. Mientras los líderes europeos buscaban dinero, y decidían a quien era menos malo quitárselo, los chinos buscaban a quien dárselo.

El proyecto estrella de la reunión de los BRICS ha sido la creación de un banco de desarrollo entre los cinco socios que escape a la hegemonía occidental. No todos ellos tienen la misma capacidad de contribuir al proyecto, lo que ya desde la incepción plantea dificultades en la toma de decisiones, pero, en su conjunto, la nueva institución puede nacer bien dotada de recursos. Será algo totalmente novedoso al no ser ni global ni regional, sino el resultado de una asociación horizontal cuya razón de ser es totalmente discrecional, sin raíz o justificación histórica, geográfica, ideológica o cultural alguna y fundamentada sólo en la característica común de un rápido desarrollo económico y el hartazgo compartido de la preeminencia y actitud noroccidentales en los asuntos internacionales.

Frente a los recortes europeos en cooperación internacional, esta nueva institución tiene el potencial de cambiar muchas cosas. Habrá que ver cómo enfocan sus proyectos un grupo de países que están ellos mismos apenas saliendo del subdesarrollo, y una institución que no podrá decir a sus clientes “haz lo que nosotros te decimos, no lo que nosotros hacemos”. Ellos tienen, además, la experiencia directa de haber iniciado el despegue económico en el pasado inmediato, frente a las lecciones de los países que lo hicieron en los siglos XIX y XX y que no está claro que supieran hacerlo otra vez hoy en día, y unos modos de hacer muy diferentes de las instituciones multilaterales existentes.

Frente al miedo a la no-Europa como motor de la construcción de la UE (desde sus inicios como instrumento para evitar la guerra hasta hoy por razones económicas y geoestratégicas), los BRICS se embarcan en un proyecto de ilusión por un futuro diferente, en el que dejar de sentirse periferia. Sorprende leer cierto regocijo ante la lentitud (¡desde la UE!) de la puesta en marcha de su primera institución de peso.

Mientras en el debate europeo solo se habla de economía, en China se asocia indisolublemente el cambio en el peso relativo de las economías al re-equilibrio político mundial. En Europa, la gravedad de los problemas económicos no deja espacio para sacar este tema. Puede que tampoco se quiera ventilar demasiado porque casi todo lo que se puede decir es malo. Frases oídas hace no tantos años sobre el riesgo de “convertirse en irrelevante” para aquellos países o instituciones que quisieran quedarse al margen de decisiones promovidas por parte del mundo occidental, hoy resultarían todavía más excéntricas. A los participantes en la reunión de Durban, sentados sobre un cuarto de la riqueza mundial y casi la mitad de su población, les harían sonreír o, peor, ofenderse. Queda por ver qué otras iniciativas surgen de este grupo y cómo reaccionan a ellas aquellos que conciben la interacción entre estados como un juego de suma cero, en el que para que unos ganen otros tienen que perder.

Algo de lo que se escuchaba en Durban sí es reminiscente de lo que se escucha en la UE: también ellos buscan acercar no sólo los gobiernos y las economías, sino también los pueblos. Y aquí sí que parece que lo tienen incuestionablemente mucho más difícil. Sin embargo, además de la economía, algo tienen en común estos cinco países que está presente en sus sociedades de forma tangible: el poso dejado por siglos de relaciones asimétricas con las potencias desarrolladas y los sentimientos hacia ellas, a veces fomentados artificialmente pero a veces también genuinos. Tal vez sea este un factor de acercamiento entre los pueblos.

Finalmente, frente a la cacofonía desorientadora, que con frecuencia suena engañosa y charlatana, de los responsables europeos en torno a cómo lidiar con la situación económica, en China se escucha un mensaje más sosegado y más unidireccional sobre los peligros inminentes, resultado de su modelo de crecimiento, y la necesidad de tomar medidas correctoras con anticipación. Obviamente, esto es en gran parte consecuencia de la falta de pluralismo, pero lo que se oye no está exento de realismo y autocrítica. La cacofonía europea puede ser adscrita al vigor del debate público en el seno de la Unión, pero con frecuencia el ciudadano normal tiene la sensación de que no le están contado toda la historia, o de que cuanto más se la cuentan menos la entiende y, sobre todo, de que a la hora de la verdad aquí tampoco hay mucho de democrático en la manera en la que se están tomando las decisiones.

José Luis Herrero ha sido jefe de misión de la OSCE en Macedonia y Azerbaiyán y director general de FRIDE.

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