¿Quién será el primer muerto de Cataluña?

Ningún soldado quiere ser el último muerto de una guerra. Quiero decir que imagino que todo el que participa en una guerra asume que lo pueden matar, pero ser el último muerto es otra cosa. Es raro, pero a veces sucede lo contrario. Ese fue el caso del soldado estadounidense Henry Gunther, el último soldado muerto de la Primera Guerra Mundial, que sencillamente se hizo matar hace justo ahora cien años: meses antes de acabar la guerra fue degradado y parece que el hombre no pudo soportar la vergüenza de volver así a su patria.

Minutos antes de la hora pactada para el armisticio (ya saben, las 11 horas del día 11 del mes 11), se abalanzó contra las trincheras alemanas disparando con todo lo que tenía. Los soldados alemanes intentaron frenar su loca carrera disparando por encima de su cabeza y gritándole que se detuviera, que solo quedaban instantes para el fin de la guerra. No fue posible detenerlo y finalmente tuvieron que abatirlo.

Suicidios aparte, nadie quiere ser el último muerto de una guerra porque parece una muerte tonta, tonta por inútil. Es curioso, la literatura y el cine abundan en historias sobre el último muerto inútil de una guerra inútil (todas lo son), pero no se suele hacer el mismo juicio del primer muerto: ¿acaso el primer muerto es útil?, ¿útil para qué?, ¿o útil para quién?

Me hago estas preguntas observando mi tierra, Cataluña, que se dirige a un desastre previsible y que desconcierta porque, siendo previsible, parece imparable, la crónica de una muerte anunciada: es imposible vivir en una situación de grave anormalidad, no afrontarla y que no suceda algo todavía más grave.

Los ejemplos de indicios que conducen a esa conclusión son muchos. Me limito a tres recientes, los tres en una misma semana.

El primero tiene que ver con el acuerdo adoptado durante la semana pasada por el Consejo General del Poder Judicial ante los repetidos ataques a jueces y juzgados en Cataluña y la sorprendente falta de eficacia de la Policía autonómica en la persecución de tales hechos. En el acuerdo se habla de organizaciones criminales, se habla de altos cargos de la Generalidad que jalean esos actos (“apretad, no dejéis de apretar”) y se insta a la Fiscalía a supervisar la acción ineficaz de la Policía y determinar si deben exigirse responsabilidades. Insólito, pero es cierto.

El segundo se refiere a la amenaza de purga de ciertos sectores de la Policía autonómica catalana. La razón, haber impedido que unos radicales violentos masacraran a los participantes en una manifestación legal y legítima. Solo soy capaz de hacer dos lecturas posibles de ese hecho: que se quiere lanzar el mensaje nítido de que una mayoría de la población catalana está privada de sus derechos fundamentales porque la calle se reserva para otros o que se busca una situación descontrolada en la que pueda suceder algo gravísimo.

Y el tercero, que el presidente de la Generalidad ha anunciado que quiere para Cataluña “la vía eslovena”. Esa vía fue una guerra civil en la que sólo murieron cerca de setenta personas y resultaron heridas algo menos de quinientas. Lo que el señor Torra no cuenta es que la vía eslovena ya ha empezado en Cataluña: en Eslovenia, su Parlamento declaró unilateralmente la independencia y acto seguido suspendió sus efectos para negociar (¿les suena?). Después, empezó la guerra.

Fue una guerra breve, diez días, y en circunstancias que no concurren en Cataluña: el Ejército yugoslavo era federal y Eslovenia contaba con fuerzas armadas territoriales; Alemania e Italia se precipitaron al reconocer el nuevo Estado; y Serbia dejó caer inmediatamente a Eslovenia porque la guerra contra Croacia era inminente y, si se quería tener las manos libres en esa guerra, no se podía tener en el flanco norte a una Eslovenia quizás apoyada por Alemania e Italia.

El primer paso ya se dio hace más de un año en Cataluña pero, para proseguir, la vía eslovena exigiría sustituir la violencia del ejército esloveno, inexistente en Cataluña, que no cuenta con más personal armado que los Mossos d’Esquadra, por otro tipo de violencia, durante mucho más tiempo y con bastantes más muertos y, al final, para perder una guerra tan inútil como todas las guerras, adopte la forma que adopte esa guerra.

A estas alturas, doy ya por sentado que en un momento u otro sucederá algo irreparable. Es una simple cuestión de ocasión y probabilidad y ocasiones se están dando cada vez más. Dejo expresado que tan criminalmente irresponsable me parece quien genera esa situación como quien la tolera debiendo evitarla. Tampoco dudo de que lo irreparable, el primer muerto, va a ser útil para alguien, o al menos eso pretenderá ese alguien.

Mi duda es quién será el primer muerto útil: ¿un juez o un fiscal que tengan un mal tropiezo con un descerebrado?, ¿un manifestante o un transeúnte que se encuentren con los dueños de la calle?, ¿o será un soldado de la nueva patria que se deje convencer por los irresponsables que lo jalean? Mi duda es quién será el primer muerto útil, el primer muerto de Cataluña.

José María Macías Castaño es vocal del Consejo General del Poder Judicial.

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