¿Quién teme a la federación?

Por Miquel Caminal Badia, catedrático de Ciencia Política de la Universitat de Barcelona. Autor de El federalismo pluralista (EL PAIS, 04/05/03):

El federalismo no gusta a los nacionalistas de todos los colores, aunque lo pueden aceptar como mal menor. El nacionalismo en estado puro quiere ser independiente y soberano. Por esto es normal oír a un nacionalista: "No soy federalista porque soy nacionalista". Los nacionalismos opuestos temen al federalismo por razones inversas. El nacionalismo estatal lo teme por centrifugador, y el nacionalismo de las naciones sin Estado, por uniformador. Así que el federalismo recibe palos por todos lados. El federalismo tiene poco futuro en la era de los soberanismos. Pero si se abre una nueva era fundada en la convivencia libre y solidaria entre naciones, el federalismo puede vivir feliz porque su fundamento es la unión en la diversidad.

En las sociedades democráticas y plurinacionales, como es la sociedad civil española, la federación es el modelo territorial de gobierno más adecuado para construir esta unión en la diversidad. Los pueblos y las naciones se unen para permanener y no para perecer. ¿Cómo podemos los catalanes, los vascos, los asturianos, los canarios y demás comunidades culturales de España querer participar en una comunidad política y cultural común si se discrimina nuestra identidad o se nos imponen supuestas identidades superiores? Por ejemplo, la Constitución española de 1978 sería más justa y democrática si en su artículo 3º no hubiera discriminación entre el castellano y las lenguas de las nacionalidades. La tolerancia, el pluralismo y la equidad fomentan la unión en democracia. Por el contrario, el unitarismo y el centralismo, lejos de unir separan, y alimentan los nacionalismos de oposición.

En España estamos asistiendo a una vuelta al nacionalismo español más cerrado y reaccionario desde que el Partido Popular gobierna por mayoría absoluta. Es como si el Partido Popular hubiera retrocedido hacia aquella Alianza Popular que casi confundía la democracia con un sistema caudillista mediante elecciones. A Aznar hoy, como a Fraga siempre, les cuesta asumir que la democracia se fundamenta, ante todo, en el pluralismo antes que en la mayoría. Ven demonios donde hay opiniones distintas, y les preocupan especialmente "las trampas federales". En su secreto entienden mejor al nacionalista Arzalluz que al autonomista Pujol o al federalista Maragall.

Sin embargo, pienso que el siglo XXI será el siglo del federalismo, como el siglo XX acabó siendo el siglo de la democracia. ¿Cuántas democracias habían en 1900? Los dedos de las dos manos exceden para contarlas. En el año 2003 ya no basta preguntarse por el número de democracias (que no son tantas con sólo ser un poco exigentes); hay que preguntarse por su calidad. De ahí la importancia del pluralismo. En este sentido, la división territorial de los poderes públicos es un principio fundamental de la democracia pluralista.

El Estado de las Autonomías ha representado un cambio histórico, que se consiguió gracias al resultado de las primeras elecciones democráticas después de la dictadura franquista, que perdieron de forma rotunda los progenitores del actual Partido Popular. De haber ganado aquella Alianza Popular, hoy no habría autonomía política ni para las nacionalidades ni para las regiones. De todos modos, los miedos y las amenazas que rodearon y atenazaron la transformación territorial del Estado español en la transición democrática explican las paradojas del texto constitucional. Estamos ante un hecho casi insólito: la Constitución española de 1978 permite en la práctica avanzar hacia la construcción de un sistema federal, pero evita mencionar palabra tan peligrosa, si no es para negar la "federación de comunidades autónomas".

No obstante, la historia de estos 25 años ha demostrado que fue útil la opción por una vía pragmática, general y en parte asimétrica de desarrollar la autonomía política. Se ha conseguido normalizar una cultura política basada en el reconocimiento de la pluralidad de identidades. Vista la experiencia positiva de todos estos años de autonomía, ¿por qué no se da un paso más hacia la federación? La mejor forma de contrarrestar, en sentido democrático y federal, a los nacionalismos de oposición no es la negación inmovilista, sino asumir la necesidad de proceder a aquellos cambios que van en beneficio de mejorar el autogobierno de las nacionalidades y regiones, y la participación de todas ellas en el gobierno general del Estado. Esto es cultura federal. El gobierno del Estado no debe representar un nacionalismo más, el más fuerte y arrollador. Debe mostrar la capacidad de defender una concepción de gobierno policéntrica. Puede y debe defender el interés general y multilateral. Éste es el reto que tendrán que afrontar, por ejemplo, Jean Chrétien y Jean Charest, después de la clara victoria de este último al frente del Partido Liberal ante el Partido Quebequés en las pasadas elecciones provinciales del 14 de abril. Tienen que demostrar que no ha perdido Quebec, sino una opción política concreta, porque se pueden defender también los intereses y aspiraciones de Quebec por la vía federal.

El camino hacia una federación pluralista no es nada fácil, pero es imprescindible para avanzar hacia democracias de más calidad y de mayor extensión territorial. Será el federalismo y no el nacionalismo quien construirá Europa. El nacionalismo estatal equivale a plomo en las alas europeas. Para que pueda volar una Europa independiente y respetada en el orden internacional hacen falta instituciones europeas directamente responsables ante los ciudadanos, y no sujetas a intermediación por parte de los gobiernos estatales. La federación no muerde, los nacionalismos sí. Por supuesto, más cuando se sienten acorralados.