¿Quién y por qué?

Querido J:

Llevo semanas pensando en esta carta. Mi intención era escribirte un informe frío sobre las posibilidades electorales de don José Montilla. Conoces mi escasa simpatía por su política, pero quería que esa opinión influyera lo menos posible sobre el contenido. En realidad, lo que pretendía era buscar razones para que un hombre pudiera votarlo. Y así tuve que empezar por algo más general: las razones por las que en una democracia convencional se vota a un hombre. Me acabaron saliendo estas seis. Sólo queda aplicárselas ordenadamente a don José Montilla.

1. El orden. Creo que fue una de las razones de que el candidato socialista de 2006 alcanzara una cifra de votos que le permitiera gobernar en comandita tripartita. Don José Montilla se había presentado a aquellas elecciones fiado en el constatable prestigio de los mudos. Una gran parte de la sociedad catalana había acabado cansada de la verbosidad maragalliana y del imponente desorden de su gestión de gobierno. El laconismo marmóreo de su sucesor podría ser presagio del orden y la serenidad. Se esperaba que todo eso alcanzara, muy especialmente, a las relaciones con el Gobierno central. Hay un titular profético de la prensa socialdemócrata cuando se cumplían los primeros 100 días de su mandato. «Montilla sosiega la política catalana». Pocos esperaban el fortísimo ejercicio de sosiego que don José Montilla ha practicado con el Tribunal Constitucional y con el propio Gobierno socialista. En plena exuberancia sentenciosa llegó a declarar solemnemente (como culminación de una inédita campaña de acoso) que el Constitucional no podía juzgar sentimientos. Dado que el Estatuto era una ley de origen divino. Este desprecio del orden democrático se manifestó en otros ejemplos, algo más grotescos, como la campaña de presuntos referendos independentistas que el socialismo catalán apoyó por activa o por pasiva en muchos municipios. Casi al final, la entropía se expresó con una imagen inolvidable: la expulsión de don José Montilla de la manifestación que él mismo había convocado en rechazo de la sentencia del Tribunal Constitucional.

2. La exaltación. Es una importante razón para el voto. Hay mucho pueblo que vota palpitando y que deja caer el voto en la urna como si fuera una maza. Hay Angladas o Laportas que sólo obtendrán ese tipo de votos. Había una posibilidad de que Montilla se hubiera llevado votos de la exaltación. La posibilidad de que hubiera defendido la nueva España roja ante las derivas independentistas de Esquerra Republicana o Convergència. Pero, obviamente, el hombre cuyo liderazgo político ha visto crecer hasta cotas insólitas el independentismo no puede aspirar al voto del españolismo que, en insultante asimetría con catalanismo, sigue siendo un insulto en Cataluña. A pesar de sus objetivos esfuerzos, don José Montilla tampoco puede aspirar a recoger la exaltación separatista. Faltan muchos días para las elecciones, pero no es probable que se decida a dar ese paso. Entre otras razones, porque en su propio partido y en su gobierno (y como otra muestra significativa de su incapacidad para el orden) gentes como Antoni Castells o Montserrat Tura ya lo han dado, dejándole en el limbo por si hiciera falta dejarle.

3. El progreso. Mucha gente vota para progresar. Sólo que hay que saber hacia dónde. En el caso de Esquerra o Convergència, se vota para el progreso hacia la independencia. Nadie sabe hacia dónde iría una Cataluña liderada de nuevo por don José Montilla. El progreso, también, se confunde fácilmente con el progresismo. Pero ni siquiera de esa confusión puede apropiarse el presidente. El fracaso político más profundo de su gestión es haber sido incapaz de sustituir el eje nacionalismo/no nacionalismo por el eje derecha/izquierda. Basta mirar las palídisimas filminas con que los socialistas catalanes intentan sacar pecho de su gestión social: apenas pueden presumir de haber aumentado las plazas de guarderías públicas. Es verdad que la crisis ha imposibilitado el desarrollo en profundidad de la Ley de Barrios y de una política presupuestariamente expansiva. Pero recuerda que yo sólo busco razones para votar a don José y no analizo la irresoluble injusticia del mundo.

4. La confianza. ¿Le comprarías un coche usado? De ningún modo, por más serio y tímido que pose. Su actitud en estos años ha sido la de un tremendo profesional del poder. Para nuestra desgracia poética, el cuento del charnego reconvertido y todos sus desgarros y trastiendas, eso del catalán de Iznájar que quiso, ha acabado cogiendo muy poco vuelo. Es indiscutible que don José Montilla es el heredero y sucesor de Jordi Pujol; pero sólo en la práctica y no en la convicción. Él declina mucho en sus propagandas el verbo creer: de lo que carece. Su exageración nacionalista ha devenido pura y simple impostación. Don José Montilla no convence a nadie de ser nacionalista; tampoco de que se haya hecho nacionalista. Subiéndonos al coche: ni nuevo ni de segunda mano. Tampoco invoca la honradez. Estuvo a un tris de tener ese as en la mano, pero ni siquiera lo tiene en la manga. Millet y Pretoria son casos inexorablemente transversales. La concreción de la sociovergencia.

5. La seducción. Don José Montilla tiene un corte de cara que le hace aparecer desenfocado. Así lo veo yo al menos. Exactamente, un rostro pixelado. Felipe tuvo su pana, Suárez sus Ducados, Calvo Sotelo su piano, Maragall sus saltitos, Pujol sus tics, Aznar su bigote, Zapatero su Zp. ¡Éstas son las verdaderas herencias de una gestión! Un político se debe a sus sinécdoques. En su web preelectoral lo llaman «Presidente Montilla» como si fuera un candidato: no han podido llegar a más. No te cansaré con precisas referencias a su capacidad retórica, en cualquier lengua. Y es obvio que sus complejos le han impedido hacer un gadget divertido de su acento en catalán.

6. El cambio. Claro: nadie vota a uno que gobierna por el cambio. Pero aquí hay algo interesante. Ni siquiera de un modo sutil el mensaje preelectoral de los socialistas incide en una de las estrategias usuales del partido más fuerte de una coalición electoral: «Dame la mayoría para que podamos llevar a cabo nuestra verdadera política, en solitario». Es tan desquiciada la situación socialista que su posibilidad de gobernar pasa forzosamente por el mendicante mantenimiento del tripartito. Y demoledora para su suerte la exhibición parasitaria de Esquerra Republicana, presta a buscar en otro esturión su caviar.

Pero no descartes que acabe dando lástima. El pueblo es muy sentimental.

Sigue con salud.

A.

Arcadi Espada