Quince años no es nada

Algo tiene que haber ocurrido para que toda una sociedad esté pendiente de la pantalla del teléfono smartphone, en el autobús, la cola de las oficinas de empleo o en un restaurante sushi. Fluctuaciones sin identificar van modificando nuestra vida colectiva, la política, los usos sociales, el valor de los valores. De repente, han aparecido formas de confrontación que hace quince años eran impensables. En quince años, lo inmutable y lo tumultuoso se solapan porque no han faltado desastres económicos, agresiones, catástrofes, portentos tecnológicos, alternancias entonces inimaginables. Raymond Aron criticó a cierto político francés por carecer de sentido trágico de la historia. Una de las mutaciones de los últimos tiempos es incluso más grave: haber perdido el sentido de la memoria colectiva y eso también puede ser trágico. No sabemos qué interpretación dar a las contorsiones de la humanidad hiperdigital. Con su carrito por delante, las caravanas monoparentales vagan por las grandes superficies. El fin de la historia se escenifica todos los días, con desenlaces muy distintos.

Hace quince años, sellar la cartografía del genoma fue un logro que hoy se nos hace insignificante. China abría sus mercados. Los movimientos antisistema se centraban en los males de la globalización. Las mentes más osadas pensaban en el tercer milenio. La economía mundial crecía. Confucio sustituyó el ábaco prohijando el incesto entre Internet y el iPhone. Y así estamos hoy, sin saber qué cosas existirán dentro de quince años más y cuáles se habrán apartado hacia el olvido. La transformación de las formas políticas ha comenzado. De los rebaños liderados por la oveja Dolly pasaremos a los temibles azares de la clonación, mientras los profetas de la inteligencia artificial ocupan los púlpitos para expandir la doctrina transhumana.

En estos quince años transcurridos, cayeron las torres de Manhattan, estalló Atocha y hoy presenciamos la eclosión de un Estado Islámico que amenaza un Occidente cada vez más desmilitarizado y escaso de vertebración moral. Los bombarderos robóticos son al mismo tiempo un signo de supremacía tecnológica y la confesión de una insuficiencia. Viejas formas de civilización naufragan sin que sepamos lo que vendrá después. La Unión Europea sigue siendo puerto seguro, pero con más oleaje al dejar atrás los malecones y avistar el ciclón griego. Y al mismo tiempo, migraciones en masa colapsan el sistema fronterizo europeo, con el riesgo de pasar a ser un dato endémico.

Después de los Gobiernos de Rodríguez Zapatero llegó el marianismo en el momento en que la crisis económica engrosaba las colas de los parados y el independentismo catalán, sin conciencia de su propia desproporción social, planteaba un reto insostenible. Entonces irrumpió el populismo antisistema de Podemos. Prácticamente nadie había previsto esta sucesión de acontecimientos. Aparece el selfie en el mismo instante en que nos preguntamos cuál es la verdadera dimensión de la penúltima crisis de la conciencia europea. Desde lo más remoto, Gutenberg puede despedirse definitivamente de nuestra época, sin maestros de pensamiento, grandes líderes o sistemas razonables. De hecho, lo que más está a la vista es un indicio de irracionalidad, distanciado de lo que hasta ahora ha sido el equilibrio posible entre individuo y Estado, entre mercado y comunidad.

Lo alarmante es que cada episodio de este nuevo siglo acabe siendo intrascendente y relativo. Olvidar el esfuerzo generacional que implica la continuidad de las grandes instituciones saldrá muy caro. Tantas complejidades económicas y políticas confiscadas por el ilusionismo político acabarían por ser un obstáculo a la estabilidad imprescindible para ser competitivos. En la barbacoa mediática no distinguimos entre chuletas chamuscadas, carne cruda o condimentos anestésicos. ¿Es recomendable una nueva Ilustración? Es incierto que haya margen para una razón universal en tiempos tan precarios. Cosas del siglo XXI. Posiblemente será muy largo, dilatado y asimétrico. Nos hará constatar que no hay un orden mundial duradero. Y a la vez quizás se haga posible derrotar el cáncer o echar mano de las nuevas tecnologías para reducir desigualdades económicas.

Mientras tanto, el amor o la libertad por suerte no descubrirán un mundo feliz en el que la virtualidad nos exima de ser demasiado humanos. ¿Seguirá el Fondo Monetario Internacional rectificando sus previsiones un día sí y otro también? El tiempo se acelera y solo se conjuga en presente inmediato. Para adaptar el viejo tango, que quince años no es nada.

Valentí Puig es escritor.

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