Quinto aniversario del enemigo

Por Andrés Montero Gómez, presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia (EL CORREO DIGITAL, 11/09/06):

El terrorismo 'yihadista' apareció justo cuando el mundo necesitaba un nuevo enemigo. Después de cinco años, es difícil recordar el período de relaciones internacionales anterior a los atentados de Nueva York y Washington.

En la década de los noventa, el comunismo ya había desaparecido. Es cierto que el mundo se entretuvo en matarse en la antigua Yugoslavia y también que Irak desencadenó una invasión surrealista en Kuwait, que propició otra guerra. Sin embargo, el enemigo uniforme e identificable no existía. Fue, por tanto, una época de reorientación, sin saber muy bien sobre qué parámetros sustanciar las relaciones internacionales. Todos los organismos multilaterales estaban en crisis de identidad; los servicios de inteligencia, extinto el comunismo, se recolocaban hacia nuevas amenazas y, en fin, se hacía complicado vivir sin tener miedo a un actor humano plenamente identificable. La deforestación o la crisis energética eran y son riesgos mucho mayores a largo plazo que el terrorismo, pero nadie de los que pueden se ha empeñado en constituirlos como enemigos globales. Las relaciones internacionales están asociadas al conflicto y a la confrontación, y si las del siglo XXI además son globales, la amenaza correspondiente también ha de serlo. De momento, la violencia parece mediarlo todo.

Antes de los noventa, el comunismo representaba el mal. A su alrededor germinó la carrera de armamentos y una Guerra Fría sustanciada en la disuasión nuclear. El mundo era bipolar y, literalmente, se repartía entre un bando y otro, entre los buenos y los malos. Pero su caída lo hizo multipolar y empezamos a necesitar un enemigo en consonancia. En algún instante se lo ha intentando multipolarizar, con el andamiaje de una columna vertebral del mal en cinco países, pero no ha servido. Al 'eje del mal' le faltan cualidades para ser un enemigo global: está demasiado disperso, sus países no conforman entre sí una verdadera red colaborativa para extender el desastre por el mundo e, individualmente, son insignificantes a escala planetaria. El universo de las relaciones globa-les necesitaba una amenaza global, pero no una cualquiera, sino aquélla que encarnara la atávica lucha entre el bien y el mal. Y el 'yihadismo' apareció como el candidato perfecto. Con el terrorismo global es fácil visibilizar al enemigo encarnado, algo que no ocurre ante los desastres ecológicos o energéticos.

El 'yihadismo' no es nuestra responsabilidad, pero lo estamos alimentando de alguna forma, de muchas formas. Así que al final hemos creado un enemigo más grande de lo que es y de lo que era. Y si queremos que este quinto aniversario del 11-S sea útil, más allá de repetir las mismas vaguedades, hagamos autocrítica, que es uno de los pilares del progreso.

A Al-Qaida la hemos construido entre todos. De acuerdo, son fanáticos terroristas asesinos que aniquilaron a miles de personas en Nueva York. Lo hicieron así porque tenían pocas dudas sobre cómo responderíamos. El terrorismo no es nada, no tiene impacto ni sentido sin la respuesta del auditorio al que va dirigido su mensaje. Y nosotros les otorgamos cobertura mediática instantánea y en directo en todas las televisiones, años de páginas de análisis, testimonios y publicidad. Hicimos de Al-Qaida un actor global porque la reconocimos global. Si ahora un candidato anglopaquistaní a 'yihadista' abraza el terrorismo es porque es consciente de que, a resultas de una acción criminal, tendrá identidad global desde su vida anodina, significado e importancia mundiales.

Es cierto que no podemos hacer otra cosa de momento. Las Torres Gemelas en descomposición por aviones-bomba detonando contra ellas no pueden ser ignoradas en nuestro mundo intercomunicado. Sin embargo, debería preocuparnos que Ayman al-Zawahiri, el lugarteniente de Bin Laden, difunda sus vídeos caseros y amenazantes por el mundo de manera gratuita, sin contratar un solo publicista y prácticamente en tiempo real. Ni siquiera un mensaje de Amnistía Internacional sobre los derechos humanos tiene una cobertura mediática tan rápida y global. Nuestro mundo multipolar necesita un enemigo multifocal global, y ya lo tenemos. Al final va a resultar que nos hace falta una personificación del mal para mantener vivo el bien. En un error mayúsculo, a mi entender, el presidente Bush declaró la guerra al terrorismo. Los terroristas del 'yihadismo' internacional están convencidos de que son soldados de Alá en lucha contra el infiel occidental, de manera que el reconocimiento de que son un enemigo a batir les ha venido perfecto. El 'yihadismo' reconoce a EE UU como el satán imperialista y, en reciprocidad, EE UU concede que Al-Qaida es la encarnación del mal. La guerra está servida.

Cada época histórica tiene los enemigos que nuestro propio grado de evolución es capaz de engendrar y mantener. Los imperios, antes de la Primera Guerra Mundial; los fascismos en la Segunda; el comunismo en la Guerra Fría y, ahora, el terrorismo, que es una guerra porque hemos querido que lo sea. Si desde el primer instante hubiéramos etiquetado a Al-Qaida como una red terrorista de delincuencia organizada, tal vez la imagen que un candidato anglopaquistaní a 'yihadista' tendría de ella sería distinta. No es igual que el mundo te reconozca como un soldado de Alá a que te califique como un criminal global, sobre todo cuando tus motivaciones íntimas están labradas en un discurso religioso. Ahora ya es tarde y la imagen del monstruo está construida.

La consideración del 'yihadismo' como una delincuencia no hubiera afectado a los recursos contraterroristas, salvo por la participación de los militares. Los servicios de inteligencia se habrían involucrado igual contra Al-Qaida y las policías del mundo habían impulsado también su cooperación y establecido operaciones conjuntas. Pero si Al-Qaida no fuera un enemigo en el sentido bélico sería más complejo ligarlo a batallas en Irak y Afganistán, a Guantánamo y al creciente papel del Pentágono en la lucha contraterrorista. Es muy natural que, ante un enemigo, sea la milicia la que alcance protagonismo.

En resumen, teníamos un fenómeno amenazante neto, hostil y muy nocivo para la sociedad al que debíamos responder. Pero antes de hacerlo, necesitábamos saber con qué nos enfrentábamos. Había dos opciones principales: o bien respondíamos como si fueran criminales y nos enmarcábamos en la seguridad civil o bien lo hacíamos como si fueran enemigos y entonces la cuestión se militarizaba. Elegimos la segunda alternativa. Como resultado, las relaciones internacionales, que siempre han estado llenas de guerra, actualmente están impregnadas de contraterrorismo.

Ahora que ya tenemos la amenaza etiquetada, como hemos deseado, no hay más remedio que avanzar por la senda escogida. E igual que en una guerra, manejar el miedo de la población es fundamental, porque será ese miedo el que autorice medidas de seguridad draconianas o excepcionales, caso de que fuera necesario, y el que garantice que los gastos públicos en defensa y control se incrementen. Al final, todo acabará relacionado con el terrorismo: el petróleo, los transportes, la inmigración, la droga (EE UU no habla sino de narcoterrorismo), y ciertos países díscolos.

¿Qué es el 'yihadismo'?: una serie de musulmanes fanáticos con capacidad de inmolarse en atentados de gran impacto social, que han descubierto que tienen oportunidad de influir políticamente porque les estamos otorgando el poder de hacerlo.