¿Quo vadis, ESPAÑA?

Lo que yo quiero decir en este artículo es muy simple. España es una gran nación y tiene los ingredientes necesarios para que sea un privilegio vivir en ella. Pero eso no es gratuito; requiere dedicación, esfuerzo, unidad y sentido común. Estoy de acuerdo con Ganivet cuando dice que, si se examina la constitución ideal de España, el elemento moral más profundo que en ella se descubre es el estoicismo. Y en concreto el estoicismo natural y humano de Séneca, cuya doctrina se condensa en no dejarse vencer por nada extraño a su espíritu, pensando que tenemos dentro algo fuerte e indestructible, como una fuerza profunda, como un eje diamantino, que nos coloca por encima de todo lo que nos precede, sea favorable o adverso. Y así lo demuestra nuestra historia, que ha tenido tantos y tan impresionantes altibajos. Y siempre hemos resurgido. Por ir a lo reciente, después de una guerra civil fratricida y un periodo largo de dictadura, ha renacido una España próspera, culta, democrática, con un bienestar social envidiable y una convivencia ordenada; hasta el punto de estar entre los nueve países más relevantes del mundo.

Pero después de la Transición política del 78, en la que nos unió y empujó el logro de la democracia, y de la etapa de los 80, en la que nos vertebró el ingreso en la Unión Europea, hemos arribado a una situación compleja y confusa, y, aunque la crisis nos ha golpeado duramente, «la madurez del Gobernante –como dice E. Serra– pasa por no usar la crisis para justificar todo, sino como la palanca sobre la que debemos consensuar el sueño común y hacerlo realidad». Y tener las metas claras, pues, como dice el sabio consejo marinero, «no hay viento favorable si no sabes a dónde vas».

La crisis económica, con la consiguiente transformación del escenario político y el renacimiento de las aspiraciones nacionalistas-separatistas, nos ha llenado de confusión e inoperancia. De nuevo recuerdo a Ganivet cuando nos decía que hemos restaurado algunas cosas pero falta aún restaurar la más importante: el sentido común. Cuando todos los españoles –sigue diciendo– acepten, con el sacrificio de sus convicciones teóricas, un Estado de Derecho fijo, indiscutible y por largo tiempo inmutable y se pongan unánimes a trabajar en la obra que a todos interesa, entonces podrá decirse que ha empezado un nuevo periodo histórico.

Esta ímproba tarea de la unidad es hoy quizá el principal reto de España. No quiero ni puedo entrar en el análisis de las políticas tan desacertadas que por unos o por otros se han puesto en práctica y que nos han llevado a una situación muy preocupante: ver ¡televisado! cómo un representante político rompe un auto judicial en público o cuando otros de alta responsabilidad proclaman urbi et orbi que no acatarán las sentencias de los tribunales, es algo muy preocupante e inadmisible. Argumentar que la democracia está por encima de la ley, en un Estado democrático, es un sinsentido y una aberración jurídica. De ahí que el separatismo sea una de las principales y más urgentes tareas que la sociedad española, a través de sus representantes, debe abordar.

Dicho en otras palabras, tenemos que hacer un gran esfuerzo por la concordia y el sentido común. Hace poco tiempo, la Fundación Everis, con Eduardo Serra a la cabeza, hizo un gran estudio, «Las claves para transformar España», con la aportación de cien personalidades de muy distinto signo, entre las que tuve la oportunidad de estar. Pues bien, en él se dice si serán capaces los españoles de ponerse de acuerdo a la hora de definir una meta común sobre la España del futuro; para añadir que «seguramente más de uno se estará preguntando si es de verdad posible con tanta crispación y enfrentamiento».

A pesar de lo que algunos nos quieren hacer pensar, es mucho más lo que nos une que lo que nos divide y ha llegado el momento de volver a poner en valor el «nosotros» y lo «nuestro».

Con independencia de lo anterior, cuya trascendencia vuelvo a resaltar, hay otros campos trascendentales para poder afirmar con solvencia que –si se abordan con decisión e ilusión– España irá a mejor. Quizá sea el empleo el objetivo número uno. Un sistema capitalista sin empleo, es decir, con un paro escandaloso, es algo indecente y éticamente deplorable. Y para que haya empleo es preciso que el barco de la economía se ponga en marcha. Para ello, además de incentivar la economía del conocimiento, hay que fomentar la inversión –también la pública– mediante incentivos tecnológicos, fiscales y de cultura empresarial. Asimismo, hay que lograr que mejore el nivel salarial, puesto que, además de otro tipo de consideraciones, unos salarios bajos (en una encuesta de Adecco de agosto de este año, el 74% de los encuestados consideran que ganan menos de lo que se merecen) llevan a un empobrecimiento general, por el menor gasto y los menores ingresos fiscales. Con independencia del ingrediente económico, hay que insistir en modificar la legislación laboral no «apretando» más las condiciones de trabajo, sino facilitando la contratación e intensificando la formación profesional. Todo ello cuidando la flexibilidad interna, que es el gran antídoto del despido.

Otro de los grandes retos es el de la educación. Parece increíble, pero así es, que los políticos no se pongan de acuerdo en una ley armonizadora, moderna y dinámica de la educación, cuando es la base de la prosperidad más decisiva. En este tiempo que viene debería ser uno de los objetivos primordiales. Hay que lograr asimismo un mayor acercamiento de los ciudadanos y los representantes políticos mediante un cambio de la ley electoral que quite protagonismo al «aparato» de los partidos y dé «frescura» al sistema de elección. Y lo mismo tenemos que decir de la elección de los jueces en los Tribunales Superiores de Justicia, Supremo y Constitucional.

Obviamente, no trato con estas reflexiones de hacer un programa de Gobierno. Simplemente, llamar la atención de los responsables políticos para que con sentido común y sentido patriótico dejen de lado diferencias ideológicas y pongan todo el esfuerzo –que no es tan difícil– en hacer de España un país más fuerte, más unido, más próspero y donde merezca la pena vivir, sin que nuestros hijos y nietos añoren el «paraíso» extranjero. La juventud es la base de nuestro futuro y en los momentos actuales hace falta que se impliquen más en los problemas de España, que se interesen. Es cierto que para lograrlo hay que ilusionarles y darles esperanza de palabra y con el ejemplo, pues, como decía Napoleón, «solo se deja guiar un pueblo cuando se le enseña un porvenir, porque un político es un comerciante de esperanzas».

Juan Antonio Sagardoy Bengoechea es numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

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