En Italia las crisis de gobierno no son la excepción sino la norma. La duración media de los gobiernos supera el año por poco. Por supuesto, siempre hay excepciones como los gobiernos Craxi I (1983-1986) Berlusconi II (2001-2005) y Berlusconi IV (2008-2011), los tres más longevos. Nótese, por ejemplo, que la reciente dimisión de Giuseppe Conte puso fin al gobierno número 65 en 73 años de democracia, a contar desde su restauración tras la Segunda Guerra Mundial. El propio presidente de la República, Sergio Mattarella, ya ha convivido con tres presidentes distintos -Renzi, Gentiloni y Conte- desde que estrenó su cargo a comienzos de 2015. Luego, al menos desde un punto de vista histórico, la actual crisis de gobierno no supone una novedad. Más bien lo contrario.
Sin embargo, desde una perspectiva institucional la política italiana sí se desarrolla en un contexto de cierta excepcionalidad. Sobre todo porque el escenario que la preside es un sistema de partidos en busca de definición. Los procesos políticos, sociales y económicos puestos en marcha con la crisis financiera de 2008 dinamitaron el sistema bipolar que organizaba la competición política desde 1994. Y ahora la política italiana se encuentra en un impasse a la espera de que se consolide otro modelo de interacción de partidos que estructure y ordene la competición política.
El sistema que surge de las elecciones de 1994 organizó la competición en torno a dos grandes bloques, representativos de la derecha y la izquierda. Este bipolarismo, no sin defectos ni debilidades, hizo previsible el comportamiento de los partidos, definiendo el campo de las alianzas y dando coherencia a las coaliciones. Además, la relativa estabilidad de las coaliciones funcionó como incentivo para la creación de dos grandes partidos con vocación mayoritaria. En 2007 nació el Partito Democratico (PD) fruto de la confluencia de post comunistas y ex democristianos. En 2008 se ponía de largo el berlusconiano Popolo della Libertà (PdL), que absorbía al movimiento postfascista Alleanza Nazionale. La fuerza de arrastre de ambos partidos hizo que en las elecciones de 2008 el bipolarismo llegase a su máximo rendimiento histórico, cosechando el mayor consenso favorable a las fuerzas pro sistema desde la restauración de la democracia en la posguerra, el 83,1%.
Sin embargo, diez años después ese voto ha saltado por los aires. El primer capítulo de su desaparición fueron los resultados de las elecciones de 2013. La espectacular irrupción del M5S del cómico Beppe Grillo, expresión de un voto de protesta en clave populista tras el bienio del gobierno técnico de Mario Monti, enterró el bipolarismo inaugurando una competición tripolar. Después vendría la no menos espectacular transformación y crecimiento de la Lega de Salvini, quien tomó las riendas de su partido tras el resultado del 4% en las elecciones de 2013 para llevarlo hasta el 34,26% en las europeas de 2019. En 2018 el apoyo a los partidos pro sistema quedó reducido al 41,6%, convirtiendo al polo populista en el nuevo centro de gravedad de la política italiana. El gobierno de coalición M5S-Lega puede que naciese contra pronóstico, pero no contra naturam. Ambos daban cauce a un hondo sentimiento antipolítico contra los partidos tradicionales y el establishment político.
La morfología del sistema político italiano sigue siendo objeto de debate tras una década de profundos cambios. Ante las elecciones de 2018, el politólogo Sergio Fabbrini pronosticaba la redefinición del sistema en sentido bipolar con la fractura europeísmo-soberanismo como eje. Mientras que el profesor Angelo Panebianco auguraba el nacimiento de una competición tripolar con un nuevo centrismo como anclaje, flanqueado por dos partidos populistas. Ahora la negociación M5S-PD anima a quienes desean la concreción de un nuevo bipolarismo izquierda-derecha. Apoyados, sobre todo, en la recién estrenada versión europeísta del M5S, concretado en su voto positivo a Ursula von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea.
Como ha explicado el politólogo Gianfranco Pasquino, la creciente importancia que ha adquirido la dialéctica europeísmo-soberanismo como referencia estructural de la política italiana se debe a que los partidos son débiles, las culturas políticas tradicionales están en declive y las ideologías clásicas han desaparecido de la escena. De hecho, el éxito del populismo italiano se ha basado en su capacidad para moverse eficazmente en el tablero político al margen del eje izquierda-derecha. La Lega no tiene problema para apelar al votante tradicional de la izquierda, ni el M5S se ha negado a competir contra la izquierda cultivando al votante de la derecha. En Florencia, Bolonia o Módena, histórica zona rossa, el 20-24% de los votantes que dieron su confianza al PD en 2013 han votado a la Lega en 2018. En Roma, Nápoles o Palermo, el 20-25% de los votos del M5S provienen de antiguos votantes de Berlusconi. Mientras que la transferencia de votos entre el M5S y la Lega entre 2013 y 2018 es una constante, sobre todo en el norte del país.
Precisamente, ningún análisis de este estado de cosas fluido y magmático puede perder de vista que la Lega y el M5S, pese a sus diferencias, comparten un universo de valores en clave populista que impregna su concepción de la democracia, los partidos, las instituciones y el proceso de toma de decisiones colectiva. Dos ejemplos del libro Le divergenze parallele (Bordignon, Ceccarini y Dimanti) sobre las elecciones de 2018. Mientras que para el 73% de los electores del PD la democracia no puede funcionar sin partidos, el 48% de la Lega y el 52% del M5S piensan lo contrario. El 53% de los electores de la Lega y el 56% del M5S son favorables al uso del referéndum como instrumento decisorio, mientras que solo el 23% de los electores del PD lo aprueba. Más aún, según un estudio reciente del Istituto Carlo Cattaneo, para el 56, 6% de los simpatizantes del M5S su segundo partido es la Lega, mientras que solo para el 15,6% lo es el PD.
Estos datos invitan a considerar que la dialéctica europeísmo-soberanismo que pretende abrirse paso como nuevo elemento vertebrador de la competición política en Italia deberá convivir con la poderosa fractura política-antipolítica que opera en el fondo del sistema. Y que permite explicar por qué el M5S y el PD han sido incompatibles desde la aparición de los grillini en política, mientras que el M5S y la Lega han tendido a la inteligencia. En la primera encuesta post crisis publicada por el Corriere della sera la Lega con el 31,8% y el M5S con el 24,2% siguen dando cuerpo a un robusto consenso populista. De cómo evolucionen, de cómo planteen sus estrategias de poder y cómo capitalicen ese consenso dependerá el porvenir del sistema político italiano. Porque Italia sigue siendo, a menos a día de hoy, una historia de dos populismos.
Jorge del Palacio es profesor de Historia del Pensamiento Político y coordinador del libro Geografía del populismo (Tecnos, 2017)