Quo vadis, Pedro?

Un tratadista florentino dejó escrito que los hombres de Estado que han cosechado mayores éxitos son aquellos que han sido capaces de «tener pocos miramientos hacia sus propias promesas». A pesar de que entre la escritura de El Príncipe y nuestros días median cinco siglos, estas palabras definen a la perfección la forma de entender la política de Pedro Sánchez. Porque su trayectoria es una trayectoria de supervivencia extrema donde ha sabido interpretar en cada momento el papel que le exigía su único objetivo: el poder.

Supo presentarse como el adalid del socialismo liberal europeo fotografiándose en Bolonia con Renzi y Valls, el «pacto del tortellini». En aquellos tiempos Sánchez era un enemigo declarado de todo populismo y en particular de Podemos. Sin embargo, cuando fue necesario terminó apropiándose de su retórica contra las élites y los poderes fácticos. Cuando era socio-liberal se presentó envuelto en una gran bandera española, hasta que un nuevo giro de guion le llevó a desempolvar el concepto de España como «nación de naciones». Rizando el rizo, en septiembre Sánchez confesó que «no dormiría por la noche, junto con el 95% de los ciudadanos de este país», si liderase un gobierno con ministros de Podemos. Hoy, presumiblemente, ambos partidos van a formar el primer gobierno de coalición de la historia de España desde la Transición. No sin ironía, en el debate de investidura Santiago Abascal afirmó que no descartaba que Sánchez quisiese pactar con Vox en el futuro. Con Sánchez no cabe descartar nada. ¿Acaso no era Quim Torra el Le Pen español al que el PSOE había venido a hacer frente?

Quo vadis, Pedro?Los ejemplos de Sánchez defendiendo una cosa y la contraria son legión. Seguramente habrá pocos españoles que esta Navidad no hayan recibido en sus teléfonos móviles vídeos protagonizados por el líder socialista en los que incumple promesas, incurre en contradicciones o desprecia los hechos. Sin embargo, a Sánchez no le va mal. La razón está en que su forma de hacer política no guarda ningún tipo de relación con la verdad, sólo con la lógica del poder. Por eso parte de su éxito radica en su capacidad para hacer inútil cualquier intento de crítica que atienda a programas, líneas de gobierno, ideas, conceptos o modelo de país. No es su terreno de juego. Justificar demasiado una opinión, o fundamentar de manera consistente la acción política, sale caro a quien solo busca tener las manos libres para actuar. Los que debemos escribir nos empeñamos, por pura nostalgia, en atender otras dimensiones de su ejecutoria. Subrayar su desviación de los patrones de la socialdemocracia occidental, incidir en el desafío abierto que supone el socialismo de Sánchez para el modelo del PSOE de la Transición, o en acentuar la aberración ideológica que supone hacer rehén del nacionalismo al socialismo. Sin embargo, nada de esto inquieta o afecta a un líder que pacta con la misma determinación con Albert Rivera que con Pablo Iglesias. Sánchez, con su ambición de poder, opera más allá del principio de contradicción.

Es bueno y legítimo que los políticos tengan ambición. La ambición no es mala en sí misma, decía Raymond Aron en su famoso curso de filosofía política en el Instituto de Estudios Políticos de París. El único problema, matizaba Aron, es que dicha ambición debe resultar útil a la sociedad. Todos los partidos aspiran a conquistar el poder, faltaría más. El problema radica, sin embargo, en si la conquista se hace reforzando o erosionando el sistema que permite la convivencia. Dicho de otro modo, si se conquista el poder con el sistema o a costa del sistema. En este sentido, nuestro actual panorama político parece, de momento, acomodarse a la segunda opción. Como no podía ser de otro modo, el mundo del PSOE ya ha desplegado toda una batería de viejas etiquetas –la matraca de la crispación, etc.– para azuzar a quien ose criticar el nuevo gobierno de coalición PSOE-Podemos. ¡Atreverse a negar el progreso de España! Bien, pero lo cierto es que no hace falta mucha imaginación, sino simplemente atender a los discursos y programas de los partidos que apoyan esta coalición, para darse cuenta de que Sánchez se ha rodeado de organizaciones políticas que están en contra de las instituciones del Estado. Al contrario, seguro que Podemos, Bildu o ERC se abochornarían si se dijese que no está en su ADN la superación del actual Estado español.

En su última estrategia para seguir en La Moncloa, negada de extremo a extremo en campaña, Sánchez aboca a los españoles a un nuevo bipolarismo. De pronto, sin comerlo ni beberlo, nos vemos debatiendo no un programa de gobierno, sino la continuidad misma de nuestras instituciones políticas. Se trata de una estrategia frívola e irresponsable de fabricar polarización. Al aliarse con los impugnadores del sistema recogido en la Constitución de 1978, Sánchez empuja la competición a un plano existencial. Y este tipo de competición, como bien muestra la historia de España, nunca busca integrar, sino, como pudo verse en el debate de investidura, persigue excluir, demonizar y deslegitimar al adversario.

Por supuesto que el sistema político español puede ser cambiado y sus instituciones sometidas a crítica. Los procedimientos son claros y si un partido es capaz de crear un consenso suficiente, puede liderar el cambio constitucional hacia una nueva forma de Estado u organización territorial. ¿Pero puede Sánchez, con su exigua mayoría, dar satisfacción a la ambición anti sistema de sus socios? ¿Cree Sánchez que sus socios se van a conformar con un PSOE que asume el lenguaje de los independentistas sin llegar a mayores concesiones? Pero, aún más, ¿dónde puede llegar con un partido como Podemos donde ya imaginan a Sánchez como su particular Alexander Kerensky? ¿Y qué tipo de política puede articular o elaborar Sánchez con partidos que parten de la convicción revolucionaria de que democracia y ley son principios opuestos? ¡A la hoguera con los artículos de Norberto Bobbio sobre socialismo, liberalismo y democracia publicados en las revistas del PSOE Leviatán y Sistema!

Señalaba Arcadi Espada en el excelente artículo El poder, la verdad que «no hay un solo dirigente español de nuestro tiempo que haya sometido la verdad y las convicciones a una humillación comparable». Quizás cabe confiar como el propio Espada en que, como nada de lo que Sánchez diga puede ser creído por ninguna persona normal, mienta a los mismos independentistas. O que estos ya sepan que el líder del PSOE ni negociará la soberanía española, ni les va a conceder el anhelado referéndum de autodeterminación. Y todo sea, al final, una comedia para ganar algo de tiempo y poder institucional para colocar a los miembros de sus disciplinados partidos.

Si así fuera, la perplejidad ante la operación puesta en marcha por el PSOE sería aún mayor. Si no hablamos de un gran proyecto político de fondo y de envergadura, orientado a la construcción de una nueva hegemonía progresista llamada a dominar en el tiempo, sino de un simple reparto de poder para sobrevivir de manera precaria en La Moncloa, al dictado de partidos que en el fondo desprecian lo que representa el PSOE, ¿de verdad tan pequeño botín justifica el proceso de degradación, descrédito y polarización a la que se están sometiendo la sociedad, la vida política y las instituciones españolas? Quo vadis, Pedro?

Jorge del Palacio Martín es profesor de Historia del Pensamiento Político y de los Movimientos Sociales de la Universidad Rey Juan Carlos.

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