Racismo universal

La universalidad del racismo presenta una constante desesperante: la ignorancia y la necedad. Esté donde esté y venga de donde venga, el hombre tiene miedo del hombre. La violencia con que ciudadanos sudafricanos han perseguido y matado a más de cuarenta extranjeros llegados de países vecinos es increíble e inaudita. Simplemente porque se pensaba que el racismo era una cuestión asociada al color de la piel. No sólo. Existe una clase de perversidad que se combina con el miedo para expresar el rechazo y puede llegar al asesinato. Cabría simbolizar este racismo criminal con la imagen vista en televisión de ese hombre a cuatro patas cuya identidad nadie conoce y que arde sin que nadie acuda en su auxilio. O esa otra a la que ya nos hemos acostumbrado de hordas humanas huyendo de las chabolas para escapar adonde sea. Más de 25.000 personas han intentado regresar a su país de origen, Zimbabue, Mozambique, Botsuana e incluso Congo.

El país que tanto sufrió el apartheid ha enlazado así de forma imprevisible con la violencia xenófoba. Evidentemente no todo el país es racista. Pero que esta caza del extranjero ocurra en este país resulta aberrante, es un fracaso de la política económica y social de Thabo Mbeki.

A principios de los años treinta, obreros franceses de la región de Niza atacaron del mismo modo a varios inmigrados italianos porque veían en ellos una amenaza contra su puesto de trabajo. Hicieron lo mismo en 1936 con los polacos, de una manera aún más terrible. Los actos de violencia se acompañan de palabras que perpetuarán el racismo durante siglos. En España, se llamará moros a los árabes; en Francia, maccheroni a los italianos y pingüinos a los españoles...

Actualmente, pese a la toma de conciencia y la lucha contra el racismo, presenciamos aún escenas en que el odio al extranjero se manifiesta mediante los peores métodos. En Italia, los neonazis persiguen al inmigrado (en situación legal) pintando cruces gamadas en sus casas o tiendas. En Francia, se profanan tumbas tanto judías como musulmanas.

Los estadios de fútbol se han convertido en el lugar donde se oyen crecientemente insultos racistas contra los jugadores de piel negra. Jean-Marie Le Pen, presidente del Frente Nacional, fue quien primero hizo observaciones racistas sobre la presencia de jugadores negros en la selección francesa. Y en cierto modo ha dejado que sus seguidores y acólitos dieran rienda suelta a su odio.

Lo que pasa hoy en Italia se inscribe entre las consecuencias de la política extremadamente dura de la derecha y también de su ala más radical con relación a la inmigración en general y a la clandestina en particular. El discurso político tiene repercusiones importantes sobre la sociedad. Cuando un ministro, un alcalde o un gobernador pronuncia una frase desagradable sobre los extranjeros, el racista la descodifica y se siente autorizado a salir a la caza del inmigrado. El ambiente actual en Italia resulta inquietante. Para demostrar la fuerza del nuevo régimen y dar pruebas de firmeza e iniciativa, algunos ministros del Gobierno Berlusconi levantan las barreras de las fantasías racistas. Es como si dijeran: "Podéis ir a por ellos, os apoyamos".

El socialista francés Michel Rocard dijo a propósito de los flujos migratorios incontrolados, cuando era primer ministro: "No podemos acoger toda la miseria del mundo". Algunos lo interpretaron como un "¡fuera los extranjeros!". El pobre Rocard, humanista y hombre de convicciones socialistas, fue desbordado desde su derecha, cosa que no podía prever. Cuando el Papa Benedicto XVI habla de la violencia inherente al islam, hace una concesión a los islamófobos llevando el agua a su molino desde la cúspide de su función simbólica. Estos extravíos generan las condiciones propicias para una caza del hombre extranjero o simplemente distinto. Italia debería volver a enlazar con los valores de su humanismo y poner freno a estos excesos que tarde o temprano perjudicarán a los propios italianos. Indudablemente, es menester solucionar el problema de los sin papeles. En cuanto a los gitanos, si se les califica de "errantes" se debe a que desde hace siglos no dejan de desplazarse. Hoy están aquí, mañana estarán en otra parte. Nadie ha logrado sedentarizarlos ni hacerles cambiar su estilo de vida. De nada sirve dedicarse a darles caza.

Tahar Ben Jelloum, escritor y miembro de la Academia Goncourt.