Racismos: el sutil y el explícito

Fue en un spa de ciudad con limpísimas piscinas de hidromasaje, olor a paz y tranquilidad, un oasis en medio del ruido. Yo estaba empapada de arriba abajo, venía de los vestuarios ya preparada para dejarme ablandar por las burbujas. Y no me di cuenta de que la encargada del lugar me miraba, pero cuando dejé las chanclas a un lado me habló: "Perdona", dijo, y por el tono de su voz ya vi que lo que seguiría no sería precisamente una disculpa. "Perdona, tienes que ducharte". Su nariz fruncida y la expresión de asco en su cara decían mucho más las palabras concretas que salían de su boca.

¿Cuándo aprendimos a detectar tan claramente este tipo de reacciones? ¿En qué momento de la vida entendemos el significado oculto detrás de este tipo de frases? No lo sé pero en el preciso instante de decir “tienes que ducharte” mi cuerpo revivió de repente miles de experiencias como esa. Pude notar cómo la piel, el cabello, mis facciones, toda mi anatomía se separaba ligeramente de mi. Una disociación parecida a la que provocan las agresiones sexuales. Y el lector puede pensar que lo que me dijo la mujer no tenía nada de racista, que simplemente me estaba recordando las normas como haría con cualquier otro y habría sido así si no fuera que yo estaba completamente empapada.

Y no se crean, en estas situaciones, la persona discriminada es la primera en dudar de sí misma. No te puedes creer que algo así te esté pasando porque no hay ninguna razón obvia que justifique el racismo, porque es pura arbitrariedad convenida y transmitida colectivamente. La mujer me dijo que me duchara y corrí a demostrar que iba limpia, le dije que ya lo había hecho en los vestuarios, pero insistió: “No sé yo”. Me salió algo de ironía como mecanismo de defensa:-“si quiere, puede tocarme”- a lo que, claro, respondió dándose la vuelta. Me sumergí en el agua pero seguí sintiéndome sucia, que es exactamente lo que provoca el racismo.

El incidente en sí no tiene mucha importancia, pero hizo que de repente me acordara de tantos y tantos episodios como ese, vividos por familiares, amigos o yo misma. Pequeñas dosis de rechazo cotidiano que te hacen recordar que tu sitio está en los márgenes de la sociedad en la que vives. Otros ejemplos: que en una tienda te digan que la ropa que venden no os la podéis permitir tú y tu hermana, que en el parque se crean que eres la canguro de tu hija de pelo liso, que, si eres chico, te nieguen la entrada a una discoteca o que en cualquier momento, yendo por la calle, te puedan requerir la documentación sin más justificación que tu apariencia. También están los que, con muy buena intención, se sorprenden de que alguien de tu mismo origen tenga la piel blanca y los ojos claros, y te lo cuente como si eso fuera mejor que ser moreno con los ojos oscuros. Las situaciones de este racismo sutil son infinitas.

Otra cosa es el racismo explícito, violentamente explícito como el que describía Tehja Genard en una carta a este diario el otro día, el que ha vivido la regidora de Badalona Fatema Taleb. Los 'vete a tu país' o 'moro de mierda' o incluso las agresiones físicas que sufrió una mujer embarazada que llevaba niqab hace unos meses. No nos equivoquemos, todo forma parte del mismo fenómeno. Que vayas en tren y te insulten por tu aspecto es una agresión sin paliativos, que te escupan y te increpen porque llevas pañuelo, también. Y lo común en ambos tipos de racismo, el sutil y el explícito, es que recae siempre en la víctima la responsabilidad de demostrar los ataques sufridos. Lo prueban las declaraciones de Albiol que acusa a Taleb de enturbiar la convivencia cuando no hay mayor ataque a la paz colectiva que la agresión a una ciudadana. Sembrar la duda en quien es discriminado es otro mecanismo para perpetuar su subordinación. No lo hables, no digas nada porque no es verdad lo que te ha pasado, te lo has imaginado o mal interpretada o como mínimo es que exageras.

La sensación generalizada es que este tipo de actitudes van en aumento, cosa lógica teniendo en cuenta que los discursos públicos racistas están más presentes que nunca. No hay que menospreciar el efecto que esto provoca en la población. Que un político exhiba sin pudor su rechazo hace que se sientan legitimados aquellos que hasta ahora habían reprimido la expresión de su odio. Por eso tendremos que ser más beligerantes que nunca, tendremos que denunciar cada insulto, cada agresión. Y sobretodo, sobretodo, tendremos que hacerlo sin dejar que su odio nos envenene la sangre a quienes no lo sentimos. Esa sí sería una gran derrota.

Najat El Hachmi, escritora.

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