Rajoy consumará su tragedia

El drama del PP necesita un desenlace en tres actos. El primero de ellos ya se representó en la noche del 9-M: dulce derrota; un término acuñado por Felipe González para suavizar la pérdida del poder. El segundo, la revalidación transitoria de Mariano Rajoy como líder, solo para gestionar los previsibles fracasos en las elecciones europeas, vascas y municipales. Entonces, la catarsis será completa y se elegirá al candidato a las próximas elecciones generales. La tragedia solo comienza su representación. Rajoy todavía no puede abandonar el escenario.

El segundo intento de Rajoy por alcanzar el Gobierno fue un fiasco. No importa perder por menos margen que en la ocasión anterior: el infierno es la oposición, sin purgatorio posible. Probablemente es también el comienzo del final de una época, la que inició José María Aznar cuando llegó a la presidencia del PP en donde todos los asuntos, incluida la lucha antiterrorista, servirían para la trituradora política. Desde entonces, el arco del PP se ha tensado al máximo. Ha abarcado desde los fanáticos seguidores de Jiménez Losantos y Ramírez hasta la derecha templada incomoda en las veleidades de Rodríguez Zapatero.

Ese frente amplio sirvió contra un PSOE en decadencia, tocado por la corrupción y la tragedia de la sucesión de González. El PSOE pasó su infierno; ahora son otros tiempos y este PP ya no gana. El arco no da más de sí. Es un problema de resistencia y elasticidad de los materiales políticos. Si se estira más la cuerda, el partido se romperá en dos pedazos: una derecha democrática, civilizada, europea, capaz de conquistar el centro político y ganar las elecciones; y, por otro lado, un partido que represente el rancio nacionalismo clerical español.

Ahora se consuman los últimos tiempos de la estrategia, diseñada por Aznar que puso las instituciones al borde del abismo. El resultado ha sido el renacimiento de un tardofranquismo que estaba avergonzado y acurrucado por el peso de la historia. Pero la factura de esa confrontación la ha pagado el PP en su electorado de centro y, sobre todo, en Catalunya. No le ha servido arrasar en Madrid y en la Comunidad Valenciana; tampoco la leve mejoría en Andalucía. La movilización de la izquierda asustada por esta derecha cainita ha concentrado las líneas de defensa en Andalucía, Catalunya y Euskadi en un "no pasarán" aglutinador de todos los votos de resistencia. Rajoy encabezó la confrontación necesaria para la victoria de Zapatero. Ha sido, hasta ahora, el mejor aliado del presidente socialista convirtiendo las desmesuras de la oposición en el bálsamo de todas las equivocaciones del PSOE.

Lo que está ocurriendo ahora produce una paradoja difícilmente comprensible. Las fortalezas de Rajoy se han convertido también en sus debilidades. Necesitaba deshacerse de Zaplana y de Acebes para dar credibilidad al cambio y sus salidas de la dirección han reforzado la imagen de extenuación del líder. En política, la sucesión más difícil es la de sucederse a sí mismo. ¿Pretende Rajoy deshacerse de su guardia pretoriana sin que nadie le recuerde que él fue el mariscal en jefe de esos batallones de sangre y fuego? Este nuevo Mariano exhibe anhelos de autonomía política. Ha realizado actos de repudio a los dictados de Pedro J. Ramírez y de la COPE. Pero quienes han abandonado al líder son quienes eran sus periodistas de cabecera y no al revés.

De aquí al congreso, los barones del PP apuntalarán a Rajoy solo lo suficiente para que termine de asumir el desgaste correspondiente a una época. Esperan todos agazapados a que consuma su calvario. Luego vendrá el verdadero relevo, la auténtica sucesión. Hay mentes claras en el PP que saben que el problema no está solo en la ausencia de líder.

Hace falta una redefinición del espacio político del partido; un asentamiento ideológico que le permita crecer en Catalunya y Andalucía para poder sumar los votos necesarios para el cambio. El tránsito no es fácil y precisa de una nueva pedagogía política que calme los deseos de confrontación que se han adueñado de la derecha más dura. En estos tiempos de crisis, lo razonable sería que este nuevo PP --que se dibuja al margen de los intentos de salvación de Rajoy-- estudiara las necesidades de las capas urbanas, de la clase media que será castigada por la crisis. Un PP que abandone la defensa ultramontana de valores eternos que ya están disueltos y se centre en la presentación de una modernidad asumible sin aspavientos.

La sombra de Rodrigo Rato no desaparece por más que se introduzca en los vericuetos de la empresa privada y apuntale su patrimonio. Rato siempre quiso ser presidente del Gobierno. Probablemente se cuenta las canas y mira el calendario para saber si todavía estará a tiempo. Pero en el horizonte de la crisis económica probablemente no hay otro candidato posible. Hasta ese momento, a Rajoy le toca aguantar el resto de la representación de la tragedia que empuja al PP a una remodelación profunda de su forma de entender la política.

Mariano Rajoy tiene que esperar a que se baje el telón para dar paso a un nuevo protagonista.

Carlos Carnicero, periodista.