Rajoy en su laberinto

Se atribuye a Mark Twain el envío de un cable a un periódico norteamericano que había informado de su fallecimiento -mientras el genial novelista estaba apaciblemente en Inglaterra- señalando que «las noticias sobre mi muerte se han exagerado mucho». La muerte política de Mariano Rajoy ha sido también objeto de grandiosas exageraciones. El Comité ejecutivo celebrado ayer prueba que la forma de resolver los conflictos del presidente del PP puede ser singular y eso que se llama ahora 'contraintuitiva', pero también que lo que un amigo mío llama el 'mariánico modo' rinde sus frutos, cuando casi nadie lo espera.

Rajoy ganó hace menos de año y medio el congreso del PP, con un amplio respaldo. Un mes antes, nadie habría apostado por ese desenlace. Ayer consiguió salir -aparentemente sin rasguños- de lo que algunos vaticinaban que sería su tumba y otros veían venir como el 'dies irae' o la campana de Huesca. Ni lo uno ni lo otro. Con la técnica de dejar las cosas llegar al borde del abismo, ha permitido a sus críticos asomarse, sentir el vértigo, y dar el paso atrás. Si, como el mismo Rajoy sostiene, «la política son los resultados», habrá que convenir que la jugada, de momento, le ha salido.

Es verdad que el liderazgo de Rajoy es muy 'sui generis'. No suscita entusiasmo en su base, puede transmitir una cierta imagen de indolencia, a veces exaspera a los suyos con su renuencia a la acción cuando la acción parece obligada. Pero esas aparentes rémoras a veces sirven para resolver problemas que no sólo requieren testosterona. Estos días atrás, partidarios y no tanto le requerían un puñetazo en la mesa. Un puñetazo es lo menos político que se despacha. Cualquiera puede darlo y hasta romperse la mano al darlo. Afortunadamente para él, no ha atendido al consejo: él es más de ciclismo, pero en términos pugilísticos sería más un fajador que un pegador.

Hay circulando algunas leyendas urbanas sobre Rajoy que no soportan la comparación retrospectiva. Por ejemplo, su supuesta falta de carisma como obstáculo insalvable para conseguir una victoria electoral. Evidentemente, Rajoy no disfruta de una imagen positiva: el último Barómetro del CIS (octubre) le concede una valoración media -en una escala de 0 a 10- de 3,61. Pero también ese mismo Barómetro otorga a Zapatero una valoración media de 4,11; es decir, una ventaja en la media de 0,5 puntos. En vísperas de las elecciones de 1996, primeras que ganó el PP, Felipe González aventajaba a José María Aznar por 0,6 puntos. No parece así que esas limitaciones impidan que se cumpla lo que el propio Aznar -a quien en su día se le achacaba el mismo problema- definió con acierto: «En democracia, el carisma son los votos».

También se achaca a Rajoy el haber sido elegido 'a dedo' por Aznar, olvidando que el propio Aznar fue cooptado en su día (en su caso, por Fraga) y que tanto uno como otro revalidaron (Rajoy ya en dos ocasiones) más adelante su designación en congresos del PP. Es verdad que Rajoy ha ganado los congresos del PP sin oposición. Pero, también en esto, exactamente igual que Aznar. Y finalmente, el 'memorial de agravios' contra Rajoy acude a sus dos derrotas electorales como argumento de fuerza, olvidando que tanto González como Aznar pasaron por el mismo trance dos veces antes de su primera victoria.

Sin embargo, es evidente que Rajoy lo está teniendo más difícil al frente del PP de lo que lo tuvo su predecesor. Creo que hay razones coyunturales y estructurales, aparte las personales y las obvias diferencias de carácter entre uno y otro, que pueden ayudar a explicarlo.

Una de ellas, la más coyuntural, es que la presidencia de Aznar al frente del refundado Partido Popular desde 1989 hasta 1996 es un período de declive del poder socialista y de correlativa verosimilitud, por vez primera desde la Transición, de una victoria del PP. Sin duda, esa expectativa y, sobre todo, su novedad constituyeron un eficaz aglutinante del partido, sobre el que además pesaba la memoria reciente del 'suicidio colectivo' de UCD, como aviso para evitar los conflictos cainitas.

Pero la segunda -y a mi juicio más importante- de esas razones es de signo estructural y tiene que ver con el proceso de federalización 'de facto' de los partidos nacionales, que es la consecuencia de la asunción del peso político y económico cada vez mayor por parte de las comunidades. Para un partido que está en la oposición al Gobierno nacional, como es el caso del PP ahora, la consecuencia es que, en la práctica, disfruta de menos palancas de poder -económicas y, sobre todo, mediáticas- que un dirigente regional de su partido que esté en el gobierno de su región.

Ese desnivel del campo de juego -que hoy le toca a Rajoy y mañana le puede corresponder a Zapatero- hace que los arreglos, cuando las direcciones regionales 'chocan' con la nacional, tengan más de armisticio que de paz duradera. Así que veremos lo que dura el de ayer. La peor comparación que le puede tocar a Rajoy no es la de Job, sino la de Sísifo, abrumado bajo el peso de los barones.

José Ignacio Wert, sociólogo y presidente de Inspire Consultores.