Rajoy no concretará su programa

La campaña electoral en curso es la que menos expectativas ha generado en la historia de la democracia española. Porque se sabe de antemano su resultado principal, por el descrédito de los políticos entre los ciudadanos, pero, sobre todo, porque el partido que todos creen que va ganar no es capaz de crear ninguna esperanza sólida de que la situación económica y social vaya a mejorar significativamente con su llegada al poder.

No son pocos, incluso entre los que no van a votar al PP, los que piensan que el mero hecho de que haya un cambio de Gobierno será un respiro para el país. Porque están convencidos de que el Gabinete socialista ya ha dado sus últimas boqueadas y que, a estas alturas, toda iniciativa le saldrá mal. Tal planteamiento concluye diciendo que en esas condiciones cualquier nuevo Gobierno, por poco ilusionante que sea, será mejor que el actual. Al menos, durante los primeros meses. Ni los más ardientes partidarios del PP son capaces de añadir mucho más. Rajoy ganará, es prácticamente seguro, pero desde luego no lo va a hacer porque sus ideas o su figura carismática hayan arrastrado al electorado.

La propia propaganda del PP ha contribuido decisivamente a frenar cualquier esperanza distinta. Porque la única concreción de su oferta electoral que machaconamente ha hecho Mariano Rajoy es que el mayor problema económico de España se llama José Luis Rodríguez Zapatero, y su alejamiento del poder es la panacea que curará nuestros males. Y solo con eso los sondeos le vienen dando desde hace tiempo la mayoría y algunos de ellos hasta la absoluta. De lo que cabe concluir que las personas que dicen que le van a votar no necesitan mayores concreciones, que les basta con saber que Rajoy, por poco ilusionante que sea el personaje para muchos de ellos, es quien va a echar a los socialistas.

Cabe sospechar, además, que esas concreciones no van a llegar antes del día de las elecciones y que de aquí a entonces el PP se cuidará muy mucho de decir lo que piensa que va a hacer el día que llegue a la Moncloa. Porque no le hace mucha falta, por temor a que esas precisiones provoquen el rechazo de algunos sectores de votantes potenciales, pero también porque la dinámica económica está demasiado plagada de incertidumbres como para comprometerse con ninguna acción concreta de calado. Más que el programa oculto que denuncian sus críticos, lo que el PP seguramente tiene en el armario son diversos proyectos de actuación -todos ellos marcados por la austeridad y los recortes, pero en gradaciones diferentes- que se aplicarán o se desecharán según estén las cosas el día que ganen la elecciones. Y posiblemente también bastante inseguridad sobre el éxito que le espera a esas recetas.

No hacen falta análisis muy sofisticados para comprender que el Gobierno del PP actuará de manera muy distinta si antes de constituirse la economía española ha tenido que ser intervenida como consecuencia de la explosión de la crisis de la deuda, que si esta no se ha producido. O si de aquí a entonces el Gobierno socialista decide adoptar nuevas medidas draconianas -como las que han aprobado los gobiernos de Portugal y de Italia- que si, por el contrario, deja esa papeleta a su sucesor.

Se dice que Rajoy confía en que el escenario peor no se producirá y que, al final, Alemania se decidirá a ayudar a la Europa mediterránea y a salvar al euro. Puede que acierte. O puede que se equivoque: los pronósticos que hacen bastantes analistas no inducen precisamente al optimismo. En todo caso, el panorama no está para hacer anuncios programáticos con el fin de atraer a más votantes. Porque no está dicho que al poco tiempo de estar en el poder el presidente de ese Gobierno, Mariano Rajoy, no tenga que introducir el copago sanitario, como acaba de hacer Silvio Berlusconi, o que reducir en un 50% la paga extraordinaria de Navidad como un poco antes hizo Santos Coelho en Portugal. O quién sabe qué otras cosas: no está descartada la posibilidad, que tanto temieron los sindicatos cuando Zapatero empezó sus reformas, de que se recorte el seguro de desempleo si las cosas se ponen feas.

Lo que sí se puede anticipar, porque a ello se han comprometido sus dirigentes, es que el Gobierno del PP endurecerá tanto la reforma laboral como la de la negociación colectiva. Exponentes de la derecha también han repetido que RTVE volverá a emitir publicidad. Pero no se han pronunciado sobre qué harán con las televisiones autonómicas, ni tampoco sobre cómo piensan reducir el déficit de las autonomías. Y ese silencio hace temer a muchos sobre los gastos en educación y sanidad.

Tal vez eso llegará más adelante. Lo que parece más seguro es que el primer paso del Gobierno del PP, si otros imperativos no lo impiden, consistirá en airear la herencia recibida, en la línea de lo que su secretaria general, María Dolores de Cospedal, ha hecho en Castilla-La Mancha. Y la anunciada guerra abierta contra Bildu también le ayudará a distraer la atención sobre lo que de verdad importa, que es la economía.

Por Carlos Elordi, periodista.

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