Rajoy versus Cameron

EL nacionalismo independentista europeo debió desaparecer tras la caída del Muro de Berlín, que tuve la suerte de presenciar in situ y que supuso la desaparición del último anacronismo europeo de las dictaduras comunistas del este de Europa. Por desgracia para el Gobierno catalán y sus aliados, su reciente consulta coincidió con su veinticinco aniversario. A fuerza de inventar efemérides dudosas y tergiversar la historia, los nacionalistas olvidan las auténticas fechas claves. Dos meses antes, los nacionalistas escoceses habían celebrado su referendo. A los intentos independentistas –cuyo ambicioso objetivo es quebrar las dos naciones y reinos más antiguos de Europa– se opusieron sus dos líderes políticos, ambos conservadores: el primer ministro ingles, David Cameron, y el presidente español, Mariano Rajoy. Resulta interesante comparar sus estrategias y los resultados obtenidos.

Partiendo de una singularidad entre las democracias –la ausencia en Gran Bretaña de una Constitución escrita–, David Cameron podía elegir entre negarse a la consulta secesionista planteada por el primer ministro escocés, Alex Salmond, o aceptar su propuesta de referendo legal. Optó por esta última, que ganó con el 55 por ciento de votos contrarios a la independencia. Los «sí» representaron el 45 por ciento de los votos, equivalente al 38 por ciento del censo electoral aceptado por ambas partes.

Rajoy contaba con una ventaja inicial sobre Cameron: la evidente incompatibilidad de un referendo independista con la Constitución de 1978. No obstante, ese activo comportaba un pasivo de naturaleza política ampliamente explotado por los nacionalistas: impedía conocer, como en Escocia, el porcentaje de votantes catalanes dispuestos a introducir físicamente en una urna su voto independista en una consulta real, a diferencia de una encuesta o sondeo. El Gobierno español opto por la única solución democrática, oponiéndose a las dos sucesivas propuestas de consulta, mediante sendos recursos al Tribunal Constitucional. El presidente Mas exhibió tal vez mayor astucia en la segunda de ellas, logrando que tanto el Constitucional como la Audiencia de Cataluña permitieran por omisión celebrar esa parodia de votación carente de garantías democráticas.

Escuchando las voces –algunas procedentes de su propio partido– que lo pedían, Rajoy podía haber optado por dificultar la consulta, finalmente atendida por 2,3 millones de ciudadanos y más de setecientos periodistas internacionales. El caso es que, a pesar de que sus organizadores lograran semejantes cifras de afluencia, en absoluto desdeñables, el resultado objetivo ha sido sorprendentemente favorable para el Gobierno central. A ello ha contribuido la confesada manipulación del censo de votantes, incluyendo la inclusión de inmigrantes o menores de edad o la exclusión de los catalanes residentes en el resto de España. Los 1,6 millones que finalmente –según el Govern– votaron la independencia representan un 27 por ciento escaso sobre los seis millones aproximados incluídos en ese censo torticeramente deformado.

Pese a las comprensibles críticas, el consenso mayoritario es que Rajoy acertó al respetar el criterio de ambos tribunales competentes, absteniéndose de convocar cualquier presencia de las fuerzas del orden público. Los catalanes que quisieron participar en el simulacro de referendo pudieron depositar la papeleta elegida incluso varias veces –como demostró gráficamente ABC– en un ambiente distendido, ausente por completo de conflictividad o interferencias. El análisis comparativo –salvando las evidentes diferencias entre los retos independentistas de Escocia y Cataluña, su validez jurídica– conduce a las siguientes conclusiones:

David Cameron arriesgó en el referendo escocés la supervivencia de una nación con tres siglos de historia y considerable influencia global. Los daños potenciales económicos y de imagen para Escocia, el Reino Unido y la UE fueron muy relevantes. Cameron finalmente ganó el envite, pero las encuestas crecientemente preocupantes anteriores al referendo escocés le obligaron a concesiones políticas que afectarán al resto de ciudadanos británicos y a la imagen de su Gobierno. Por el contrario, Mariano Rajoy, apoyándose en el orden jurídico y el sentido común, obvió cualquier riesgo para la unidad de España –lograda por los Reyes Católicos dos siglos antes que en el Reino Unido– y para su imagen global, permitiendo que el propio Gobierno catalán demostrara involuntariamente que, en el supuesto mas favorable a sus sueños independistas, casi un 70 por ciento de los catalanes están en contra de la independencia o no consideran apropiado ejercer ese supuesto derecho a decidir defendido hasta la saciedad por su Govern. De hecho, según sus propias cifras, solo un 27 por ciento de quienes acudieron votaron a favor de la independencia. Adicionalmente –y contrariamente a Cameron–, el presidente del Gobierno ha evitado comprometer una sola concesión política o económica. El crédito que pudo tener Artur Mas para lograr una reforma constitucional favorable a sus tesis se ha debilitado considerablemente.

En resumen, Rajoy no ha asumido ninguno de los riesgos incurridos por el primer ministro británico, y ha conseguido poner en evidencia que el seny, virtud tradicional en Cataluña, hace inviable el triunfo del «sí» en el referendo a la escocesa que ahora pretende Mas. Con este y otros temas, al premier Cameron podría venirle bien una dosis de astucia gallega, que su correligionario Rajoy le prestaría de buen grado.

Carlos Falcó, miembro de «Libres e iguales»

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