Ramallets en su tiempo

La noticia del fallecimiento de un jugador de fútbol como Antonio Ramallets merece ser comentada en páginas que no son ni las deportivas ni las necrológicas. En su tiempo, este jugador fue algo más que un gran portero: si el Barça era entonces más que un club, Ramallets era también más que un jugador. Tanto humana como deportivamente, fue un ejemplo que imitar para todos los aficionados, fueran o no barcelonistas.

Algunos rasgos del contexto deportivo en el que Ramallets se dio a conocer contribuyen a explicar su personalidad. En primer lugar, en esa época, fines de los años cuarenta, defendía la portería del Barça el muy popular Juan Velasco, un tipo grandullón y simpático, con unas manos descomunales y una técnica poco depurada, especialista en despejar de puño las acechantes ofensivas del adversario. El socio barcelonista confiaba en Velasco, pero una grave lesión en el ojo le afectó seriamente la vista. Ramallets, el portero suplente, era un perfecto desconocido, los aficionados no eran para nada conscientes de su gran valía e incluso la especial sonoridad de su original apellido era objeto de burlas y añadía todavía más desconfianza.

El Barça, dirigido por el entrenador uruguayo Enrique Fernández, estaba en un gran momento de forma, acababa de ganar la Liga y se disponía a celebrar por todo lo alto las bodas de oro de su nacimiento como club. La baja de Velasco originó en la grada un comprensible nerviosismo. Pero enseguida se dieron cuenta de que el suplente era mucho mejor portero que el antiguo titular. Es más, su estilo y su técnica eran completamente opuestos.

Ramallets era un portero sólido, paraba con firmeza todos los balones que le llegaban, sus estiradas eran espectaculares y elegantes, en lugar de despejar con el puño blocaba siempre la pelota con gran seguridad. Un valladar infranqueable, en frase tópica. Un baluarte que daba confianza a todo el equipo. Quizás el legendario Ricardo Zamora se le podía igualar, pero superarle era imposible, tal era su singular calidad. Posteriormente, bajo los palos azulgrana quizás sólo Sadurní y Zubizarreta se han acercado a su categoría.

A los pocos meses de ser titular azulgrana, el seleccionador nacional Guillermo Eizaguirre lo convocó para el Campeonato del Mundo de 1950 que debía celebrase en Río de Janeiro. Tras el torneo, fue elegido por la crítica el mejor portero del Mundial. El Gato de Maracaná fue su sobrenombre a partir de entonces; “el guapo goleiro”, lo llamó la prensa brasileña. Desde entonces, fue considerado el mejor portero de España, indiscutible titular en su club y en la selección española hasta prácticamente su tardía retirada en 1962, a los 38 años, edad provecta para un jugador de fútbol.

Además, esta rápida ascensión de Ramallets a la fama coincidió en los años siguientes, primeros cincuenta, con el fichaje de Ladislao Kubala (junto a su cuñado Daucik como entrenador) por parte del Barcelona. Kubala no fue sólo un gran jugador, sino que introdujo unas técnicas futbolísticas desconocidas hasta entonces en España: chutar con efecto acariciando el balón, regatear al contrario engañándole con el movimiento del cuerpo, marcar de penalti con suavidad, sin el clásico chupinazo, superar las faltas con barrera de jugadores por arriba para que, mediante el efecto consiguiente, la pelota entrara casi milagrosamente junto a la escuadra. Estas fueron algunas de estas nuevas técnicas. A la furia, gran virtud hasta entonces del fútbol español, se le sumó la técnica centroeuropea, es decir, la inteligencia.

Por lo menos en eso, la civilización austrohúngara, la cultura judía del imperio de los Habsburgo y el genio de la Viena fin-de-siècle se fueron introduciendo en España. El fútbol español cambió definitivamente de paradigma, sólo faltaba que Alfredo Di Stéfano le añadiera poco después el espíritu del juego en equipo, el uno para todos y todos para uno. El funcionalismo futbolístico de aquel gran equipo iba parejo en el tiempo con el movimiento moderno en arquitectura que se iniciaba en Barcelona, auspiciado por el Grupo R, con José Antonio Coderch a la cabeza y precedentes tan decisivos e ilustres como el Gatepac y la Escuela de la República en Madrid.

Ramallets había sido un adelantado en toda esta transformación, su sentido estético del fútbol, que incluía ante todo la seguridad como función principal, encajaba plenamente con la sobria elegancia y austera efectividad del modelo vienés que aportaron Kubala y Daucik.

Pero, además, el portero azulgrana fue también una persona que, por su gran humanidad, era querida y respetada por todos, también por los adversarios. Como jugador era grande, como persona también. Un tipo noble y sencillo, con amigos en cualquier lugar, una figura pública discreta, un profesional riguroso.

El futbolista, como ídolo de masas, tiene también una función ejemplarizante en la sociedad. Ramallets la cumplió sobradamente con todos los requisitos. Por eso Matías Prats, el más conocido locutor deportivo de la época, no precisamente simpatizante del Barcelona, lo llamaba siempre durante los partidos que radiaba “don Antonio Ramallets”.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *