Ramón, no lo hagas

Este verano hará, querido Ramón, 52 años desde que nos conocemos. Tú eras el brillante ejecutivo de la consultora Iberplán, contratada por el presidente de la diputación de Logroño —un viejo cacique franquista llamado Rufino Briones— para realizar un estudio económico de la provincia; y yo hacía mis primeras prácticas de verano en el diario local, todavía denominado Nueva Rioja. Ya eras catedrático de Estructura Económica y habías publicado el libro de referencia en la materia. Pronto sería conocido como “el Tamames”.

Entorno los ojos y nos veo paseando por el “tontódromo” del Espolón, a la sombra del general Espartero y su afamado caballo. Tú, corpulento pero fibroso; carismático y elocuente; enhebrando un asunto con otro; deteniéndote súbitamente para gesticular con mayor énfasis, quitándote y poniéndote las gafas negras de pasta. Yo, fascinado y con los poros bien abiertos, sintiendo cómo esa ósmosis ampliaba todos mis horizontes.

Ramón, no lo hagasMe fui a Estados Unidos a dar clases de literatura y tú emergiste como dirigente del PCE. Volvimos a encontrarnos el día que me presentaste a Carrillo —sin peluca— en el Ritz de Barcelona. Te vi cortar el bizcocho de la fiesta de la legalización en Cuatro Caminos y os acompañé al primer mitin electoral en Valladolid. Me sorprendió que eras el único comunista con corbata, junto a Simón Sánchez Montero, y que, en vez levantar “el” puño, levantabas los dos al unísono, más como un hincha futbolístico que como un apóstol de la redención del proletariado.

En la “noche de los votos lentos” que enmarcó el interminable recuento de las primeras elecciones generales, los tuyos fueron los más rezagados de todos. Tanto es así que tuvo que transcurrir casi una semana para que, desde el cuarto puesto de la lista del PCE, arrebataras a tu amigo Óscar Alzaga —duodécimo de UCD— el último de los 32 escaños por Madrid.

El 3 de octubre de ese mismo 1977, presentaste en Mayte Commodore, junto a Joaquín Garrigues y Alfonso Guerra, mi primer libro, titulado Así se ganaron las elecciones. Tal vez incluso recuerdes que fue también el día en que nació mi primera hija.

Luego, te fuiste al ayuntamiento como “número dos” de Enrique Tierno y a mí me nombraron director de Diario 16. Juntos dimos batallas tan importantes como la del referéndum de la OTAN —el primer “sólo sí es sí” de la democracia— y la de la denuncia de los GAL. Tú estabas contra la Alianza Atlántica y yo a favor, pero nunca dejamos de criticar la manipulación de aquel plebiscito opuesto al prometido y la desigualdad de trato al que os sometieron los medios públicos. Respecto al terrorismo de Estado, tu voz fue de las primeras y más contundentes.

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El 14 de febrero de 1989 tuviste la intervención estelar de la cena que siguió a mi conferencia contra los abusos de González en el Club Siglo XXI. En presencia de Julio Anguita, Nicolás Redondo y Antonio Gutiérrez pronunciaste un Delendus est felipismus, tan premonitorio como el que dejó sentenciada a Cartago. A corto plazo resultó ser, sin embargo, un “Delendus est Pedro J”., pues tres semanas después me destituyeron como director del periódico, por negarme a abandonar la investigación sobre los GAL.

Cuando acto seguido emprendimos la fundación de El Mundo, me abriste tu casa para explicar el proyecto en un almuerzo memorable, presidido ya por el cuadro “La tertulia”, junto al que tantas veces te has fotografiado. Nuestro querido y siempre recordado Antonio Herrero ocupa el centro de la imagen y tú y yo dominamos el ala izquierda, junto al ‘Guti’, Justo Fernández y Manolo Martín Ferrand. ¿Te das cuenta de que la mitad de esos doce tertulianos ya han fallecido y yo soy el más joven de los supervivientes?

Te habías pasado al CDS y ese era el partido con el que yo más me identificaba en la última etapa de Suárez. Durante el cuarto de siglo que dirigí El Mundo, fuiste columnista, articulista y entrevistado habitual: figura de referencia, en suma. A lo largo de la última década de oro de los periódicos impresos —1993-2003—, dirigiste además nuestro anuario y lo convertiste en la mejor foto fija de la realidad y en la más rica fuente de información cuando pocos usaban aún Internet.

Cuando en 2014 la conjura de los poderes fácticos —Moncloa, Zarzuela y parte del Ibex—, con ayuda de un Judas mediocre y acomplejado, desembocó en mi defenestración de El Mundo y en el nuevo ‘volver a empezar’ de la fundación de EL ESPAÑOL, tú también estuviste ahí. Mi último motivo de gratitud procede de aquel desayuno del Palace en el que yo presenté el proyecto y al terminar tú te ofreciste para suscribir una cantidad nada desdeñable de acciones. Espero que el año próximo cobres dividendo.

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Invoco todos estos antecedentes no sólo para atribuirme la legitimidad del “compañero de viaje” —así nos considerabais desde el PCE a los simpatizantes de la Platajunta— sino especialmente para darle a tu figura el lustre que merece en la historia de la Transición, en la construcción de la democracia, en el impulso y afianzamiento de la concordia.

Ramón, tu no eres un petimetre entrado en años, ni un diletante antisistema, ni un depositario ocurrente de la exégesis antieuropea del macizo de la raza, ni un cantamañanas como algunos de los que te bailan el agua. Tú eres un grande de España y la posteridad te recordará como tal, si no metes la pata en el último tramo de tu vida.

Ese es el sentido de mi advertencia. Lo más importante de una biografía es cómo termina y tú no puedes sacrificar la tuya en el fuego fatuo de dos días de vanidad, convirtiendo el hemiciclo del Congreso en escenario de una mascarada.

Eso y no otra cosa sería la absurda y estéril moción de censura en la que el sinvergüenza de Abascal pretende utilizarte como mascarón de proa. Un esperpento en el Callejón del Gato en el que tú serías la víctima de la distorsión, cóncava y convexa. ‘Ahí tienes al progre de toda la vida disfrazándose de patriota, con tal de figurar’, dirían unos. ‘Fíjate, a la vejez viruelas, al final resulta que no era comunista, ni liberal, sino simplemente facha’, alegarían los otros.

Es verdad que, digan lo que digan, tú nunca dejarás de ser quien eres. Pero mírate en el espejo de tu conciencia, Ramón. Tú no puedes comparecer como candidato a la presidencia del Gobierno si no estás en condiciones de asumir la presidencia del Gobierno. Y si lo estuvieras, deberías poner como requisito a quien te quiere utilizar como payaso de las bofetadas que te respalde también como candidato a las próximas elecciones generales. Lo contrario sería aceptar que te rompan la cara a ti, en una partida perdida de antemano en marzo, para que el otro vaya luego de guapo a la contienda de diciembre.

Y por supuesto debes tener en cuenta la ideología de quienes te ofrecen ejercer de títere. ¿Antieuropeo, tú? ¿Contrario a la igualdad y libertad de las mujeres? ¿Centralista y xenófobo? Ya sé que no defenderías todo eso, pero te prestarías a servir de tonto útil a quienes sí lo hacen. Y ahí tienes la última bufonada sobre el latido de los fetos en Castilla y Leon.

Digan lo que digan los brahmanes radiofónicos, es decir, los que braman cada mañana por las ondas, en España no está en marcha un golpe de Estado, ni una conspiración contra la democracia, ni una dictadura comunista como las que viste germinar en tu juventud. Y tampoco Pedro Sánchez es peor en algunos aspectos esenciales que varios de sus antecesores. Hasta la fecha, nadie ha podido acusarle de haber cometido ningún asesinato, secuestro, fraude fiscal o malversación. Ni siquiera de uso indebido de fondos reservados o manejo de dinero negro.

España tiene un mal Gobierno, o si quieres un pésimo Gobierno, fruto de la alianza del PSOE con partidos que aúnan todos los defectos del comunismo adolescente que conociste y ninguna de sus virtudes. Pero en España no existe una situación límite que no pueda abordarse en las urnas y requiera de un De Gaulle a pie, a caballo o en silla de ruedas como salvador de la patria. No necesitamos cirujanos de hierro ni oradores sagrados.

Máxime cuando hay dos elecciones a la vuelta de la esquina con una alternativa cada vez mejor perfilada. Insisto: diles a los que te piden que encabeces una protesta transversal contra el sanchismo que busquen a esos aliados imaginarios de ideologías diferentes, formen una coalición con ellos y te presenten como candidato a la Moncloa en las elecciones generales. Así se les caerá la careta.

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Porque lo peor de todo es que esta moción de censura no va contra Sánchez, sino a su favor. No pretende coordinar la contestación social desde ámbitos distintos, sino alimentar la polarización de las dos Españas para destruir el centro. Exactamente lo que buscan los estrategas de Moncloa.

Por segunda vez en la legislatura, Vox quiere presentar una moción de censura dirigida en realidad contra el PP, pues obligaría a Feijóo a elegir entre una nueva foto de Colón y la apariencia de pasividad frente a los errores y abusos del Gobierno.

Si aceptaras el papel que desde el extremismo oportunista te está asignando Abascal y no te inmolaras en la hoguera de la vanidad mediante el ridículo, el único perdedor sería Feijóo. Erosionarías no al Gobierno, sino a la oposición. ¿Estás dispuesto a eso?

Todos vamos ya cumpliendo años, Ramón. A estas alturas del partido tú no puedes prestarte a hacer el papel de las porteadoras del Barrio Chino de Mellilla con el babonuco de tus méritos sobre tu egregia testa, y el fardo del guiñol ambulante en el que Vox y el PSOE finjan atizarse para afianzar su protagonismo, aplastando tu figura hasta achatarla.

Todas las etapas de la vida tienen su temperatura adecuada. Tu sonata de invierno no puede ser la de un Savonarola exagerado y furibundo. Fíjate en este detalle: Espartero, aquel aguerrido general bajo cuyo bien dotado caballo paseábamos hace más de medio siglo, ha alcanzado al fin su lugar en la Historia —sello de Correos incluido—, cuando un estudioso canadiense le ha rebautizado como “El Pacificador”. Y porque, en efecto, lo fue, contribuyendo a que cicatrizaran las heridas entre carlistas y liberales, entre moderados y progresistas, es por lo que le ofrecieron a la vez el trono de España y la presidencia de la República.

Así es como yo os veo a los prohombres de la Transición: como agentes de concordia, nunca como atizadores de la discordia. Fíjate en Miguel Roca, en José Luis Leal, en el propio Óscar Alzaga, con sus libros recientes. Cada comparecencia suya exhala sabiduría, serenidad y sentido de la medida.

De ti mana además el filón inagotable del humanismo enciclopédico con que periódicamente nos deleitas con esas cartas desde tú despacho en las que nos hablas de Historia, Religión o Emprendimiento. No te apartes de ese rumbo.

No traspases la delgada línea roja que separa lo sublime de lo grotesco. Y menos para que un par de centenares de vividores del guerracivilismo conserven su pitanza cuando ya escuchan los clarines del miedo. Ninguno de los que está hablando contigo merece tu público sepukku. Su sainete terminará pronto.

No te dejes arrastrar por ellos. No te conviertas en la última oveja de Panurge saltando hacia el acantilado de las aguas turbias. No lo hagas, Ramón.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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