Rapsodia española

1.Tras la caída del Muro, Alemania consiguió por vía pacífica y con base democrática la unificación de las dos partes: la Alemania occidental y la antigua República Democrática (o Alemania del Este). Fue una decisión política inteligente; muy costosa, pero necesaria para soldar un país dividido. Logrado ese objetivo, fue posible diseñar una política exterior inequívoca con grandes implicaciones económicas. Se pudo realizar, de forma reconciliada, lo que, de manera obscena, quiso llevar a cabo Hitler en su proyecto de Milenio Nacional-socialista: el influjo poderoso sobre el mundo eslavo, al que Hitler quiso sojuzgar en una nueva forma de esclavitud. El impulso hacia el Este –una constante alemana– se podría consumar en términos económicos, contando con Polonia como ariete y con una nube de países como prioridad: Chequia, Eslovaquia, Croacia, Eslovenia, Montenegro, Moldavia, Ucrania; más Hungría, siempre sui generis.

El primer acto de política exterior de esa Alemania reconciliada fue su inequívoco alineamiento con Croacia en la guerra de los Balcanes. El interés alemán por la Europa del Mediterráneo, con la que tiene también lazos económicos, se sustenta sobre todo en la exigencia, que funciona como imperativo categórico, de un mantenimiento reconciliado en las relaciones con Francia.

Italia tiene importancia económica para Alemania y para Europa por su brillante norte, que gravita en torno a Milán y Turín, con el cortejo de cultura urbana de ese gran país, donde parecen encarnarse los espectros de Bocanegra en Génova, de los Visconti y Sforza en la Lombardía, o de los dos Foscari en Venecia, o de los Médicis (y Savonarola) en Florencia. Con un Estado poco considerado por la sociedad civil, pero que es el responsable de su unidad; dividido entre un norte industrial y un sur estigmatizado por oscuras tramas mafiosas o camorristas. Italia es un auténtico paradigma cultural, con precariedades políticas (y ahora económicas). Alemania sabe que una integración económica y política europea sería impensable sin Italia.

En esta constelación urge la pregunta sobre cómo se inserta España, o quizás Iberia, en este laberinto, que tiene en el Dédalo económico –preferentemente alemán– su hilo de Ariadna. Y aquí aparecen todas las dudas. La nueva España democrática, libre ya de la infinita duración del franquismo, alcanzó con Alemania una importante alianza, por la vía del Partido Socialista. Se había estrenado una constitución que celebraba la Monarquía constitucional del Estado de las Autonomías, zanjándose de esta manera la eterna cuestión del Laberinto Español (Gerald Brenan): ¿cómo encajar en esta rapsodia española los casos especiales de Cataluña y País Vasco, con fuerte propensión a la independencia en una parte de sus habitantes? Se dieron pasos decisivos en la inserción de España en la Comunidad Europea, culminada con su aceptación del euro como moneda común. Y con una prosperidad inédita en nuestro país en virtud, sobre todo, del auge de la construcción. Pero faltó un personaje como el José bíblico que avisara a los poderosos sobre posibles años de carestía y necesidad.

2. ¿Cómo encaja España en el nuevo mundo? ¿Cómo se sitúa en la Europa que vive hoy una tremenda indefinición, con Alemania dirigiendo de manera perezosa esos países del sur que no son su principal horizonte estratégico, y que se hallan por debajo de su interés económico y político por los países eslavos? El compromiso con Francia es una prioridad para Alemania, así como trazar un puente con Gran Bretaña. Aunque la comunidad cultural de Alemania con esos países del sur es evidente, surgen importantes diferencias fruto de tradiciones distantes (el catolicismo de los países del sur convive en Alemania con la Iglesia evangélica).

3. Alemania llevó hasta las últimas consecuencias el infinito horror que anticipó España con los Autos de Fe de los cristianos nuevos, o judíos conversos, anteriores a la expulsión del pueblo judío, durante el tiempo en que se gestó el Estado español con los Reyes Católicos.

El abominable episodio del nacional-socialismo, imposible de enjugar como culpa colectiva en una sola generación, dejó en nimiedad esos espantos renacentistas que persistieron, con el Tribunal de la Inquisición, hasta bien entrado el siglo XIX en nuestro país. Sería lamentable que ese sentimiento de culpa alemán se haya extinguido.

4. ¿Qué sucederá si este entramado de egoísmos, o esta suma de debilidades que es hoy la Europa unida en un mismo destino económico, se resquebraja? ¿O si Alemania recompone su sueño en una comunidad girada hacia el Este, con la obligada conciliación ratificada con Francia y con Gran Bretaña, manteniéndose Italia como único salvoconducto de una vía hacia el sur? ¿Qué hacemos nosotros, entretanto? Nuestra generación agotó sus recursos de imaginación política con el Estado de las Autonomías y el auge económico que duró hasta principios de milenio. El Laberinto Español fue aquietando a su Minotauro con concesiones autonómicas que fueron larvas de miniestados, ahora cuestionados desde todos los puntos de vista (sobre todo económicos).

La desaparición casi total de la violencia en el País Vasco es de naturaleza jánica. Debe saludarse como el fin de ese estigma de barbarie personificado en el modo inicuo y vil del tiro en la nuca, de la bomba que explota en un supermercado, del zulo en condiciones infrahumanas, del asesinato de líderes políticos. Pero ahora, con unas elecciones ya convocadas, pueden reaparecer las presiones soberanistas. Y esta vez se corre el riesgo de que la comunidad democrática se encuentre sin recurso moral e ideológico para detener a unos nacionalismos cada vez más intransigentes.

Y por si ese escenario es insuficiente, nos encontramos en Cataluña con un independentismo galopante que, en caso de salida de España del euro, o de su confinamiento a una segunda velocidad, recrudecería todos los fantasmas del Laberinto Español. Si una suma de despropósitos propiciara un escenario de secesión, es posible que todos saliéramos perjudicados. El Estado quedaría reducido a lo que ahora es el mapa gobernado por el PP y por el PSOE. Cataluña independiente se hallaría en una precariedad política y económica extraordinaria. Sería, obviamente, aborrecida por esa España a la que, de manera tan insensata, la Cataluña independentista ha concebido como enemigo público (hostes). La independencia como objetivo es poco realista; como jugada política es demasiado burda.

¿Se conoce cuál sería la actitud francesa ante esa eventualidad? ¿O la de la Comunidad Europea? La España invertebrada gozaría de funestos augurios. Nadie nos tomaría en serio. ¿Han calculado las autoridades catalanas los escenarios que pueden darse, lejanos al sueño de Ítaca que albergan los independentistas? ¿Imaginan, por decirlo en clave lúdica, una Liga en la que jamás existieran los clásicos duelos del Barça con el Madrid, y solo se dieran confrontaciones con el Nástic, el Lleida, el Español, el Figueres? El sueño puede convertirse en pesadilla –económica, cultural, política, deportiva– en poco tiempo, pasada la euforia de las celebraciones rituales iniciales. Estamos en un momento muy precario. La sociedad civil debe reaccionar. ¿Cómo? Eso es tema para otra Tercera.

Eugenio Trías, filósofo.

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