A falta de elecciones, el futuro de Cuba se decide en los congresos del Partido Comunista Cubano (PCC). Este fin de semana se celebra el último de ellos, el VIII. Una cita clave de cara a las trasformaciones que el país debe abordar para hacer frente a sus numerosos desafíos.
El primero de esos desafíos, dada la vejez de las principales figuras del régimen es, justamente, el de asegurar la continuidad de este. La media de edad del núcleo duro del partido es de 69 años. Raúl Castro dejará en manos de Miguel Díaz-Canel, actual presidente del país, el puesto de primer secretario del partido. Así se completará el proceso de transmisión del mando iniciado en 2018. Por lo menos en lo formal.
Castro ha impulsado el relevo intentando que la revolución sobreviva a sus fundadores. Porque, a pesar de su experiencia revolucionaria, los dirigentes del PCC no son precisamente ágiles acometiendo transformaciones. Sólo el peso de su edad les ha obligado al relevo.
Sin embargo, cabe preguntarse si los viejos miembros de la cúpula del partido darán libertad a los jóvenes o si mantendrán la tutela. El congreso de este fin de semana podría dar algunas respuestas.
El reto de Díaz-Canel y de los jóvenes que asuman el testigo es enorme. No sólo tendrán que continuar caminando a contracorriente con un país anclado en el anacronismo político e identitario de la revolución. Además, tendrán que hacer frente a la insostenibilidad de su economía, al peso de la pandemia, al aislamiento, a las sanciones y a la reacomodación del sistema internacional en el marco de la crisis del orden liberal.
A pesar de los anuncios, y de haber implementado algunas reformas, aún no está en marcha un sistema alternativo al de la economía planificada. Los cambios graduales que se han llevado adelante no son suficientes para la creación de un mercado, ni para la reforma de las empresas públicas, ni para la creación de un marco de competencia. Mucho menos para la descentralización de la toma de decisiones económicas.
Uno de los mayores problemas de Cuba es la circulación de dos monedas: el peso cubano (CUB) y el peso cubano convertible (CUC). También es un problema la existencia de varios tipos de cambio. El mercado informal suple las enormes limitaciones del legal. Pero esto genera enormes distorsiones y, sobre todo, una depreciación de la moneda a partir de la cual se fijan las nóminas. Lo que, sumado a la inflación, afecta la capacidad económica de los trabajadores del país.
Con el fin de enfrentar estos problemas, Castro y Díaz-Canel anunciaron la llamada Tarea Ordenamiento, que tiene como fin la unificación monetaria, la reforma del comercio exterior y la ampliación del sector no estatal. El objetivo es posibilitar una economía mixta que mejore la capacidad de las empresas publicas y se integre mejor con el sistema privado. El modelo a seguir sería el de algunos países del este asiático.
Estas mejoras deberían resolver la escasez a corto plazo. El país atraviesa una difícil situación agudizada por el bloqueo norteamericano y la pandemia. El pueblo cubano lleva muchos años soportando los efectos de su régimen y de su aislamiento internacional. Sin embargo, las nuevas generaciones podrían no ser tan pacientes. El deterioro de las condiciones de vida se agudiza, y migrar no puede ser la única opción de los cubanos.
Hasta el momento, la narrativa de la revolución ha dado algunos balones de oxígeno al régimen echándole las culpas al bloqueo y la presión de los Estados Unidos. Por supuesto que esto ha tenido gravísimos efectos sobre la vida de los cubanos. Sin embargo, en el marco de las transformaciones se pondrá mayor presión sobre la responsabilidad del Gobierno cubano. Una mayor apertura, tanto de mercado como de la capacidad de tomar decisiones por parte de empresas y trabajadores, puede llevar a un enorme desgaste del apoyo al régimen.
La necesidad de acometer reformas económicas y el poco margen para llevar a cabo políticas sociales puede ser otro punto de tensión y desgaste del gobierno.
La pandemia tampoco da tregua a la isla, que enfrenta una tercera ola. Bien es cierto que Cuba ha hecho de la necesidad virtud y que eso la ha llevado a desarrollar un sólido sistema sanitario y de investigación.
Esto ha permitido que varias vacunas de diseño propio estén ya en fase de experimentación. Se espera que pronto esté disponible la vacuna Soberana 2. De funcionar, sería un avance muy importante para la isla y para América Latina. Sin embargo, el tiempo corre en contra y cada día se pierden vidas.
Finalmente, no puede perderse de vista el marco internacional. Lejos de significar ventajas para el régimen, el reacomodo internacional, la mencionada crisis del orden liberal, y la emergencia de China y su creciente rivalidad con los Estados Unidos suponen mayores desafíos para él.
En primer lugar porque, a pesar del cambio de gobierno en los Estados Unidos, Joe Biden está siendo lento retomando la agenda de Barack Obama, que impulsó la normalización de relaciones con la isla.
En segundo lugar porque, a diferencia de la Guerra Fría, el futuro de Cuba no está ligado al alineamiento de bloques. Como todos los demás países, Cuba necesita gozar de cierta autonomía que le permita operar en geometrías diversas según sus intereses, sin limitarla a los intereses geopolíticos de los poderes hegemónicos.
En este marco, la gran faltante sigue siendo la democracia y el Estado de Derecho. Es decir, la libertad de los cubanos para decidir su futuro. Un futuro que difícilmente puede abordar un congreso partidista que imponga los intereses del régimen por encima de los de los ciudadanos.
Erika Rodríguez Pinzón es doctora en Relaciones Internacionales, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y coordinadora de América.