Razones para apoyar la intervención libia

En las últimas semanas, pequeños grupos de personas cuya ideología es aparentemente antiestadounidense han salido a las calles de España para protestar por las medidas militares contra el dictador libio, Muamar Gadafi. Es interesante observar cómo esas mismas personas no protestaron contra Gadafi por la masacre de su propio pueblo, ni expresaron ningún apoyo a las decenas de miles de refugiados por el conflicto civil en el país norteafricano. Al mismo tiempo, desde Cuba, Fidel Castro ha calificado la acción militar internacional en Libia de «guerra fascista», instando a Gadafi a combatir hasta «su último aliento».

Los motivos de todos estos partidarios de la dictadura son cuestionables desde un punto de vista racional, pero es innegable que incluso entre quienes rechazan la tiranía de Gadafi existen fuertes dudas sobre la legitimidad de la intervención militar. La decisión de entrar en guerra es, evidentemente, polémica, y muchos países, incluyendo Alemania, están descontentos con ella. El presente artículo comparte esa opinión, siguiendo el principio que muchos bomberos conocen muy bien: no conviene entrar en un gran incendio si no se sabe cómo salir de él.

Cuando aparecieron las primeras noticias sobre las rebeliones contra la dictadura de Gadafi, la mayoría de la gente semejaba contenta, y la noticia de las deserciones masivas de ministros, generales y diplomáticos parecían confirmar que al fin esta nueva protesta popular, similar a las de Túnez y Egipto, estaba a punto de tener éxito. Personalmente, estaba muy impresionado por el anuncio del ex ministro del Interior de Gadafi de que tenía pruebas de la responsabilidad de éste en el infame atentado de Lockerbie que mató a 300 personas. ¿Aceptaría el dictador el veredicto de su pueblo y renunciaría al poder?

Al poco, supimos que Gadafi no tenía ninguna intención de irse. En cambio, negó que nada estuviera sucediendo y comenzó el asesinato sistemático de civiles desarmados que habían estado protestando. Pronto empezó un éxodo masivo de la población trabajadora, creando tensión y pánico en toda la región. La situación alarmó tanto a la Liga Árabe como a las Naciones Unidas y produjo como respuesta la imposición de una zona de exclusión aérea en Libia, para evitar matanzas por parte de aviones de combate de Gadafi.

El control de esa zona de exclusión aérea está ahora en manos de la OTAN, que ha participado recientemente en la Conferencia sobre Libia celebrada en Londres, donde los representantes de más de 40 naciones e instituciones internacionales han coincidido en que Gadafi y su régimen han «perdido completamente su legitimidad y serán responsables de sus acciones». Fueron palabras fuertes, pero la promesa de acción firme brilló por su ausencia. La declaración de la Conferencia fue notable por su falta de soluciones prácticas a la terrible situación. Cientos de personas han sido asesinadas por el Ejército libio, según las listas de muertos y heridos emitidas por los hospitales de la región rebelde. Gadafi quiere ocupar la totalidad de Libia y tratará de hacerlo incluso si esto significa eliminar a toda la población. Lo dijo él mismo, en un comunicado que motivó que el embajador de EEUU a la ONU lo tildara de perturbado.

La Conferencia de Londres logró al menos una cierta unidad entre los participantes. Pero poco más. Estableció un grupo de contacto para Libia, que el ex embajador británico en Trípoli, Oliver Miles, ha descrito como «un poco superficial». Miles comentó a la BBC que la notable ausencia de líderes árabes o africanos de peso significaba que era poco probable que el grupo pudiera lograr mucho. En todos lados ha habido muchas palabras y poca acción.

La zona de exclusión aérea, operada principalmente por los estadounidenses, británicos y franceses, ha avanzado mucho en la protección de la población civil de los ataques aéreos. Pero el dominio del aire no ha hecho nada para detener el avance de las tropas gubernamentales leales a Gadafi. Los periodistas en la zona están de acuerdo en que las fuerzas rebeldes son inútiles, una masa desordenada que no tiene ninguna esperanza contra las fuerzas organizadas de Libia. No saben cómo luchar, y si no fuera por la zona de exclusión aérea ya habrían sido eliminados. La población civil, que anteriormente salió a las calles para expresar su oposición al dictador, ahora tiene miedo de hacerlo debido a la amenaza de asesinato por agentes del Gobierno.

En pocas palabras, la intervención aérea es fundamentalmente ineficaz, porque no existen planes claros sobre cómo salir de la conflagración. Sin más pasos positivos, Gadafi estará en control de todo el país dentro de unas pocas semanas.

La situación genera suficientes dudas como para poner en tela de juicio cualquiera de las opciones que ahora pudieran escogerse. El derramamiento de sangre y el caos crecen cada día, y Gadafi está haciendo todo lo necesario para maximizarlos. Si se mantiene firme, va a ganar, porque los rebeldes no tienen nada. Si la OTAN no envía armas a los rebeldes y se limita a ofrecer apoyo logístico, la rebelión popular se colapsará. En la Conferencia de Londres, sólo los estadounidenses estaban pensando seriamente sobre esta cuestión. Casi todo el mundo, entre ellos España, está jugando un juego diplomático, esperando primero a ver cuántas personas morirán.

No es necesario manifestarse en las calles para resaltar que nadie quiere guerra. Los estadounidenses no quieren esta guerra. El público británico, en una encuesta de opinión realizada la pasada semana, insiste en que no quiere guerra. La Unión Africana y la Liga Árabe no quieren guerra. Desde Rusia, Putin ha declarado que las potencias de intervención «utilizan la protección de los civiles como excusa. Pero es la población civil quien muere en ataques aéreos. ¿Entonces dónde está la lógica y el sentido?» Y el Peoples Daily de China declara: «Cada vez que se utilizan medios militares para atajar las crisis se asesta un golpe contra la Carta de las Naciones Unidas». El canal de televisión árabe Al Jazeera afirma: «El hecho de que sepamos tan poco sobre el contexto interno de los opositores al régimen en Libia es precisamente la razón de que la intervención externa sea, probablemente, contraproducente». En otras palabras, todo el mundo, de todas las naciones y opiniones e ideologías, está de acuerdo en que la guerra es mala para Libia y para el resto de nosotros, y que el uso de la fuerza armada es lamentable.

El problema es que la situación en Libia probablemente terminará en punto muerto. Algunos creen que un estancamiento no estaría mal. Un columnista de The Australian piensa que «incluso un estancamiento prolongado es mucho mejor resultado que la victoria rotunda de Gadafi». Sin embargo, dado que Gadafi es suficientemente despiadado como para masacrar a la oposición, es difícil creer que la gente, incluso en la lejana Australia, lo toleraría. En ese caso, la única alternativa eficaz ahora mismo es enviar a los rebeldes armas y asesores militares. No es una opción impensable y tiene un buen precedente: durante las guerras en Bosnia, después de 1992, la ventaja militar se encontraba del lado del agresivo ejército serbobosnio. Para restablecer el equilibrio y crear las condiciones para una paz duradera en la zona, fue necesario establecer un ejército para los bosnios no serbios. Un pequeño grupo interinstitucional, con base en el Departamento de Estado de EEUU, llevó a cabo un programa de entrenar y equipar. El programa obtuvo donaciones de varios cientos de millones de dólares de países musulmanes, supervisaba la compra de equipo militar para las fuerzas armadas de los bosnios, y organizaba el adiestramiento de sus tropas por parte de personal militar de Estados Unidos.

Tanto Hillary Clinton de EEUU como William Hague del Reino Unido han sugerido que podría ser necesario armar a los rebeldes. Aquí, sin duda, España tiene un papel vital que desempeñar. Como uno de los mayores exportadores de armas -según el prestigioso Instituto de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), es el octavo suministrador mundial de armas convencionales-, España no debería tener ninguna objeción a enviar armamento para ayudar a los libios a defenderse. Sería un acto que podría salvar la libertad de Libia. ¿Tendrá el Gobierno el coraje de ofrecer ayuda? ¿O armas?

Por Henry Kamen, historiador británico. Su último libro es Poder y gloria. Los héroes de la España imperial, Espasa, 2010.

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