Reajustando expectativas: Rusia como socio estratégico en la lucha contra el terrorismo islámico

Tema

A pesar de que existe un interés común, una mayor cooperación entre Rusia y Occidente (EEUU, la UE, la OTAN) en la lucha contra el terrorismo islámico no sólo improbable sino imposible.

Resumen

La lucha contra el terrorismo islámico se ha convertido en el Santo Grial de una supuesta agenda global de Occidente y Rusia. El interés común en luchar contra el autodenominado Estado Islámico y el terrorismo yihadista ha generado expectativas de convertirse en la base del nuevo reset de las dañadas relaciones bilaterales entre EEUU y Rusia y es uno de los cinco principios rectores en las relaciones entre Rusia y la UE.1 Sus partidarios abogan por una alianza estratégica y cooperación pragmática que no se base en valores sino en intereses comunes.

Sin embargo, una mayor cooperación entre Rusia y Occidente (más allá del intercambio de información entre los servicios de inteligencia y de la comunicación para evitar accidentes en el espacio aéreo) en la lucha contra el terrorismo islamista es improbable e incluso imposible por varias razones:

  • El Kremlin ha instrumentalizado la lucha antiterrorista. Ha usado la “guerra interna contra el terror” (la segunda guerra de Chechenia, 1999-2009) para asegurar la elección de Vladimir Putin como presidente de Rusia y presentarlo como su “salvador”, y la “guerra global contra el terror” para remodelar la relación de Rusia con Occidente, desde una basada en la integración a otra cimentada en la idea de una asociación entre iguales.
  • Existen diferencias sustanciales en la percepción rusa y occidental sobre qué es terrorismo, quiénes son los terroristas y cuáles son los objetivos principales de la lucha contra el terrorismo.
  • La lucha anti terrorista es muy compleja, pero en esencia es una guerra que se libra en dos grandes frentes, militar e intelectual, y entre los defensores de las ideas liberales2 y los que están en contra de ellas: entre “liberalismo y totalitarismo musulmán”, como lo denominó Paul Berman.3 Rusia, por su larga tradición política de régimen autocrático, nunca ha formado parte del orden liberal, no comparte los valores e intereses occidentales, es un régimen iliberal y en su guerra de desinformación acusa a EEUU de provocar los actos terroristas o directamente organizarlos, como en el caso del ataque a Charlie Hebdo (Paris, 2015).4

El presidente Donald Trump ha expresado su visión de la lucha contra el terrorismo en términos de “choque de civilizaciones”. Rusia no puede apoyar una guerra contra el islam, dado que dentro de sus fronteras viven unos 20 millones de ciudadanos musulmanes.

Análisis

Los dos conceptos rusos del terrorismo

Rusia y Occidente están de acuerdo en que el terrorismo representa la amenaza principal a la seguridad global. Sin embargo, discrepan sobre sus causas y la tipología de los terroristas, así como sobre la estrategia para combatirlo. Desde 1994, los documentos oficiales rusos sobre la seguridad nacional definen el terrorismo como una doble amenaza: (1) de seguridad y para la integridad territorial de Rusia; y (2) como amenaza a la seguridad global. Para Occidente el terrorismo constituye una amenaza a la seguridad global y al orden liberal.5

El terrorismo como amenaza a la integridad territorial de Rusia

La mayor amenaza interna para la integridad territorial rusa proviene de cinco repúblicas (Karacháyevo-Cherkesia, Kabardino-Balkaria, Chechenia, Daguestán e Ingusetia) del Cáucaso Norte.

La conquista del Cáucaso Norte por Catalina la Grande (1729-1796) y sus sucesores supuso la absorción del segundo mayor enclave de población musulmana en el Imperio ruso (el primero estaba en la región del Volga y de los Urales) y el inicio de la lucha violenta e incesante para mantener su población musulmana (de mayoría suní) leal al poder central. Tanto el Imperio ruso como más tarde la Unión Soviética usaron deportaciones para fragmentar la resistencia musulmana. Stalin deportó el 60% de la población chechena a Siberia y Asia Central como castigo por su colaboración con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la muerte de Stalin en 1953, el régimen de Jrushchov permitió la vuelta de los deportados, pero el resentimiento de ambas partes nunca desapareció. Cuando la Unión Soviética colapsó en 1991, los separatistas chechenos aprovecharon la oportunidad para lanzar una campaña por la independencia. En esos años, muchos voluntarios financiados por al-Qaeda de Siria, Arabia Saudi y los Emiratos Árabes llegaron a Chechenia para unirse a la “guerra santa” contra los rusos.6

Desde 1994 la Doctrina Militar rusa identifica el terrorismo islamista con los movimientos independentistas, siguiendo la antigua definición comunista para los que amenazan la integridad territorial del Estado y por el hecho de que los insurgentes instrumentalizaron el islam como un elemento de la ideología nacionalista-separatista en las guerras chechenas (1994-1996 y 1999-2009). La estrategia del Gobierno ruso para impedir la independencia de las repúblicas caucásicas ha sido causa de la total destrucción de Chechenia en intensos bombardeos y de la impune violación de los derechos humanos de la población civil, así como de la creación de Fuerzas Especiales para combatir el terrorismo y de las inversiones económicas para el desarrollo de la zona, cuya tasa de natalidad crece desde 1989 a un 25% anual (la tasa de natalidad de los rusos étnicos ha decaído un 27% al año). La alta tasa de paro en la región refleja una situación socio-económica dramática: un 14,1% de la población del Cáucaso Norte está sin empleo (en San Petersburgo la tasa es del 1,1%).7

En Rusia los ataques terroristas semejantes a los que se han producido en las capitales europeas comenzaron después del 11 de septiembre de 2001 y han aumentado a raíz de la intervención rusa en Siria. Los atentados reflejan la evolución de la estrategia de los terroristas: los ataques del teatro Dubravka (2002), de la escuela de Beslan (2004) y del metro de Moscú (2010) fueron represalias contra la política rusa en Chechenia, mientras que los del aeropuerto Domodedovo (2011), de Volgogrado (2014), de Daguestán (2015 y 2016) y el derribo del avión ruso en Sinaí (2015), además del atentado del metro de San Petersburgo, han sido inspirados por el yihadismo internacional. Actualmente en el Cáucaso hay varios grupos radicales que han jurado la lealtad a Estado Islámico y voluntarios procedentes de la zona luchan en las filas de los yihadistas (su número estimado oscila entre los 1.000 y los 7.000).

La instrumentalización de la guerra interna contra el terror

La segunda guerra de Chechenia está vinculada directamente a la elección de Vladimir Putin como presidente de Rusia. La guerra comenzó el 23 de septiembre de 1999 con la orden dada por el propio Vladimir Putin, entonces primer ministro (después de la dimisión de Boris Yeltsin), de bombardear Grozny, la capital de Chechenia, como respuesta a una campaña terrorista (explosiones en varios pisos de civiles de Moscú) supuestamente perpetrada por terroristas chechenos, que produjo 243 víctimas mortales y 1.742 heridos. Otra versión de los hechos, difícil de comprobar, sugiere que las explosiones fueron organizadas por los servicios de inteligencia rusos para justificar una intervención en Chechenia; el 7 de agosto la Brigada Islámica Internacional, liderada por Ibn al-Khattab (acusado y detenido por las explosiones en Moscú) había entrado en Daguestán para apoyar el movimiento separatista-islamista local. La campaña electoral presidencial de Putin arrancó con un sobrevuelo del candidato en helicóptero militar sobre el frente checheno, y la guerra le sirvió para afirmarse como el “salvador” de Rusia.

La instrumentalización de la guerra global contra el terror

Desde 2001, tras los ataques terroristas del 11-S contra las Torres Gemelas y el Pentágono, el Kremlin ha identificado los musulmanes de la insurgencia interna en Rusia con los terroristas del yihadismo global y ha subrayado la necesidad de cooperación internacional para combatirlos. Los ataques proporcionaron a Moscú una oportunidad para replantear la naturaleza de su relación con Occidente, manteniendo que el conflicto de Chechenia formaba parte de una lucha más amplia entre el islamismo radical y una cosmovisión secular y pluralista compartida por Rusia y las potencias occidentales. Los ataques permitieron a Rusia argumentar que la oposición fundamental en la política mundial ya no estaba entre Occidente y no Occidente, sino entre quienes incitaban a los terroristas y aquellos que no lo hacían, un marco que encajaba perfectamente con la “guerra contra el terror” y la sonada declaración de George W. Bush: “O se está con nosotros, o se está con los terroristas”.

Putin fue ampliamente elogiado por la rapidez con la que ofreció la disposición de su país para ayudar a EEUU y dejar de lado las viejas sospechas acerca de las intenciones estadounidenses. Al ofrecer su cooperación, Moscú aspiraba, en palabras del primer ministro Dmitri Medvedev, a “poner fin de una vez por todas a la división en el mundo que fue creada por la Guerra Fría”, pero de modo que mantuviera la capacidad de Rusia para actuar de manera autónoma en la escena internacional y para mantener su influencia en el espacio post-soviético.8

La cooperación ruso-norteamericana en la “guerra contra el terror” en Afganistán (2001) consistió en el intercambio de información de los servicios de inteligencia, el uso norteamericano de las bases militares de Uzbekistán y Kirguizistán y el suministro de helicópteros rusos al nuevo gobierno de Afganistán. A pesar del desacuerdo de Rusia con la intervención norteamericana en Irak en 2003, ese mismo año Putin y Bush estuvieron de acuerdo en que “el mayor desafío para la paz en el siglo XXI” es el terrorismo y en especial el terrorismo nuclear. Fue otro intento de acercar Moscú a Washington: Rusia renunciaba a su mantra de que la amenaza convencional de la OTAN era la mayor para su seguridad nacional, y afirmaba que Rusia y EEUU estaban en el mismo “lado de la historia”. En 2006, en la reunión del G8 celebrada en San Petersburgo, Bush y Putin sentaron una nueva Iniciativa Global contra el Terrorismo Nuclear.

Al adoptar la “guerra global contra el terrorismo” de George W. Bush como principio orgánico para las relaciones con Occidente, Putin intentó convertir la relación basada en la integración de Rusia en las instituciones internacionales occidentales (definida y defendida por Boris Yeltsin) en otra basada en la idea de una asociación de iguales. Este cambio de postura supuso un cambio de discurso del Kremlin, que acusó a EEUU de ser la mayor causa del terrorismo islamista.

Política exterior de EEUU, ¿causa del terrorismo?

Varios líderes rusos han declarado que la política exterior de EEUU es la causa fundamental del auge del terrorismo islamista, dadas sus intervenciones militares en Oriente Medio y Afganistán, y su apoyo a las “revoluciones de color” (Libia y Siria). Las consideraciones del Kremlin sobre el origen y el propósito de las “revoluciones de color” reflejan una visión radicalmente diferente de las de Occidente sobre la historia moderna, el desarrollo de los valores democráticos, las finalidades estratégicas de EEUU y la UE y el uso de la fuerza militar. Según el Kremlin las “revoluciones de color” (“la forma del cambio no violento del poder en un país, manipulado desde fuera con medidas económicas, humanitarias y otras no militares”) representan la mayor amenaza para la seguridad global porque son causa del terrorismo y de la fragmentación de los Estados. Encarnan el nuevo enfoque bélico de EEUU y de la UE. El objetivo de las guerras low cost (mínimo coste humano para Occidente) es provocar y apoyar revoluciones en otros Estados, que convengan a los intereses geopolíticos de EEUU.9

Según el Kremlin, los norteamericanos son más eficaces en derrocar regímenes autocráticos que en construir posteriormente Estados democráticos. La consecuencia de esta política ha sido la destrucción del poder estatal, único garante del monopolio de la violencia, y la creación del vacío del que se aprovechan los grupos terroristas. Por tanto, para Moscú el terrorismo islámico es un invento de los servicios de inteligencia occidentales para desacreditar al mundo musulmán en general y desestabilizar a Rusia en particular, a pesar de que el éxito en la construcción de Estados democráticos ha sido muy limitado en Irak y Afganistán, y ha fracasado en Libia, y de que el vacío de poder debe más a la retirada de EEUU de Irak y Afganistán y a la no intervención en Siria que a las intervenciones anteriores. La Figura 1 contradice la tesis rusa del vínculo directo entre EEUU y el terrorismo.

Los yihadistas cometieron los ataques terroristas en suelo occidental antes de la intervención norteamericana en Oriente Medio. El mayor número de víctimas por terrorismo en Occidente se produjo antes de estas intervenciones. Sin embargo, el número de víctimas entre la población musulmana ha aumentado significativamente incluso en países donde EEUU no ha intervenido (Nigeria). Además, parece que el terrorismo aumenta independientemente del conflicto entre los palestinos e Israel, o de lo que ocurre en Siria o en Irak. No se ha producido un “choque de civilizaciones” sino una serie de choques dentro de la comunidad musulmana –entre el nacionalismo árabe y el integrismo musulmán, entre las dos ramas mayoritarias del islam (suní y chií) y entre varias ramas del yihadismo (Frente al-Nusra y al-Qaeda)–.

Siria: ¿es Rusia un socio en la lucha contra Estado Islámico?

El Kremlin ha justificado la intervención rusa en Siria como un acto para combatir a los yihadistas fuera del territorio ruso y evitar el peor escenario posible para su seguridad nacional, una hipotética desestabilización de algunas regiones de Rusia por los radicales que vuelven de las guerras de Siria e Irak. Desde la intervención militar de Rusia en Siria y tras los ataques terroristas en Francia (2015) y Bélgica (2016), el Kremlin ha intensificado su discurso sobre la necesidad de crear un frente común en la lucha contra el terrorismo islámico. El presidente ruso en su discurso en las Naciones Unidas en septiembre de 2016 anunció la creación de una coalición internacional para la lucha contra Estado Islámico, a pesar de que ya existía una, liderada por EEUU.10

La principal estrategia del Kremlin en Siria ha sido opuesta a la de Occidente. Moscú, que ha adoptado la tesis de Bashar al-Assad de que los opositores a su régimen son terroristas, ha ayudado decisivamente a este último a mantenerse en el poder e ir recuperando los territorios ocupados por los opositores a su régimen. Un 80% de los ataques aéreos rusos ha estado dirigidos contra los grupos que apoyan los occidentales y solo un 20% a destruir las posiciones de Estado Islámico. Además de apoyar a su antiguo aliado, Rusia ha utilizado la guerra en Siria para aumentar su propia presencia e influencia en Oriente Medio, afirmarse como gran potencia capaz de competir con EEUU, amortiguar el aislamiento de Rusia a causa del conflicto de Ucrania, desacreditar a EEUU y presentar a Vladimir Putin como un líder mundial en la lucha contra el terrorismo.

Conclusiones

Como se ha demostrado en Siria, una mayor cooperación entre Rusia y EEUU, es deseable por el interés común pero bastante improbable dado que sólo están de acuerdo en que el autodenominado Estado Islámico y algunos grupos terroristas como el Frente al-Nusra (una rama de al-Qaeda) son el enemigo común.

Rusia, con la intervención militar en Siria, se ha impuesto como un actor imprescindible para cualquier acuerdo, sea este sobre el futuro del régimen o sobre la lucha contra el terrorismo islamista.

La confusión del Kremlin entre los objetivos de derrotar el terrorismo y la identificación que hace de éste con la hegemonía norteamericana es el principal obstáculo para una lucha eficaz contra el terrorismo, así como para una mayor cooperación internacional. Los occidentales deberían reajustar sus expectativas en la cooperación con Rusia, que seguirá siendo muy limitada, porque, para el Kremlin, la lucha contra el terrorismo islamista está subordinada al concepto geopolítico de equilibrio de poder entre las grandes potencias.

Mira Milosevich-Juaristi, investigadora principal de Real Instituto Elcano.


1 European Parliament (2016), “The EU’s Russia policy: five guiding principles”, 18/X/2016.

2 Aquí liberalismo se entiende como una serie de ideas que nos permiten pensar libremente y que mantienen a la Iglesia y el Estado en dos esferas separadas, y que se niega a imponer una doctrina o ideología totalizadora en cualquier ámbito de la vida humana.

3 Paul Berman (2007), Terror y libertad, Tusquets, Barcelona, p. 16.

4 “Russian and Turkish conspiracy theories swirl after Paris attacks”, Financial Times, 15/I/2015.

5 El Consejo Atlántico aprobó en la cumbre de Lisboa de 2010 un nuevo Concepto Estratégico para la Alianza Atlántica. El terrorismo se define como “amenaza real y grave para la seguridad y la seguridad de la Alianza y sus miembros”.

6 Nicole Mazurova (2016), “Russia’s Response to Terrorism”, American Security Project

7 Serguéi Markedonov (2013), “The North Caucasus: The Value and Costs for Russia”, Russia in Global Affairs, 27/XII/2013.

8 Jeffrey Mankoff (2011), Russian Foreign Policy. The Return of Great Power Politics, 2ª edición, Council on Foreign Relations, p. 270.

9 Anthony H. Cordesman (2014), “Russia and the ‘Color Revolution’. A Russian Military View of a World Destabilized by US and the West”, CSIS, 28/V/2014.

10 Mira Milosevich-Juaristi (2016). “Vladimir Putin en la ONU. la vuelta del hijo pródigo”, Comentario Elcano, nº 61/2016, Real Instituto Elcano, 30/IX/2016.

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