Rearme nuclear y defensa antimisiles

Hace poco, cuatro destacados ciudadanos americanos, todos ellos fuera de la política activa, dieron la señal de alarma. "Si no actuamos con celeridad - escribieron-, muy pronto EE. UU. se verá forzado a entrar en una nueva era nuclear más peligrosa, psicológicamente más desorientadora y económicamente más onerosa que en la época de la guerra fría". El llamamiento se produce en el marco del nerviosismo de la nación americana ante el fracaso total de su presidente en el intento de imponer la democracia en Oriente Medio por medio de una guerra de agresión contra Iraq, y en el marco de la excitación política interior ante el cambio de manos de las dos cámaras del Parlamento, que amenaza con privar al presidente de la mayoría parlamentaria que necesita para sacar adelante su arriesgada política internacional.

Henry Kissinger y George Shultz son republicanos, y Sam Nunn y William Perry demócratas. Los cuatro están dotados de una gran dosis de patriotismo y una avanzada capacidad de análisis estratégico. El hecho de que su texto firmado conjuntamente no haya aparecido en una revista especializada, sino en The Wall Street Journal,el diario de referencia de los ejecutivos empresariales y bancarios del país, indica de manera indirecta que no pretenden dirigirse a los expertos en el asunto, sino a los estamentos dirigentes de EE. UU. en el sentido más amplio; no se trata de un mensaje para el presidente, sino para la nación. Y también queda claro por vía indirecta que de este presidente ya no cabe esperar un cambio de rumbo.

UN PLANTEAMIENTO CORRECTO PERO CORTO DE MIRAS. El texto contiene ocho propuestas concretas, que van desde una iniciativa suprapartidaria para la ratificación en el Congreso del tratado para la Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCE) hasta medidas para el control mundial del enriquecimiento de uranio y la prohibición de la fabricación en todo el mundo de material nuclear susceptible de uso bélico.

El llamamiento se hace en nombre de los intereses de EE. UU., pero también defiende los de los 188 estados del mundo que han ratificado el tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Entre ellos se cuentan los cinco fundadores del tratado, EE. UU., Rusia (por entonces la URSS), China, Francia y Reino Unido, que son al mismo tiempo los cinco estados nuclearizados reconocidos en el TNP. El resto lo forman los más de 180 estados que en el mismo tratado se comprometieron a renunciar a las armas nucleares, entre ellos Brasil, Alemania, Japón, Irán, Italia y otros. India, Israel y Pakistán no lo firmaron, y Corea del Norte se retiró de él en el año 2003; en la actualidad, esos cuatro estados poseen también armamento nuclear.

El tratado de no proliferación contiene cuatro elementos esenciales. Los tres primeros artículos establecen con firmeza el principio de la no proliferación de armas nucleares, pero sobre todo declaran la renuncia total a ese tipo de armamento por parte de los estados hasta ahora no nuclearizados. El artículo IV garantiza el "derecho inalienable" de todos los firmantes al uso de la energía nuclear con fines pacíficos. Por lo demás, los estados no nuclearizados se someten al control del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). En el lapidario artículo VI, los estados nuclearizados se comprometen a entablar negociaciones "de buena fe" para el "cese de la carrera armamentista en el futuro próximo" y para el desarme nuclear "bajo estricto y efectivo control internacional".

El TNP fue concebido y aceptado desde el primer momento como un tratado desigual,ya que privilegia a los cinco estados por entonces nuclearizados. Pero desde entonces no sólo ha aumentado de cinco a nueve el número de estados nuclearizados, sino que desde la entrada en vigor del tratado en 1970 los arsenales nucleares han crecido de forma desmedida. A ello se ha añadido en los últimos años el peligro cada vez mayor de que determinadas organizaciones terroristas se hagan con bombas atómicas. Yeso no es todo, pues algunos estados no nuclearizados, sintiéndose amenazados por el potencial atómico de países vecinos, muestran una tendencia creciente a proveerse a su vez de armas nucleares; la discusión que existe al respecto en Japón se extenderá a otros países. Hoy en día son muchos los estados no nuclearizados que poseen misiles balísticos y otros sistemas militares de soporte susceptibles de ser equipados con armamento atómico.

La desigualdad manifiesta y plenamente consciente del TNP resultaba aceptable sólo porque los cinco estados nuclearizados originales se comprometían al mismo tiempo a deshacerse de sus armas nucleares. Pero lo cierto es que todos ellos han violado de variadas maneras ese compromiso, especialmente EE. UU. y Rusia. La única excepción fue el tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio de 1987/ 88, que, en el espíritu del TNP, acabó con las armas nucleares intraeuropeas de EE. UU. y la URSS. Pero por lo demás los cinco estados nuclearizados reconocidos por el TNP han fabricado y puesto en servicio desde 1970 numerosas armas nucleares nuevas, con los correspondientes sistemas de soporte. Con ello han violado gravemente los compromisos del TNP, tanto durante la guerra fría como después de ella. Frente a esto, la práctica iraní de enriquecer uranio, detectada por el OIEA (una institución surgida del mismo TNP) constituye una infracción relativamente leve, ya que, aun si son ciertas las sospechas de que Irán pretende dotarse de armamento nuclear, habrán de pasar aún algunos años hasta la fabricación de la primera bomba atómica iraní susceptible de ser utilizada. Parece que el plan de desarrollo de armamento nuclear norcoreano lleva una ventaja de unos diez años al iraní. Es perfectamente imaginable que una organización terrorista pudiera lograr mucho antes que Teherán fabricar una bomba atómica relativamente sencilla. Además, los terroristas no necesitarían un sistema de soporte militar específico; probablemente les bastaría con un contenedor de transporte normal.

Todos estos peligros justifican la señal de alarma de los cuatro destacados ciudadanos americanos. Sin embargo, su llamamiento, lamentablemente, tiene un planteamiento correcto pero resulta corto de miras. No es sólo EE. UU., sino el mundo entero quien va a encontrarse "muy pronto" ante una "nueva era nuclear". A EE. UU., la superpotencia más importante del presente, no le basta con contemplar la situación del mundo exclusivamente desde el punto de vista nacional de sus intereses de seguridad. El propio TNP, que fue propuesto hace cuarenta años por Washington en una fase sumamente crítica de la guerra fría, no estaba al servicio exclusivo de la seguridad de EE. UU. Por entonces, EE. UU. tenía una capacidad claramente mayor que ahora para entender los planteamientos, intereses y preocupaciones de sus rivales y competidores, así como los de sus aliados y los del mundo entero, y actuar en consecuencia, una capacidad que ha caído en picado desde el 2001. La decisión oficializada en el 2002 de arrogarse el derecho a la guerra preventiva no ha contribuido a asegurar la paz, sino más bien al contrario. Es hora de que EE. UU. recupere su papel de liderazgo multilateral y dé ejemplo.

LOS ESTADOS NO NUCLEARIZADOS SE SIENTEN INDEFENSOS. El TNP no ha logrado evitar que hoy existan nueve estados nuclearizados. Desde entonces, las cinco potencias nucleares originales han perfeccionado a buen ritmo las tecnologías militares de sus armas atómicas y sus sistemas de soporte (aviones, misiles de base marítima y terrestre, submarinos y portaaviones). El tratado para la Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares no ha cuajado, puesto que EE. UU., China, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte no se han adherido a él. El tratado antimisiles balísticos (ABM), firmado en 1972 entre EE. UU. y la URSS para la prohibición de sistemas de defensa antimisiles, fue denunciado por EE. UU. a finales del 2002. Está en marcha una nueva carrera de tecnología armamentista entre los estados nuclearizados, en especial en el terreno de los sistemas de defensa antimisiles y la capacidad de los potenciales enemigos para sortearlos. Este fenómeno conducirá necesariamente a que los estados no nuclearizados se sientan engañados e indefensos. Hoy, cuando EE. UU. se dispone a instalar sistemas antimisiles en las proximidades geográficas de Rusia y China, estas dos superpotencias nucleares algo menos poderosas se sienten intranquilas e incitadas a hacer nuevos esfuerzos para rearmarse. La conferencia de Putin en Munich y la respuesta privada de Gorbachov a la señal de alarma de los cuatro ciudadanos americanos son signos de ese desafío. Es improbable que los dirigentes chinos vean las cosas de manera distinta, por más que hasta ahora hayan reaccionado de manera mucho más prudente. La inquietud también se hace patente en algunos estados miembros de la Alianza Atlántica, ya que una vez más EE. UU. adopta medidas estratégicas de alcance planetario sin consultar a sus aliados ni al Consejo Atlántico ni a la OTAN. En el Reino Unido, en Polonia y en la República Checa se ha iniciado un debate acerca de las ventajas e inconvenientes que puede comportar para esos países la instalación de sistemas de radar y de defensa antimisiles concebidos fundamentalmente para la defensa de EE. UU. y en mucho menor medida para la de esos mismos países.

EE. UU. DEBE IMPONERSE LÍMITES ESTRATÉGICOS. Por un lado, EE. UU. inició la guerra de Iraq con el pretexto falso de la presencia de armas de destrucción masiva en el régimen de Sadam. Por otro lado, los dirigentes norteamericanos han aceptado casi sin inmutarse que Israel, India y Pakistán se dotaran de armas nucleares. Sin embargo, Washington profiere nebulosas amenazas contra los intentos iraníes, por ahora supuestos y en absoluto demostrados, de convertirse en potencia atómica. Cabe preguntarse cómo reaccionaría EE. UU. si un gobierno iraní se retirara del TNP y declarara la intención de armarse nuclearmente, pero comprometiéndose a cambio a someterse a todos los controles internacionales a los que Israel se declarara dispuesto a someterse también. ¿Cuál sería la reacción americana si fuera un gobierno saudí quien hiciera una declaración semejante? Hoy existen en algunas partes del mundo tendencias al rearme atómico aún ocultas. Hay por lo menos dos decenas de estados con capacidad tecnológica para ello.

Hasta el final de la guerra fría, el TNP fue un instrumento útil y práctico para el mundo entero, que ayudó a frenar la expansión de las armas nucleares de destrucción masiva. En los años sesenta y setenta, lo apoyé decididamente obedeciendo a un criterio racional, aun siendo consciente de la desigualdad en que estaba fundamentado; la República Federal Alemana ingresó en el TNP durante mi etapa de gobierno. Hoy en día volvería a ratificar el TNP, por más que su capacidad de contención haya mermado sensiblemente. Pero tengo que confesar que en 1974 confiaba mucho más en el liderazgo estratégico de EE. UU. que hoy, en el 2007.

A los ciudadanos americanos que citaba al principio de este artículo los conozco desde hace décadas, y dos de ellos son amigos míos. Los motivos de su llamamiento son sinceros y honorables. Sus propuestas van más allá de lo que EE. UU. ha estado dispuesto a aceptar bajo las presidencias de Clinton y Bush júnior. Pero hoy el peligro nuclear es mucho mayor que después de la crisis de Cuba de 1962 , y por lo tanto hoy EE. UU. tiene que actuar con mucha mayor determinación.

EE. UU. debe autoimponerse límites estratégicos. En cualquier caso, debería empezar por cumplir hasta el final los compromisos a los que le obliga el TNP. Hoy EE. UU. es con diferencia la mayor potencia militar del mundo. Por eso no está obligado a entrar contra su voluntad en una nueva era nuclear. Los peligros que podrían amenazar la paz de EE. UU. en el siglo XXI penden del mismo modo sobre las demás naciones. Para plantar cara a esos peligros, el mundo debe echar mano en mucha mayor medida a medios políticos y económicos y a los buenos oficios de la diplomacia, y sobre todo saber comprender los intereses de todos los concurrentes. Una nueva carrera tecnológico-militar tiene muy escasas posibilidades de ayudar a estabilizar la paz en nuestro mundo múltiple. El mundo necesita con urgencia el ejemplo de la gran nación líder norteamericana. Al fin y al cabo, la predominancia del sacro egoísmo americano preconizado por Bush ya no puede durar mucho.

Helmut Schmidt, ex canciller de la RFA. © Die Zeit (Distribuido por The New York Times Syndicate). Traducción: Joan Parra.