Recesión y crisis

En las últimas semanas se acrecientan los mensajes, tanto desde el Gobierno como de diferentes organismos multilaterales, orientados a transmitir que nuestro país está saliendo ya de la recesión. Así, el tercer trimestre que acabamos de cerrar presentará, en tasas intertrimestrales, crecimientos del PIB ligeramente positivos, de en torno a una o dos décimas, y a finales de año estaremos en senda de crecimiento, leve y frágil, pero sostenido, aunque en tasa interanual 2013 va a seguir siendo, en su conjunto, un año de crecimiento negativo por encima del 1%.

Y casi con toda probabilidad así va a ser. Y no es ninguna novedad. Muchos analistas y observadores de la realidad económica afirmamos desde hace tiempo que el punto de inflexión de la evolución de la tasa de crecimiento se iba a producir en la segunda mitad del presente año, un trimestre antes o después. Y muchos lectores pueden preguntarse por qué esa inflexión por fin se está produciendo.

Y la respuesta está clara: por una parte, porque el entorno exterior es más favorable (la zona euro ha salido de la recesión ya en el segundo trimestre, aunque subsisten diferencias internas notables), y eso se refleja en el comportamiento de nuestro sector exterior, mediante un incremento de las exportaciones y de su diversificación geográfica, y en un magnífico año para el turismo extranjero que se debe, fundamentalmente, a nuestro proceso de devaluación interna y a factores coyunturales, derivados de conflictos que afectan a algunos de los destinos alternativos.

Y por otra parte, el enorme ajuste desarrollado por el sector privado (familias y empresas), asumiendo un empobrecimiento en términos de precios (salarios, márgenes y precios de venta) y en términos de cantidades (desempleo masivo, contratación cada vez más centrada en la temporalidad –sin que ello implique negar la efectividad de una reforma laboral que, aunque insuficiente en muchos ámbitos, está siendo útil en otros–, así como un fuerte proceso de desendeudamiento), que ha permitido, con enormes costes sociales, una drástica recuperación de competitividad y un fuerte reequilibrio de los balances, tanto para las familias como para las empresas privadas no financieras. Y, como consecuencia, un cambio brutal en nuestras cuentas exteriores.

Y que se refleja en el cambio de signo de nuestra balanza por cuenta corriente, ya que partíamos de un déficit del 10% de nuestro PIB en el 2007 (el mayor del mundo desarrollado en términos relativos, y el segundo en términos absolutos, sólo por detrás de EE.UU.) a un superávit que puede incluso superar el 2,5% . Un vuelco absolutamente espectacular y que ilustra la magnitud del esfuerzo realizado. Y, en paralelo, seguimos avanzando en la recapitalización y saneamiento de nuestro sistema financiero, con enormes costes pero con razonables resultados, dada la evidente tardanza en afrontar el problema.

La conjunción de esos fenómenos más la actuación –o, mejor dicho, la generación de expectativas de actuación– del BCE, así como la relajación de las tensiones en los mercados financieros que se concretan en una positiva evolución de la prima de riesgo, aunque los intereses que España sigue pagando siguen siendo excesivamente elevados a medio y largo plazo ya que se sitúan aún por encima de las previsiones de evolución de nuestro PIB nominal, hacen que podamos afirmar que los mensajes positivos tienen un contenido real: estamos saliendo de la recesión.

Pero esa afirmación es perfectamente compatible con afirmar que seguimos en crisis. No podremos afirmar que estamos saliendo de ella hasta que se genere empleo neto y hasta que reconduzcamos los enormes desequilibrios acumulados, tanto durante los años de la euforia como durante los primeros años de la crisis. Y estamos aún lejos. Aunque habrá creación de empleo neto en algunos trimestres del próximo año, la generación neta en términos anuales será prácticamente nula, en el mejor de los casos. Nos situamos, pues, ya en el 2015.

Y la recuperación de desequilibrios básicos (desde la reorientación del crédito hacia el sector privado, hoy aún muy escaso y selectivo, hasta la evolución del déficit y la deuda públicos) nos llevará aún al menos dos años, hasta el 2016. Y con la incógnita de una deuda pública que puede superar el 100% del PIB y que pone en riesgo la confianza de los mercados internacionales en la sostenibilidad de nuestra recuperación. Urge, en definitiva, seguir en los ajustes y las reformas y, sobre todo, no caer en la autocomplacencia a partir del argumento –cierto– de que vamos mejor.

Sigue siendo imprescindible una reforma de nuestras administraciones públicas que reoriente los ahorros imprescindibles en gasto corriente, hacia la inversión, la educación –un auténtico drama, como nos dicen todos los indicadores internacionales– y hacia el I+D+i, bases necesarias para la recapitalización a largo plazo de nuestra economía y, por lo tanto, de su crecimiento potencial. Y eso debe ir acompañado de una profunda reforma de nuestro sistema tributario (ensanchando las bases y bajando tipos) y de una reformulación urgentísima de los sistemas de financiación de las diversas administraciones.

Y, last but not least, prestar apoyo total a la reinstitucionalización de Europa (con temas tan urgentes como la unión bancaria) y reforzar la estabilidad y el prestigio de nuestras instituciones, hoy tan afectadas tanto por los episodios de corrupción como por las evidentes tensiones de carácter territorial. La tarea pendiente es ingente. Tan ingente como absolutamente necesaria si no queremos que, en el futuro, alguien nos recuerde el fiasco de los famosos “brotes verdes” que culminaron en una insoportable sequía.

Josep Piqué, economista y exministro

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